Macondo: entre Roma y Milán

Macondo: entre Roma y Milán

"Va siendo hora de darnos cuenta que estamos viviendo una época en la que tanto los países centrales como nosotros, los periféricos, nos hundimos"

Por: Mingo Saraceno
marzo 21, 2018
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Macondo: entre Roma y Milán

Hace unos meses conocí a un muchacho suizo en un taller mecánico acá, en la Argentina. El dueño del lugar me lo presentó porque, según dijo, “me iba a gustar hablar con él”. Tratando de hacerle un chiste de los que acostumbramos hacer por estas latitudes, le pregunté si el hecho de que se hubiese venido a vivir al extremo del mundo se debía a algún homicidio u otro delito perpetrado en su país. Sonrió y me espetó la respuesta más inesperada: “No. En Suiza me aburría. Aquí es imposible aburrirse; todos los días pasa algo”.

Sonreí porque tiene razón. Los latinoamericanos tenemos la no tan extraña pero sí incomprensible costumbre de creernos la resaca del mundo occidental, imaginando que en países del primer mundo —educados y desarrollados ellos— no podrían suceder jamás las estupideces políticas que sufrimos día a día de este lado del charco. Y el suizo creía lo mismo. Los dos estábamos fatalmente equivocados.

Italia votó recientemente y el resultado no tiene nada que envidiarle a Macondo: es realismo mágico del bueno. Debatiéndose entre una derecha conservadora y populista rotunda ganadora en el norte y un partido desquiciado y liderado por un humorista antisistema, antivacunas y enemigo de la Unión Europea triunfante en el sur, la península se debate en su momento más crucial desde la aparición del Euro.

El gobernante Partito Democratico (PD), aliado a la centroizquierda europea y constructor hasta ahora de una Italia inmersa en Europa y con un sustentable crecimiento económico, observó boquiabierto cómo los italianos votaron a diestra y siniestra —nunca mejor dicho—, sin medir siquiera someramente las consecuencias.

Matteo Renzi, líder del PD, anunció que renunciaba a la presidencia de su partido y —casi literalmente— le dijo a los italianos que se la arreglasen como pudiesen, porque su partido no iba a consentir que el país fuese gobernado por un Leviatán de derechocentroizquierda xenofobointegrador; vamos, que se fue a su casa y apagó la luz.

Nadie se alegra de las desgracias ajenas; no es adecuado. Pero mirar hacia el norte y contemplar cuestiones como el resultado electoral italiano, el desquicio de la libertad en Cataluña, Donald Trump y sus jueguitos histéricos con Corea del Norte, Putin y una nueva demostración adolescente de armamentismo innecesario, el Brexit que se le va de las manos a Gran Bretaña y la extrema derecha ganando adeptos en los países otrora miembros del eje debe invitarnos a reflexionar.

Aparentemente, no se trata solamente de que Latinoamérica tiene politicuchos de morondanga —que los tiene— haciendo de las suyas, mientras las potencias internacionales juegan al ajedrez con nuestros países pauperizados; ese es un discurso que nos bajan los grandes multimedios y que no debemos comprar. Quizá la cuestión sea un poco más profunda.

La crisis de las democracias occidentales ya fue denunciada por Touraine y Chomsky hace años, y quienes lo pregonábamos éramos tratados de zurditos pusilánimes. Va siendo hora de darnos cuenta que estamos viviendo una época en la que tanto los países centrales como nosotros, los periféricos, nos hundimos en una crisis de representatividad cuyo fin no vislumbramos pero cuyas consecuencias sufriremos, como siempre, los que menos tajada nos llevamos.

Después de todo, quizá Macondo quede entre Roma y Milán, y el suizo no tendría que haberse venido a vivir tan lejos. Allí —también— pasan cosas.

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