No es mi intención cuestionar las razones por las que el progresismo colombiano (léase Partido Verde, Polo Democrático, los liberales que van con De La Calle y actores políticos similares) está tan dividido, mientras que la derecha convencional siempre demuestra que para ser amigo de alguien solo basta con necesitarlo; pero si remarcar esta posible falencia que claramente nos pone a quiénes queremos un cambio de modelo de país en clara desventaja. Parece que no hubiéramos aprendido nada de aquella Unidad Nacional que despedazó a Antanas Mockus en 2010 y llegó a compartirse descaradamente puestos dentro del gobierno poco tiempo después. Parece que no hubiéramos entendido, que a veces la realidad va en dirección contraria a lo que creemos. Quizás Gustavo Petro sea el único candidato que lo esté viendo con claridad: a medida que llena más y más las plazas, logrando que sus verdades hagan eco, no se cansa de pedir una coalición. Coalición que Mockus también ha pedido en los últimos meses.
En otros partidos, las razones para rechazarla no están del todo claras. “Tenemos una visión de país mucho más distinta y no por construir unidad hay que falsear las diferencias y desconocerlas”, sintetizó la admirable Claudia López en entrevista con la periodista Vicky Dávila. Otro punto válido. Humberto De La Calle, remarcando enormes diferencias, llegó a reconocer que “todos los del sí, nos deberíamos haber agrupado”. Sergio Fajardo, hasta dónde tengo entendido, no se ha pronunciado sobre el tema (se aceptan correcciones). Ahora viene la pregunta del millón, ¿en un país dónde jamás llegó al poder un gobierno a hacer cambios que realmente fueran de base, es más importante pensar en qué nos separa o en qué nos une? Tanto la precandidata a la vicepresidencia como el exalcalde bogotano comparten la idea de que Colombia debe dejar de basar su modelo económico en el petróleo y el carbón, este último con Fajardo comparte la postura de pensar la educación como fundamental para el país y con el precandidato liberal la necesidad de concretar el proceso de paz lo antes posible.
Sorprende que los candidatos progresistas colombianos crean que en un país donde los mismos gobiernan hace décadas es más importante pensar una gobernabilidad idónea y acompañada por semejantes, que lograr por lo menos llegar al poder; y hasta lleva a pensar si eso no será más que una desesperación por ensillar el caballo antes de haberlo encontrado. Sorprende también que estos no entiendan que la razón por la que ni el Polo, ni el Partido Verde han tenido un presidente; está principalmente basada en la división. Tanto en la división propulsada desde las calles y las redes sociales por quienes buscan generar odios entre uribistas y antiuribistas, como la división que nos devuelve al primer párrafo: la derecha ha tenido muy claro que en Colombia sin alianzas no se gana, mientras que los demás no o han priorizado sus convicciones. En los últimos meses candidatos de Coalición Colombia —la fuerza que impulsa a Fajardo— han manifestado que no lo apoyarán a él sino a su adversario de izquierda.
La coalición Fajardo, De La Calle, Petro parece ser inviable principalmente por un motivo simple: mientras que el resto de las fuerzas condenan enérgicamente la dictadura venezolana y sienten que no hacerlo es darle pie a quienes buscan manipular decisiones a través del miedo; Gustavo no solo fue cercano a Hugo Chávez, sino que en algún momento le reconoció sus dotes de líder (ojo, quien escribe esta nota reconoce el talento de Chávez, pero remarca que fue un gran cabrón; recordemos que Las2Orillas no admite las groserías) y —con algunas excepciones— se ha abstenido de condenar el régimen totalitario que ocurre del otro lado de la frontera. La razón por la que lo hace es, por lo menos, coherente. Cuando le preguntan al respecto se apresura a contestar que Colombia ha basado su modelo económico en el petróleo como Venezuela, ha tenido funcionarios que lo han perseguido a él políticamente como ocurrió con Leopoldo López en Venezuela y que aquí han muerto opositores pacíficos del gobierno como en Venezuela. Ah dato de color, en Armenia (Quindío) un candidato del Partido Verde salió hace pocos días a decir que votar por su rival suponía un riesgo de convertirnos en Venezuela. Parece que el generar miedo no es solo un patrimonio de la ultraderecha.
Y aunque Petro no lo mencione, quizás esté focalizando lo más importante; que el primer gobierno de izquierda colombiano no podría sobrevivir sin aliados latinoamericanos. En un momento en que Rex Tillerson (exdirector de la petrolera estadounidense Exxon Mobile) plantea públicamente una posible invasión al país vecino, quizás sea preferible tener un presidente “amigo” de Maduro que uno que —dado el caso— llegara a prestar nuestras tropas para atacar a una de las naciones con mayor poderío militar de todo América Latina. ¿Podríamos realmente caer en una desgracia parecida a la venezolana? Con un país fuertemente conservador en sus costumbres y una fuerza militar muy alejada de los ideales de izquierda, capaz de frenar automáticamente –en caso de que ocurriera– un mandato autoritario por medio de un golpe militar… resulta absolutamente imposible.
El problema con De La Calle es que las fallas del proceso y la campaña negra que se hizo en contra del logro bandera del gobierno saliente se le pegaron como estigma; no perdamos de vista que la razón por la que muchos defendimos la paz no tuvo nada que ver con que existiera una confianza por el cuestionable presidente Juan Manuel Santos; aunque los detractores así lo crean. El problema con Fajardo es que no logra ser un candidato creíble y multiplicar sus apoyos, el que el candidato responda con arrogancia cuando le preguntan por Páramo del Sumapaz, sumado al hecho de que en su recolección de firmas participó como patrocinadora una empresa minera; no parecen encajar con una política presuntamente crítica de la extracción por medio del ‘fracking’ (permítanme algo de escepticismo, quizás aquí esté la verdadera razón por la que al precandidato verde no le interesa la unión; la que sí se ha opuesto al ‘fracking’ ha sido Claudia). El problema con Petro es que como lo dijo Hernando Gómez Buendía en El Espectador, en una segunda vuelta votar por él sería el equivalente a hacer un referéndum para decidir la aprobación o la desaprobación de la figura de Maduro. Es por todo eso que desde mi lugar de ciudadano, remarco: la coalición no es sugerencia, sino urgencia.
No perdamos de foco un detalle. Si los inviables Marta Lucía Ramírez o Alejandro Ordóñez ganan la consulta de uribistas y afines, una coalición entre Centro Democrático y Germán Vargas Lleras va a ser una realidad automática. Y quizás es hora de que no solo pensemos en nuestro candidato ideal, sino en el menos nocivo para gobernar este país. Apelando a un sano y viral chiste de redes sociales (¡fuerza querido Matador!) permítanme decir que entre los lobos y el cerdito, le temo menos a Iván Duque. Los poderosos del país, por su parte, no le temen a una improbable expropiación; sino a que un empoderamiento ciudadano demuestre que en Colombia sí se puede vivir de forma más digna.
No se dejen meter los dedos en la boca. O en el tercer ojo.