Una mañana soleada de octubre del 92, en una camioneta que abordé en el barrio San Jorge, al sur de Bogotá, fui conducido por un campesino de la zona hasta San Juan del Sumapaz. Desde allí emprendí la caminata de varios días hasta un paraje denominado La Guitarra, situado en la mitad del páramo, guiado por otros viajeros que encontré en el camino.
Nuestro destino era el mismo, el campamento de Timoleón Jiménez, el más joven integrante del Secretariado Nacional de las Farc, un mando formado muy de cerca por Manuel Marulanda y Jacobo Arenas, a quien yo solo conocía por fotografías. Aún permanece en mis recuerdos la sucesión de fantásticos paisajes que se presentaban ante nuestros ojos.
Durante las dos semanas que pasé en aquel campamento rodeado de bruma, y ubicado bajo una enorme peña que nos protegía de la lluvia permanente, fui llamado por Timo dos veces a su improvisada oficina. Quería tener la mayor información posible sobre la actividad del Frente del que yo provenía, el 19, y con base en ello tomar decisiones que involucraban mi futuro.
En la segunda entrevista me soltó de repente que se había acordado enviarme para el Magdalena Medio. Sorprendido, le respondí que seguramente allá me matarían muy rápido. Conocía de muchos trasladados de Frente que morían pronto en el nuevo destino, y el Magdalena Medio se me antojaba para entonces un territorio semejante a la guerra del Vietnam.
Su reacción fue tranquila. Me explicó que no era así, pese a lo que dijeran las noticias. La gente en la guerrilla se moría, en la gran mayoría de los casos, por ponerse a hacer cosas que no le correspondía hacer. Cada misión tenía un personal para cumplirla, el error fatal de muchos consistía en asumir conductas para las cuales no los habían destinado.
En adelante jamás olvidé tal consejo, y creo que gracias a él puedo escribir esto hoy. En 2010, durante los duros días de acoso constante al área donde se movía el Mono Jojoy, me encontraba dictando un curso de filosofía y economía política, en una unidad que resultó de pronto bombardeada y ametrallada por aviones caza y helicópteros arpía.
Cuando intentábamos alcanzar la cima de un filo castigado especialmente por el fuego, llegó la orden de que dos escuadras se quedaran en la falda, enfrentando con sus fusiles a los aparatos que nos atacaban. La lluvia de plomo y bombas era real. Me apresté a acompañar los muchachos, cuando el recuerdo de aquellas palabras de Timo fulguró en mi memoria.
Cada misión tenía un personal para cumplirla,
el error fatal de muchos consistía en asumir conductas
para las cuales no los habían destinado
Yo había sido enviado allí a dictar un curso, los combatientes veteranos eran ellos. No debía confundir mi papel. Seguí con la restante escuadra hasta el filo en que nos atrincheramos a resistir, protegiéndonos con las gruesas raíces y los troncos de los árboles. Al final salimos de allí, con el saldo de varios muertos y heridos. Hubo helicópteros averiados y hasta un piloto muerto.
Lo importante fue que se logró hacer abortar el desembarco enemigo, que solo tuvo lugar en horas de la noche en otros cerros aledaños. La guerrilla, como seguramente cualquier obra humana, es el producto de un esfuerzo colectivo, de una cooperación de talentos, que muchas veces no parece tan evidente, razón por la cual uno u otro se atribuyen el protagonismo.
Pienso que la gran habilidad de Timo, consiste en reconocer quién es quién, y a quién corresponde cada tarea en un momento dado. En adelante sabe combinar muy bien las habilidades de uno y otro, en una labor de equipo que termina por producir los resultados esperados. Jamás se atribuye nada a sí mismo, su claridad y modestia se lo impiden. No tiene ambiciones personales.
Recién acaba de ser operado del corazón en la clínica Shaio de Bogotá. He estado muy cerca de él en cada uno de los incidentes de su salud en los últimos años. Hace tres, cuando su infarto coronario en La Habana, en medio de una reunión importante del Estado Mayor Central de las Farc. Y unos ocho meses atrás, cuando lo afectó la isquemia cerebral transitoria en Villavicencio.
Lo he visto emerger de cada uno de ellos con renovadas fuerzas y serenidad sorprendentes. Esta vez no será la excepción. Además, la cirugía que le practicaron no obedeció a una crisis inmediata, sino a una recomendación médica que apuntaba a impedir que esta se sucediera. Su salud y optimismo estaban intactos cuando entró al quirófano y salió de él.
Invitando a todos sus copartidarios, amigos y simpatizantes a votar el próximo 11 por el partido de la rosa. Agradeciendo al personal médico y asistencial por todo cuanto hacían por él. Ese es Timo, siempre claro de lo que corresponde hacer en cada momento. La justeza de sus sabias orientaciones brilla aún más con el tiempo. Lo esperamos confiados.