Cuando estaba en octavo grado en el colegio, me postulé para ser monitor del curso, cuya elección se debía definir mediante "voto popular"; mi contrincante era uno de los chicos populares del salón, uno de aquellos que era visto con ojos de temor y/o respeto por la gran mayoría de mis compañeros, por ninguna otra razón sino por su mayor edad (nos llevaba al resto del salón como dos años de edad de más) y lo que ello suponía en términos de "experiencia" en la vida del adolescente.
Como podrán imaginarse, perdí estruendosamente aquella votación. ¿La razón? Yo no era popular. Quizás como monitor yo habría sido más estricto, más ordenado, en fin, más "apto" para el cargo, pero ese no fue el criterio que al final se impuso, sino aquel donde la clase eligió poner al frente del curso a aquel que "les caía mejor". Ahora bien, yo no era odiado por mis compañeros ni mucho menos, pero la realidad es que la posibilidad de escoger entre alguien como yo, que no despertaba ninguna pasión en uno u otro sentido, y alguien que de alguna u otra forma generaba una mayor empatía al final haría que la balanza se inclinara en contra mía.
Al ver el escenario actual de las elecciones presidenciales de Colombia, no puedo evitar echar mano de ese recuerdo para ponerme a pensar en la manera como las encuestas de los medios de comunicación se han convertido en un cáncer para nuestra democracia, por una razón fundamental: basados casi exclusivamente en criterios de popularidad, durante varios años, estos mismos medios se han encargado de ungir cada cuatrienio al nuevo presidente de nuestra nación, al influenciar la opinión pública mediante el uso del arma de opinión que me ocupa en esta entrada.
Una elección no es algo complicado, aparentemente: por lo general todo suele resolverse entre elegir A o B, tras analizar las muchas opciones a nuestro alcance y decantarse por las más representativas del espectro. Ahora bien, el escenario acostumbrado que se observa cada cuatro años suele ser el mismo: un puñado de personas (entre diez y doce personas, aproximadamente) se presentan como candidatos para el cargo más importante del país; en este punto, tenemos múltiples opciones a elegir, pero aquí es donde los medios hacen su triunfal entrada. Ellos saben muy bien que el electorado de nuestro país, al igual que mis compañeros de clase en aquel entonces, no se fijan en propuestas sino en popularidad, entonces se ocupan de identificar unos polos de opinión para generar, mediante las encuestas, la percepción de que se debe votar entre A y B, y que cualquier otra opción debe ser desechada. A y B será lo que los medios digan, y por lo general se tratará de las dos alternativas que más titulares y pauta vendan para que puedan mantenerse en boca de las personas. ¿Acaso está mal definir un espectro? No, pero lo que sí es incorrecto es que sean los medios quienes lo hagan por nosotros.
Las elecciones actuales son uno de los mejores ejemplos al respecto: mientras que hay candidatos como Viviane Morales, Juan Carlos Pinzón o Carlos Caicedo, entre otros, tratando de dar a conocer sus propuestas, cualesquiera que sean, los medios han venido impulsando la conformación de tres frentes claros: el sector de la derecha, representado por el Centro Democrático y su "candidato", el señor Iván Duque (seamos honestos: ni Alejandro Ordóñez y Marta Lucía Ramirez van a lograr disputarle ese lugar al títere de Alvaro Uribe Velez quien. megáfono en mano se para junto a su pupilo y hace campaña por él) y Germán Vargas Lleras; el sector de la izquierda, representado por Gustavo Petro, y un tercer sector que se insinúa tímido en medio de semejante atmósfera polarizante que se vive estos días: el sector de "centro" (lo que sea que signifique en este momento), representado por Sergio Fajardo.
Por lo pronto, hemos tenido que ver una campaña verdaderamente pobre a nivel propositivo, pero eso sí, bastante prolífica en cuanto a declaraciones, difamaciones, insultos, ataques y promesas apocalípticas. Lo de la derecha es vergonzoso: se arrogan el derecho de emplear el miedo como eslogan de campaña, pero no nos dicen mayor cosa sobre lo que harán con el país en caso de ganar. Gustavo petro, por otro lado, ha tenido que repartir su tiempo entre dar a conocer algunas de sus propuestas y defenderse de la tesis loca de que planea convertir a Colombia en una nueva Venezuela (Por Dios!). Por los lados de Sergio Fajardo poco se escucha, de hecho, se hizo necesario que se anunciase el nombramiento de Claudia Lopez como fórmula vicepresidencial para que esta última dupla se pudiera unir al concierto de pullas, dardos y gritos y así lograr posicionar una imagen, o mejor (peor) aún, una marca.
La fuente de semejante cacofonía no es otra, sino las encuestas creadas por los medios para consolidar, una vez más, unos polos de opinión y así "masticar" para la opinión pública las opciones disponibles, esto es, las que proporcionan un mejor "rating", sintonía, indices de audiencia o como quieran llamarlo. ¿No debería ser el centro del debate el tomar las propuestas y la visión de país de cada uno de estos candidatos y analizarlas y juzgarlas por sus propios méritos? Personalmente creo que las propuestas que Petro ha presentado sobre el manejo de las grandes extensiones de terreno merecen un debate de mayor altura que lo que están haciendo en este momento los candidatos de derecha, que es caricaturizar su postura como un vaticinio funesto de que Colombia se convertirá en un paraíso socialista donde la pobreza será lo único que sobreabunde. Ya no se escuchan otras voces, todo lo que el país repite es lo que las encuestas manifiestan: que Petro y Duque van empatados, escapados en la punta, y que los demás van ahí en el lote, como en el ciclismo. ¿Y sus propuestas? Bien, gracias. La tragedia de todo esto es que, al final, muchos votarán en función de subir o bajar a alguien en este concurso de popularidad glorificado, y una vez más sus respectivas propuestas quedarán condenadas al olvido —todo lo que importa es elegir aquel que mejor se oponga a lo que creemos querer que no ocurra—, aunque no sepamos con exactitud de qué se trata, o si tan siquiera es factible
Sería injusto achacarle toda la responsabilidad a los medios de comunicación —después de todo, donde haya una demanda habrá una oferta—. Tenemos que reconocer que el fondo del problema somos nosotros, los colombianos, puesto que lo que se vive en las elecciones no es más que la radiografía de nuestra manera de ser, irreflexiva, emocional, intemperante y explosiva. Al final no nos interesa lo que el otro tenga que decir, sino encontrar la manera de suprimir su argumento, bien sea ridiculizándolo, mandándolo a callar o peor. Mientras que nosotros no decidamos adoptar una postura seria y crítica (no criticona) sobre lo que proponen los candidatos, no estaremos en capacidad de darle a nuestra democracia el trato que merece, esto es, uno mejor que el tratamiento que le damos hoy en día, de mero ejercicio electoral. Es difícil de lograr, lo sé, especialmente teniendo en cuenta que muchos dejaron de leer esta entrada hacia la mitad, probablemente porque les pareció un ladrillo, o bien porque había algo más interesante en la televisión (¿La voz kids, quizás?)
Una forma de dar el primer paso hacia ese cambio de conciencia, pienso yo, es prohibir por ley las encuestas, de tal forma que nos obliguemos unos a otros a escuchar, a pensar, a debatir y a decidir, siempre con argumentos y sobre los argumentos, y entonces, quizás entonces, seamos la sociedad que se merezca este país, y no lo que somos ahora: un rebaño por el cual deciden los medios de comunicación. Nosotros les dimos esas voces, y es hora de quitárselas, y hagamos oír nuestras propias voces.