El presidente Trump declara la guerra comercial al mundo. Putin muestra sus músculos nucleares. Son dos machos alfa en plena exhibición. Parece retornar la “Guerra Fría”. Se suma un mandarín todopoderoso en China, Xi Jinping, atornillado al poder y dando ideas a líderes autoritarios. Son severos riesgos para las democracias.
Ocurre cuando se cumplen los primeros 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos acordada por la casi totalidad de naciones —recuérdese que no todas la firmaron en algún caso aduciendo que atentaba contra el derecho de propiedad y porque otorgaba la libre circulación— como un conjuro contra la masacre vivida entre 1939 y 1945.
Sin embargo, el horror de aquella guerra mundial en que 50 millones de personas perdieron su vida no fue prueba suficiente para incluir a la mitad de la humanidad en los derechos invocados como imprescindibles para una mejor convivencia en la tierra. Más allá de que en el preámbulo de la Carta de las Naciones Unidas se sostenga “la igualdad de derechos de hombres y mujeres”.
Por eso, en 1953 se firmó en la ONU la Convención sobre los Derechos Políticos de la Mujer; pero también fueron necesarias la Declaración sobre la eliminación de la discriminación contra la mujer (1967) y la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (1979). Jalones que revelan la enorme dificultad de aceptar por parte de los varones que las mujeres, sin ser sus iguales, tienen los mismos derechos y deberes.
Hubo más. Sobrevino el Decenio de la mujer (1975/1985) y diferentes conferencias mundiales para evaluar y monitorear el cumplimento de algo tan elemental como la equidad: México (1975), Copenhague (1980), Nairobi (1985) y Beijing (1995). En esa época, 1982, se creó el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW), para examinar el progreso o retroceso que vaya dándose en diferentes países en la aplicación de la Convención de 1979.
Y como se sabe, ningún derecho, por solemnemente declarado que sea, se obtiene por automatismo legal. Es necesaria una vigilancia y exigencia cotidianas para obtenerlo en la vida real, así como para una vez conquistado, protegerlo. Por eso fue también necesaria la Convención de Belém do Pará en 1994 y la prevención de la violencia contra las mujeres entendida esta como “cualquier acción o conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado”.
Son siete generaciones de mujeres nacidas desde entonces, o tres si se toman otros parámetros para medirlas, que no han podido disfrutar a plenitud de sus legítimos derechos pese a que formalmente quedaron aprobados. En 2017 varias de las principales ciudades del mundo asistieron a movilizaciones multitudinarias de mujeres exigiendo el cese de feminicidios, de violencia contra la mujer solamente por serlo, así también como por otros reclamos de derechos. Entre otros a dirigir: “solamente el 6,4% de las compañías más importantes del mundo son dirigidas por mujeres” dice Holly Paul, directora de recursos humanos de FTI Consulting.
Este año Buenos Aires, Asunción, Río, Sao Paulo, Santiago, Montevideo, y muchas ciudades más verán a sus mujeres manifestar. Alrededor de 60.000 mujeres son asesinadas cada año en América Latina según informó hace un año la directora regional de ONU Mujeres para las Américas y el Caribe, Luiza Carvalho. En cada país latinoamericano hay motivos iguales y diferentes. Puede ser el mercado laboral que en Colombia, determina que mientras el desempleo en las mujeres es de un 11% el de los hombres es de 6, 6 % en lo que va de 2018, de acuerdo a cifras oficiales. También que 970 colombianas fueron asesinadas en 2015 año en que hubo 47.248 casos de violencia de pareja en este país de casi 50 millones de habitantes.
Algún lector pensará que en definitiva es un país con una tradición machista muy fuerte, sumido en una violencia de décadas… pero ocurre que en Uruguay, mi país de tres millones 462 mil habitantes, con uno de los mejores índices de desarrollo humano, según el PNUD, en 2017 fueron asesinadas treinta y una mujeres por una pareja, expareja o familiar, lo que supone que cada once días murió una mujer en esas condiciones, de acuerdo a cifras oficiales.
Siete de cada diez uruguayas han vivido violencia basada en género en algún momento de sus vidas. “Entre la maravillosa legislación uruguaya y la realidad hay una brecha enorme. Uruguay está por debajo en la participación política: un 20 por ciento% son mujeres, cuando Bolivia tiene 49 por ciento”, explica la uruguaya María Noel Vaeza, directora del Programa ONU Mujer.
Este año el movimiento “Yo También” (“Me too”) es la nueva bandera enarbolada por mujeres conocidas, muchas de ellas actrices y protagonistas de los medios de comunicación, los que lo reporta un plus importante en materia de repercusiones. Pero también mujeres musulmanas hastiadas del acoso sexual que sufren durante la peregrinación a La Meca lanzaron su propio “Yo también”.
El feminismo es la única revolución en la historia humana que, sin haber triunfado, ha obtenido importantes logros, sigue en pugna y ganando adeptos. Y, más importante aún, es la única revolución en la historia humana que no tiene victimarios, solamente ha tenido y tiene víctimas, lo que contradice a Albert Camus cuando sostuvo que todo revolucionario termina siendo policía o verdugo.
No se trata aquí de posar de políticamente correcto, pues quien escribe tiene una cosmovisión machista como todo nacido en un país latinoamericano. El punto es asumirse como tal, tratar de no ubicarse en los peores puestos machistas que ya con eso es mucho. Como dice la feminista somalí Ayaan Hirsi Ali: “también mañana es posible”.