¿Será que fue hace mucho pero mucho tiempo que caímos al desbarrancadero y jamás nos dimos cuenta? ¿Será más bien que desde siempre hemos estado entre sus sauces y esto a lo que le llamamos patria no es más que una cocainómana quimera?
¡Colombia la mala madre!, ¡Colombia la que asesina!, Colombia la que “echa”, Colombia la que roba, la que viola, que desplaza, que secuestra, la que miente, la Colombia de Vallejo…
Son muchos quienes han tildado a este afamado escritor paisa de exquisita prosa y de agudo verbo como el más fatal de los apátridas, de los malditos, de los hideputas como lo diría Cervantes, pero siempre me pregunto: ¿acaso él no tiene la razón? Las noches en las tierras libertadas por Bolívar son más eclipsadas cada día, pareciera que la luna y las estrellas fueron apresadas por la innoble corrupción y así dejaron de alumbrar el cielo de la gloria inmarcesible.
Pensemos un poquito y paremos con el pecho los disparos tremebundos de Vallejo. Tomémoslos como fuente para analizarnos más, para preguntarnos quiénes somos o para dónde vamos, para saber si en verdad somos esa mala patria a la que él también integra. Busquemos métodos para ser lo que nunca hemos sido, pero siempre hemos soñado. Evitemos a como dé lugar que siga teniendo la razón (porque la tiene), pues sería lindo construir un nuevo claustro unidos como pueblo y suprimir de un tajo ese fragmento de su puño y letra que decía: “Colombia es un desastre sin remedio. Máteme a todos los de las Farc, a los paramilitares, los curas, los narcos y los políticos, y el mal sigue: quedan los colombianos”.