Desde sus orígenes, antes de que la llamáramos con el bello nombre de Colombia, nuestra patria ha carecido de identidad cultural. No nos han dejado, y tampoco hemos querido apropiarnos de nuestras propias raíces que son como el plural, diversas. Para completar, en nuestro país han germinado pocos filósofos y pensadores que nos lleven a reflexionar sobre nuestro devenir y nuestra realidad, que se inserta muy estrechamente en lo que entendemos por latinoamericano. Desde esta perspectiva, solo reconozco y respeto hasta la admiración a dos pensadores: Estanislao Zuleta y Fernando González, los demás solo fueron pluma y saliva, y no pensamiento autóctono: miraron hacia Europa y nunca volvieron.
Aunque somos un país diverso no reconocemos la diversidad en ninguna de sus formas; es más, algunos pretenden desplazarla hacia la región de la invisibilidad, o lo que es peor aniquilarla en sentido figurado y real. De hecho, por poner un solo ejemplo, muchas comunidades indígenas a largo de nuestra sangrienta historia fueron exterminadas.
¿Qué identidad cultural va a tener un país que se avergüenza de sus raíces? De hecho, aquí se considera un insulto decirle a alguien indio o indígena. Para colmo, en este país multiétnico se expropia al nativo, se discrimina a los afrodescendientes, y en ocasiones estos se persiguen entre sí, o lo que es peor, caen en el racismo. Aquí hay blancos, que no son tan blancos ni tan zarcos ni tan rubios, que se sienten más españoles que los españoles y más europeos que los mismos europeos. En lo que a mí concierne, y sin que me lo pregunten, me creo blanco, indio, negro, tengo toque andaluz, swing africano, rezagos judíos y perfiles árabes, pues todo ellos recalaron en Antioquia, mi tierra. Soy mestizo, es decir, soy latinoamericano. A propósito, en el mundo deportivo he oído expresiones como: la selección gaucha, el equipo guaraní, la garra charrúa, el Estadio Azteca y el seleccionado del mismo nombre, o los futbolistas incas. Pero que yo recuerde, a ningún comentarista o narrador colombiano se le ha ocurrido la buena idea de alentar a la “selección chibcha”, quizás perdería su puesto: ahí está pintada nuestra identidad cultural.
En los actuales momentos hay un hombre que tiene perplejo a muchos. Un hombre que es tendencia, cuando en el pasado lo fueron otros. Un hombre, y es algo paradójico, que entre más se le vitupera y menciona con fines difamatorios, más fuerza parece cobrar. Nadie logra ningunear a nadie mientras mencione noche y día, para bien o para mal, el nombre que desea borrar. Sus detractores deberían cambiar de estrategia: para ellos la cosa pinta mal. Ese nombre es Gustavo Petro, y lo he traído a colación en el tema de nuestra identidad cultural que se enriquece con la diversidad, porque en la Bogotá Humana, fue uno de los pilares y ocupó un sitio privilegiado durante su administración. Y ese punto es fundamental si se quiere construir un nuevo país, en el que las oportunidades, la inclusión, la identidad le cierre el paso a la segregación, la discriminación, el racismo, y por ende a la violencia. La de Petro es una propuesta, encadenada a otras muchas propuestas, y eso es lo que deberían estar haciendo los demás candidatos: enfocarse en propuestas serias de cara al futuro, y no mirar que está haciendo el vecino, o cómo restarle votos a la diabla a sus oponentes. Propuestas es lo que necesitamos, y no este campo de batalla preelectoral donde está ausente la decencia, la ética, el respeto por el otro. Qué pesadilla es abrir en la mañana, o en la noche antes de acostarnos, o a plena luz del día, el indigesto menú de las redes sociales sobrecargado de blenorragias, gonococos, madrazos y montajes fotográficos obscenos. El escenario político actual es de película de terror con intrigas, suspicacias, amenazas veladas, esquizofrenia y paranoia. Un completo asco. Qué mal ejemplo le estamos dando a los niños, quienes tienen libre acceso a esa guerra virtual entre uno y otro bando, porque hay que admitirlo, en esta batalla campal baja y rastrera pocos se salvan. Hasta para discutir y argumentar en contra de algo o de alguien hay que tener categoría: en fin, no se le puede pedir peras al olmo.
Tengo amistades entrañables, y familiares muy amados que simpatizan con las ideas de Uribe, o con las de otros candidatos, y sin embargo no tengo motivos para distanciarme de ellos: la diferencia no resta, sino que enriquece. Simpatizar con Vargas Lleras o con Uribe no te convierte en el acto en paraco, ni seguir a Petro en guerrillero. La estigmatización degenera necesariamente en segregación, y en últimas, pretende destruir al otro. En cambio, deberíamos acudir a la diferencia para construir un país en paz, teniendo como telón de fondo el respeto por las ideas ajenas. Cuando la mayoría de los seguidores de todos los candidatos, a partir del ejemplo de sus líderes, hagan proselitismo decente y a la altura de ciudadanos honorables, este país rico y diverso que debe volver a sus raíces, tendrá un futuro mejor.