Dos versiones –a cual más grave— se han dado a los actos vandálicos de los últimos días con motivo de la intervención a las cadenas de supermercados de quienes han sido calificados como testaferros de las Farc.
Una, que sería la misma Farc la que habría organizado estos actos porque les estarían quitando lo que tenían de reserva o no querían entregar. Para los más radicales que no creen en el Acuerdo de Paz, esto podría ser parte de esa organización que en realidad no se hubiera desmontado; o podrían ser los residuos de los no desmovilizados que aún contaban con ejercer algún control sobre lo que oficialmente aún no se había entregado.
La otra versión es que la desesperación de la gente que encontraba un alivio en los precios de venta —supuestamente más baratos para hacer el lavado de dineros de la guerrilla— los llevó a tomar esas acciones, pensando, como lo dijo alguno de los entrevistados, que si era lo que debía entregar la insurgencia mejor lo recibía el pueblo directamente para que no se perdiera en las manos de los burócratas.
Cualquiera de estas dos posibilidades implicaría un estado de cosas salido del orden que parecen presentar las autoridades. Y ninguna de las dos versiones le da un contexto diferente y mayor a estos episodios.
Sin embargo, lo que puede estar sucediendo es que la población está al punto de un levantamiento protesta parecido al del 9 de abril.
Por un lado el enervamiento con la política -y esto es con todos los políticos- es tal que no creen en ninguna solución por la vía democrática de las elecciones.
En Youtube aparece un discurso de Jorge Eliécer Gaitán cuando su candidatura a la Presidencia que recuerda no solo el que llaman populismo de Petro (como si no fuera ‘populismo’ todo lo que hacen todos los políticos en vísperas electorales) sino la polarización que en ese momento existía; hablaba Gaitán de la oligarquía que monopolizaba el poder como hoy se ataca a la institucionalidad en casi todos sus aspectos, encontrando receptividad en la población.
Por otro lado, el enervamiento se acompaña de una situación económica que, contrariamente a lo que sostiene los voceros del establecimiento, está bastante más cerca de la angustia que de la satisfacción por la ‘salida de la pobreza’.
Desapareció entre nosotros la noción no solo jurídica sino vivencial
del ‘hurto o delito famélico’,
cuando algo muy parecido puede estar sucediendo
Los escándalos de la gran corrupción han minimizado la gravedad de lo que puede ser lo que erróneamente se califica como corrupción ordinaria, como si fuera ya un fenómeno cultural. Desapareció entre nosotros la noción no solo jurídica sino vivencial del ‘hurto o delito famélico’, cuando algo muy parecido puede estar sucediendo. Cuando no se encuentra más solución para sobrevivir (o atender las necesidades vitales de los allegados) se puede llegar a acudir a las soluciones violentas. Y esto no necesariamente se refiere solo a la comida del día sino a un ingreso estable, que de no existir lleva a la desesperanza y la desesperación. Para las estadísticas pueda que sirva el incluir como parte del empleo lo que no es sino un rebusque, pero no para quien sufre lo que esto implica.
En las filas de los diferentes grupos guerrilleros, o de los paramilitares, o de las mismas fuerzas oficiales, la mayoría de quienes entran no lo hacen porque adhieran a los propósitos de cada organización sino porque es una solución de vida cuando pocas otras se les ofrecen.
El soldado profesional no se alista porque tenga el deseo de matar o morir ‘en defensa de la patria’ como se proclama, sino porque así logra una entrada y una ubicación en la sociedad, lo que da respuesta a sus necesidades. Algo similar le pasa al habitante de la región controlada por los paras o por a insurgencia: no saben por cual propuesta o modelo luchan, ni las expectativas de alcanzarlo, sino solucionan su presente y su futuro inmediato insertándose a las filas donde les dan un salario y una posición de autoridad.
El ‘hurto famélico’ propiamente también lo comenzamos a conocer –aunque aún no a reconocer- en buena parte de los inmigrantes venezolanos que tienen que acudir a diferentes formas de delito para sobrevivir. Esto además repercutirá en la sobreoferta tanto para la delincuencia (ya lo vimos en los vinculados a los actos terroristas del ELN) como para el sector laboral, donde se reflejará en más desempleo y menores salarios.
Lo sucedido en varios municipios e incluso en la capital y llevó a tener que decretar varios toques de queda puede ser un preaviso que muestra una posible bomba de tiempo, que solo requiere un disparador para explotar.