¿Es la universidad un espacio de autocensura?

¿Es la universidad un espacio de autocensura?

¿Desde dónde asumimos la construcción de un pensamiento crítico?, ¿qué se dice?, ¿qué se nombra, ¿qué se conversa en las universidades sobre nuestro país?

Por: Piedad Ortega Valencia
febrero 27, 2018
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¿Es la universidad un espacio de autocensura?
Foto: AFP

Nos preguntamos ¿qué sigue pasando en nuestro país que a los educadores populares, a los periodistas, profesores, a los artistas, a los activistas políticos, a los escritores y a toda expresión crítica se le censura? Censura para nombrar el exilio, prohibición, persecución, hostigamiento, proscripción, indolencia y exclusión (en sus dos dimensiones reclusión y expulsión). Es una acción inquisitorial en términos de borramiento simbólico y material de un “otro, una otra” a quien se le etiqueta como sospechoso y por ello posible de ser eliminado. Pero, además, lo que es aún más grave, nos preguntamos, ¿por qué los mismos profesores de las universidades públicas se autocensuran? Y en esta autocensura desprecian a todo aquel o aquella que intenta agenciar condiciones de posibilidad para que el pensamiento crítico tenga un anclaje en las comunidades académicas y en los procesos de formación, organización y movilización política.

Encontramos que estos profesores universitarios actúan bajo la premisa de lo “políticamente correcto” desde un andamiaje discursivo que se mueve a modo de “un puente colgante” entre posturas neutrales, complacencias ingenuas, ambigüedades y pusilanimidades. De igual modo, en las universidades se producen retóricas sobre la diferencia, la diversidad, la pluralidad, la inclusión en planes rectorales, planes de desarrollos, cartas éticas, programas y políticas de convivencia, que solo intentan conmover y convencer sobre pisos mojados donde nos resbalamos permanentemente.

Contamos entonces en nuestras universidades públicas con una élite académica de censores quienes desde su especificidad profesional —sociólogos, filósofos, antropólogos, psicólogos, historiadores, pedagogos— sienten vergüenza para nombrarse como “pensadores críticos”. Sienten que pierden prestigio intelectual si utilizan este rótulo. No quieren llevar esta marca, este sello, esta distinción. Prefieren nombrarse como los estudiosos temáticos o portadores de uno de tantos autores que circulan en el medio, sobre todo si son producciones internacionales de consulta y de literatura clásica. Estos censores universitarios contribuyen a ser cómplices de una política de censura, bajo el arbitrio de juzgar bajo la sospecha que tiene en el estado a sus más pródigos representantes de un régimen totalitario.

Ya Hannah Arendt (2006) nos advirtió sobre la existencia de un escenario totalitario que tiene asidero hoy en las universidades públicas. Un escenario totalitario donde la consigna es “todo es posible” y esta consigna se hace visible en dispositivos existentes como: Apertura de procesos disciplinarios bajo la tutela de testigos ocultos, existencia de mecanismos de control, la pretensión de la moral bajo la égida de la lealtad en los órdenes del poder, instalación de una burocracia administrativa para operar procesos académicos, la banalización de los argumentos, en suma la pérdida de la esfera pública y lo que en ella converge, la disertación, la deliberación, la negociación cultural, el diálogo de saberes, entre tantas posibilidades para la tramitación de conflictos y la negociación de las diferencias.

La universidad como escenario de autocensura nombra la extrema precariedad de la vida misma. La nuda vida en términos de Giorgio Agamben (2001) lo que significa asumir la subalternidad como condición de existencia en las universidades públicas y privadas.

Estas consideraciones nos remiten a las siguientes preguntas: ¿desde dónde asumimos la construcción de un pensamiento crítico para las universidades públicas, inscrito en un contexto de violencia política, existencia de múltiples desigualdades y permanencia de procesos y dinámicas de exclusión en todos sus órdenes?, ¿qué se dice?, ¿qué se nombra, ¿qué se conversa en las universidades sobre nuestro país?

El pensamiento crítico es entendido como parte de un proyecto ético-político, en el que se construyen relaciones de alteridad instituidas en la responsabilidad y hospitalidad. El pensamiento crítico en nuestras universidades requiere para estos tiempos producir la comprensión del “otro” desde prácticas reflexivas, hermenéuticas y de compromiso. En ese sentido el pensamiento crítico introduce el cuidado formativo del otro, es una pedagogía de la solicitud, es una pedagogía de la alteridad. La alteridad se sostiene en una relación que sabe habitar la diferencia, es apertura a mundos posibles, a una práctica de solidaridad.

Por ello el pensamiento crítico tiene una impronta ética, unas formaciones discursivas, un posicionamiento político e histórico, unas preocupaciones existenciales, unos métodos de indagación, una epistemología de construcción teórica. Desde estos lugares de enunciación se inscribe en un horizonte educativo que tiene que enfrentar en la actualidad dos grandes tensiones que no lo hacen posible, dos actitudes presentes hoy en toda interacción y práctica académica, nos referimos a las actuaciones fundamentalistas y escépticas. Desde esta escenografía universitaria, necesitamos recuperar la palabra, la que sostiene nuestra corporeidad como caracolas para que la música no se suspenda, no la exilien, no se vuelva escombro. No queremos deletrear más las letras de la C.E.N.S.U.R.A.

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