No deja de causar conmoción el “enfant terrible” de la literatura francesa contemporánea: Michel Houellebecq, a quien la conservadora academia francesa Goncourt no tuvo más remedio que otorgarle su preciado galardón en el 2010 por su estupenda novela “El mapa y el territorio”. En su última novela “Sumisión”; la que leída de manera distraída y sin mayor análisis podría pasar desapercibida e incluso tildada de bonachona; sin embargo, una lectura de los entrelineados y una consideración del contexto político-social de la Francia actual, muestra que esta posee un alto contenido de reflexión y advertencia, y de ello nos da testimonio el filósofo francés Michel Onfray quien le dedica su muy reciente libro: “El espejo del nihilismo” (Miroir du nihilisme).
Bien sabido es que Francia hoy en día es una sociedad que camina hacia la multiculturalidad, a contrecoeur de una vasta mayoría de sus habitantes. Por resultado se observa una amalgama de civilización occidental relacionándose inarticuladamente con la mentalidad e idiosincrasia musulmana, traída por los inmigrantes arabo-islámicos, provenientes en general de las antiguas colonias galas. Las voces de descontento de la población de cuna y origen francés amplifican cada vez más sus decibeles, convirtiéndose en el crisol del vertiginoso ascenso del “Front National”, un partido de extrema derecha, que rechaza inmigrantes islámicos y reafirma los valores ancestrales franceses. Es un partido xenófobo, racista y afín, sin mayor disimulo, con la luctuosa doctrina nazi. Y buenas posibilidades tiene este partido radical de llegar algún día a la presidencia de la república, porque su discurso, marrullero, ha logrado cuajar en la mentalidad francesa que siente su prosapia y cultura en peligro.
En ese convulsionado contexto aparece el libro de Houellebecq que prefigura una Francia en el año 2022 con el líder “ficticio” islámico Ben Abes ascendiendo a la primera magistratura, gracias a exuberantes alianzas (¿complicidades?) con el partido socialista y la derecha tradicional, atajando así al “Front National” en su propósito de instalarse en el palacio del Elíseo, la casa presidencial.
Evidentemente en Francia esta perspectiva, por tirada de los cabellos que parezca, crea polémica, infunde temor en la población, y ha alcanzado enormes niveles de discusión y debate; algunos indican que esta tremenda posibilidad es real y otros afirmando que se trata sólo de una ficción. El debate está abierto y las venas bien abiertas...
Entrevistados los líderes políticos socialistas o de la derecha tradicional, arguyen que es mera invención novelística y que tal eventualidad es un exabrupto inimaginable, mientras que el “Front National” enfatiza que no se trata de una fantasía sino de una real posibilidad. En las numerosísimas charlas y debates a que se ha sometido el escritor, este se defiende, con su parco hablar, declarando que el libro es una trama que no tiene mensaje diferente al de la ficción. Entre más lo afirma menos se lo creen.
La Francia “ficcional” del novelista presenta una república en la que el nuevo partido islámico instalado en el poder instaura normas coránicas, que normatizan la vida diaria, como la vestimenta femenina, las mujeres obligadas a abandonar sus empleos deben ocuparse de sus hogares como propio es de los países musulmanes; asimismo, y sobre todo, la educación es intervenida para inculcar una formación coránica en la población francesa; hasta la célebre Sorbona modifica sus programas académicos y cambia su estatus por el de “Universidad coránica de la Sorbona”. En donde radica el quid del relato, por no decir la perfidia, que bien podría interpretarse como pericia del escritor, es que todos estos hechos ocurren ante la mayor indiferencia e impavidez de los franceses, sin oposición alguna de ilustrados ni intelectuales. La población acepta sin rezongos, y goza más bien de aceptación en la medida que el drama del desempleo disminuye –debido a las plazas liberadas por la población femenina recluida en sus residencias– y porque el país toma nuevos alientos económicos, gracias a la ayuda de los ricos emiratos musulmanes y de Arabia Saudita. Así las cosas, florecen los nuevos colaboradores del nuevo régimen, al estilo de los que tristemente aparecieron en la II Guerra Mundial para colaborar con el gobierno hitleriano; hay conversión de funcionarios públicos y muchos profesores abrazan el Islam en procura de dinero y mejora de sus puestos. Una ética que se confunde con las dádivas económicas. ¿Irreal en nuestro mundo contemporáneo? La mermelada que impunemente abunda por nuestras latitudes.
El malestar provocado es porque el libro considera posible que en Francia, donde la laicidad es de arraigo fuerte en la mentalidad ciudadana, ponga en entredicho y deje flotando la idea de que esta sacrosanta certeza podría cambiar; peor aún que sus gentes lo acepten pasivamente a cambio de mejoras monetarias, vendiendo fácilmente sus almas al diablo, al islámico. Es una puñalada insoportable para las mentalidades republicanas, por eso el debate se sitúa en el supuesto de que este escrito pudiese ser de carácter no ficcional sino anticipatorio. Todas las alarmas suenan para “crier au loup” (gritar: allá viene el lobo) como se dice en esas tierras.
Y desde el punto de vista de factibilidad de un estado islámico erigido en tierras galas ¿es posible que esto ocurra? Pues, suena muy difícil, aun imposible porque la población islámica francesa es inferior al 6% y ni siquiera hay un partido político que la represente, las intenciones de voto por un régimen de estilo musulmán no superaría el 3%. No hay un verdadero Islam político en Francia. Es decir, tal eventualidad no tiene asidero ni ideológico ni estadístico.
El escritor ha cogitado con detenimiento su novela para causar temor, ha eliminado la hipérbole, y por el contrario ha enmarcado su narración en una tranquilidad y aceptación insensible; así el efecto es de mayor contundencia. Hasta el título ha sido cuidadosamente escogido: sumisión. En árabe la palabra quiere decir sujeción al dios islámico. Muchas sumisiones sugiere el recuento novelístico. Es justamente esa tranquilidad sin sobresaltos de la narración la que produce el desasosiego en el lector francés, quien como reacción se estremece en nombre de los ciudadanos de la novela que no se rebelan.
Al libro, así como a su autor, la comunidad musulmana ha tildado de islamofóbico, título que el escritor rechaza enfáticamente, aduciendo que su novela es política ficción y que si un adjetivo es posible sería el de sátira. Lo cierto es que Houellebecq no tiene mucha (ni ninguna) afinidad con el Islam, en el pasado lo había tildado de la religión “la plus conne du monde” (la más idiota del mundo), a lo que añadió que esa religión era una aberración. Ciertamente no tiene simpatías por los musulmanes... difícil tenerlas...
Es un libro a no perder de vista: una lectura recomendada, así como la de Onfray. Châpeau a Monsieur Houellebecq, logró su cometido este gran virtuoso de la palabra y la sugerencia. El lector y luego la historia podrán responder a la intrincada pregunta de si este libro es provocación o premonición.
En todo caso Houellebecq, tal vez soterradamente, toma el caso francés para advertir que las religiones se preparan con su proceder, su adoctrinamiento a ultranza, su mucho dinero y su proselitismo asperjado a diario desde sus estrepitosos púlpitos, para tomar directamente el poder, y aniquilar la laicidad que con tanto esfuerzo hemos venido conquistando. Mensaje a no perder de vista cuando nos enfrentamos a las urnas.