Sobre profecías incumplidas y el hostil comentario de Alberto Bernal

Sobre profecías incumplidas y el hostil comentario de Alberto Bernal

"No soy profeta, pero tal vez en aquello que se empeñan en desacreditar las elites económicas y políticas esté la respuesta: la educación, las artes y las humanidades"

Por: Leonel Buelvas
febrero 20, 2018
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Sobre profecías incumplidas y el hostil comentario de Alberto Bernal

“Me parece que no les quedó claro: si usted estudia en bellas artes o antropología en la #Piedragógica y no tributa impuesto de renta, usted no tiene autoridad moral para quejarse o para bloquear @TransMilenio. Usted NO es nadie, usted no le contribuye a la sociedad. Ubíquese”

Este despectivo trino seguramente hubiese pasado desapercibido si no fuese porque sale de Alberto Bernal, economista y consultor habitual en medios nacionales e internacionales y columnista en el diario La República (Colombia).

El uribista consumado y neoliberal por antonomasia fue señalado en el 2006 por la revista Dinero como “uno de los profesionales más asertivos en las proyecciones económicas” y por otros medios como uno de los líderes de opinión más influyentes de la región. Y en esa medida, la misma revista Dinero lo rotuló como: “El joven profeta”. Y más justo no podía ser ese denominativo, más no por razones de alabanza.

Una consulta al diccionario nos dice que un “profeta” es quien tiene “el don de la profecía” o “quien, por señales o cálculos hechos previamente, conjetura y predice acontecimientos futuros”. Desde nuestra perspectiva cultural judeocristiana no se puede desligar la idea de profeta y promesa de la imagen de “la tierra prometida”. En ese sentido, Bernal es un ferviente profeta que promete la tierra prometida del capitalismo puro y duro, con todos sus valores.

En su columna El enfoque tiene que ser disminuir la pobreza afirma lo siguiente: “En mi opinión, la única opción que existe para evitar que en África sigan ocurriendo tantas tragedias atadas a la pobreza extrema es la de lograr que cada año se creen miles de nuevos millonarios en ese continente, para que estos se decidan a reinvertir su capital y de esa forma generen nuevas oportunidades para los más vulnerables.”

La “tierra prometida” del señor Bernal, como todo neoliberal, está en la creación de condiciones para que se desarrollen millonarios que brinden trabajo y oportunidad a las pobres masas, pero no pueden porque los empresarios y millonarios son víctimas de la “tiranía” del Estado a través de los impuestos. Sin embargo, esto contradice la realidad: mientras el número de millonarios ha crecido y casi controlarán la mitad de la riqueza en el mundo para el 2019, la desigualdad también lo ha hecho descomunalmente en todo el mundo, en una relación de causa y efecto. Si la mitad de la riqueza del planeta está en manos de un 1% de la población ¿Por qué la desigualdad y pobreza se ve disparada más que nunca? Deberían haber disminuido, según la lógica del Profeta.

Ahora, ¿por qué me he explayado en esto? Pues por lo siguiente. Analizar las palabras de un “profeta”, nos dice aquello que siguen los seguidores. Para personas como Bernal se contribuye a la sociedad en cuanto se tiene; se puede hablar en cuanto se tiene; se posee “autoridad moral” en cuanto se tiene; se es en cuanto se tiene. Bajo esa lógica, 7 millones de desplazados internos en el segundo país con mayor desplazamiento interno en el mundo, no tienen derecho a quejarse: tampoco estudiantes, ni desempleados, ni “parias” mucho menos.

El discurso del “profeta” está cargado de odio y prejuicio frente a quienes considera que no aportan a la sociedad. Como por ejemplo, aquellos  que estudian en Bellas Artes o en la “Piedragógica” (referencia a la Universidad Pedagógica Nacional); Pedagogía, Artes y Humanidades. Esto no es casualidad, ya sabemos que cuando los Estados “abrazan” las políticas neoliberales, las primeras –más no las únicas – en sentir los recortes de presupuesto, personal e inversión son precisamente estas ramas del saber. Lo son  precisamente porque desde ahí es que más se apuesta a desarrollar el pensamiento crítico, mucho más aún cuando se señala al estudiantado –ese sector que no es nadie y necesita “ubicarse”— según el profeta Bernal.

Desde el norte de Canadá hasta el sur de Argentina, desde Europa hasta Asia, en cualquier parte del mundo donde haya vestigios de democracia, la vanguardia estudiantil siempre ha estado ahí. Desde la lucha por los derechos afro, de las mujeres y los sectores LGTB, indígenas, trabajadores, en contra de las guerras, etc., no ha habido lucha social, y por los derechos de la humanidad, en que el estudiantado universal no se haya involucrado con férreas convicciones y críticas bien planteadas. No ha habido lucha en el S.XX y lo que va recorrido del S.XXI, en las cuales el estudiantado no haya derramado sangre por creer que un mejor mundo es posible.

Pero en la lógica a la cual Bernal pertenece con orgullo, y profetiza como verdad, se suscriben aquellos quienes piensan que la lógica del capital debe ser autómata consigo misma, casi abstracta. Sí, el comunismo (o una de sus corrientes, pero esto tomaría mucho más de lo que se puede abordar aquí) falló, pero la alternativa que estamos viviendo no es que sea muy exitosa. Y no lo digo yo, se podrían citar innumerables artículos científicos y académicos sobre la crisis económica y social que se vive y la relación con las lógicas del capital y sus sistemas como el neoliberalismo. Verbigracia, The Rethinking Economics y el New Weather Institute publicaron 33 tesis en el London School of Economics que cuestionan las ideas neoliberales en relación a su desconexión con un mundo cada vez más desigual, pobre y al borde del colapso ambiental.

El “monstruo del comunismo” de la Unión Soviética, como dicen muchos investigadores, hacía que los estados capitalistas invirtieran en políticas sociales. Acabada la URSS, se acabaron las inversiones sociales y se desmanteló, a merced de lo privado, la salud, la educación, el transporte, entre otros aspectos. No es casualidad la Ley 100 y los muertos en los pasillos de los hospitales por no tener dinero, o que los colegios públicos cedieran en calidad frente a los privados, que las pensiones sean inalcanzables, o que los aumentos del salario fueran irrisorios frente el aumento de los gatos del día a día (el transporte, por ejemplo).

De modo que no es casualidad que las protestas de “quienes no contribuyen a la sociedad” se disparen. Pero invirtamos la cuestión ¿Y qué está haciendo la sociedad por el estudiante, el desempleado, el sin hogar, la persona de pie? Quienes nacimos a finales del siglo pasado y quienes empiezan a vivir en este nuevo milenio nos encontramos en un planeta poco amable y sin promesa de un mejor mundo. Trabajar duro no es garantía de nada, la jubilación parece un cuento de hadas, cada vez invertimos más tiempo de un lugar a otro, la contaminación se dispara, las especies se extinguen y más. Los profetas del neoliberalismo nos prometen un mundo que se aleja cada vez más.

¿Y la alternativa? No soy profeta, pero tal vez en aquello que se empeñan en desacreditar  las elites económicas y políticas esté la respuesta: la educación, las artes y las humanidades. Tal vez ahí encontremos la salida a la promesa que no se cumplirá.

"Gonna take some time to do the things we never had" —Toto – África.

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