Los hechos bochornosos que hemos presenciado en este mes de campaña electoral por la Presidencia y el Congreso de Colombia nos colocan en un nivel paupérrimo de educación y formación política. Los derechos humanos proclamados por la ONU hace 70 años, introducidos en la Constitución colombiana hace 27, para nada han servido. Aquí lo que predomina es el fanatismo religioso, de todas las iglesias, y unas ideas anacrónicas de hace varios siglos. Vivimos como en la época colonial.
Me atrevo a colocarles mi experiencia juvenil como punto de referencia para comparar con lo que sucede hoy. La educación religiosa ocupaba una parte importante del currículo de enseñanza media: Dogma, Moral, Culto, Apologética, cuatro libros escritos por un cura de Pamplona (N. de Santander), Rafael Farías B, que debían ser estudiados, casi memorizados. Así que antes de mis 24 años, siendo apenas bachiller, nunca escuché interpretaciones distintas a las del cura Farías sobre la realidad circundante, la vida y los problemas fundamentales de la filosofía. Si no es porque se atraviesa en mi trabajo un abogado que me desasnara en esta cuestión, “ignorante por el mundo anduviera el infeliz”. Él no era docente en ejercicio, pero sí más erudito que todos los docentes del pueblito. Nos explicaba las leyes de la Dialéctica Marxista (corrección de la de Hegel), la evolución de las luchas de clases desde la comunidad primitiva, nos ponía a leer y comentar obritas cortas pero profundas, como el Manifiesto Comunista, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado, Leyes fundamentales de la Economía Política y otras más complejas: La Filosofía Materialista y el Materialismo Histórico.
Si al niño y al adolescente no se les explican las diversas interpretaciones de la realidad física e intelectual con todos sus problemas, más la variedad de cosmovisiones humanas, cómo pueden ellos aprender a pensar, objetivo principal de la educación, y cómo puede aprender a respetar las distintas opiniones acerca de los temas sociales, no de las ciencias exactas. Me alegraría comprobar que ya todo esto ha cambiado, mas, en vista de las opiniones de algunos jóvenes en relación con la problemática de Colombia y Latinoamérica, me resisto a creerlo.
Gran número de personas no aceptan la existencia de la lucha de clases ni el ateísmo como otra forma de interpretar la realidad espacial y vital, ni que la teoría creacionista es refutada por la evolucionista, ni que un gobierno burgués le sirve exclusivamente a su clase social sin importarle el resto de la nación, ni que las fuerzas militares defienden únicamente a los ciudadanos que ordene el gobierno no a toda la población, ni que vivimos siempre en una interminable batalla de ideas, tratando de buscar consensos mayoritarios acerca de cuál debe ser el mejor modelo económico y estatal y la mejor solución a tantos problemas que la sociedad humana debe resolver.
En Historia y Sociología la ignorancia es también abismal. De hecho, muchas personas desconocen: ¿qué hechos obligaron a conformarse las guerrillas?, ¿cuáles son sus proyectos de país o sus objetivos?, ¿por qué cuando un Estado no resuelve las necesidades de su pueblo, este tiene el derecho a alzarse en armas y cambiarlo?, ¿qué son los grupos militares paraestatales y quienes los financian y protegen?, ¿a cuáles clases sociales apoyan unos y otros?, ¿en qué se diferencian los movimientos guerrilleros que han existido en Colombia?, ¿por qué algunas guerrillas no se desmovilizaron en 1989 y 1990 y otras sí?
Sectores empobrecidos e ignorantes de la sociedad colombiana, que solo atienden a los gamonales, a los ricos, a los curas y pastores, a los medios burgueses, creen que las guerrillas no combaten al Estado sino que se dedican a secuestrar, asesinar policías y militares, destruir la infraestructura del país, traficar con drogas ilícitas, desplazar campesinos, y que los paramilitares sí son los verdaderos defensores del pueblo. Así lo demostraron en las manifestaciones recientes del candidato del partido de las Farc, Rodrigo Londoño, donde la furia antifariana se desbordó en insultos, en daños, golpes, y amenazas de muerte. Según explican los expertos en seguridad, aunque los instigadores de la violencia eran exmilitares y militantes de la extrema derecha, varios individuos manipulados y pagados actuaron en forma similar a los fanáticos enloquecidos de los equipos de fútbol: gritan, arrojan piedras a diestra y siniestra, no razonan en las consecuencias de su accionar vandálico y si es justo o no.
Este tema es muy extenso y el espacio limitado.