Hace pocos días fue tendencia una noticia que generó revuelo en los medios de comunicación, no solo del ámbito local sino, también, nacional. Todo por cuenta de una noticia que implicó a una de las más tradicionales universidades de Medellín: la Universidad Pontificia Bolivariana.
En su sitio oficial, a la usanza del pasado, al parecer, el departamento de Comunicaciones de esta institución publicó un manual titulado ¿Cómo vestirse para ir a la Universidad? De acuerdo con la información de algunos medios, lo que puso en la palestra pública una discusión sobre la libertad como valor fundamental fue lo siguiente: "Trata de usar ropa discreta, no hay nada más incómodo que distraer la atención de tus compañeros de clase y profesores, para eso te sugerimos evitar utilizar escotes profundos, faldas cortas o ropa muy ajustada al cuerpo". Un mensaje de urbanidad y buenas maneras, dirigido hacia las mujeres —y no hacia los hombres— que miran con fascinación las curvas femeninas.
Para quienes consideran que hoy las mujeres tienen un espacio definido en la sociedad y que su libertad es un hecho, después de tantas luchas, me pregunto: ¿acaso no es necesario continuar defendiendo nuestros derechos? O ¿realmente las discusiones de género han caducado en su interés por cuenta de los derechos conquistados? Es importante anotar que, realmente, la censura no está en el vestuario; la censura está sobre la condición femenina, en tanto ella es la visible incitadora de toda clase de miradas; no es necesario educar a los hombres, sino disciplinar a las mujeres. ¿De verdad hemos arribado con éxito al siglo XXI?
Sofía Ospina de Navarro, una de las mujeres más influyentes en la historia de Medellín en la primera mitad del siglo XX, quién publicó un manual de cocina que aún se conserva en nuestras casas y escribió algunas obras literarias; a su vez, publicó un manual de urbanidad llamado Don de gentes. Comprimidos de Cultura Social, en 1958. Hace sesenta años, doña Sofía escribía así: “No aproveches la calle para exhibirte y ser admirada. No menees las caderas con vulgaridad, ni destaques tus formas indiscretamente por medio de suéteres o trajes exageradamente ceñidos”. Si al leer estas palabras, usted ha sonreído o ha soltado una pequeña carcajada porque, tal vez, le parezcan hoy absurdas estas recomendaciones y hasta rayen en lo ridículo; ayer, para doña Sofía, hacían parte de una campaña necesaria para mantener la moral y las buenas costumbres en nuestra ciudad; “porque las reglas de urbanidad, ética y cultura” garantizaban mantener un orden social; sobre todo, para las mujeres, quienes tenían que demostrar con su comportamiento discreto, que aún no era el momento para hacerse sentir ni a través de sus ideas, ni a través de sus cuerpos; pese a que en 1958 hayamos ido por primera vez a las urnas en este país.
En 1940, llegaba hasta los Juzgados de Medellín, una mujer a interponer una denuncia por el delito de estupro. Este delito aparecía en el Código Penal de 1936, clasificado dentro de los delitos sexuales, por abusos deshonestos. Sin embargo, eran delitos que por su difícil comprobación porque la palabra de la mujer no era una prueba de confianza para el sistema penal, ni para la sociedad, en general; en la mayoría de las ocasiones, terminaban dando por cerrado el caso. En los testimonios que aparecen en este expediente, podemos ver cómo los testigos señalan a las mujeres como provocadoras e incitadoras y por lo tanto, se convierten en dueñas de su mala reputación.
“Después que conocí a Constanza en el paseo de que antes hablé, la pretendí como novia unos quince días, al cabo de los cuales suspendí tales relaciones […] por el modo de ser de aquella, es decir de Constanza, pues era mujer sumamente amplia, amiga de los hombres y a cualquier parte que la invitaban salía sola”. ¿Este testimonio parece descabellado, realmente, si lo leemos hoy? Todavía en 2018, las mujeres tienen, por cuenta de una herencia cultural, el peso de ser quienes deben mantenerse en cintura, para evitar el desprestigio, las habladurías o una violación. Aún hoy seguimos justificando las acciones en contra de la mujer. ¿Por qué sobre ella y no sobre las instituciones recae la responsabilidad de que la sociedad la respete? Sino se gana el respeto a través de su comportamiento o forma de vestir, debería asumir las consecuencias de las miradas o los toqueteos, en contra de su voluntad.
¿Cómo es posible que hoy estas “recomendaciones” de la Universidad Pontificia Bolivariana hayan sido publicadas, sin ningún tipo de “censura”? Antioquia es uno de los departamentos con mayor tasa de feminicidios —homicidios cometidos sobre las mujeres, por el hecho mismo de ser mujer—; y la mayoría de estos homicidios son perpetrados por su pareja o familiares. Es cierto que la condición de las mujeres ha cambiado, ahora las mujeres protestan dentro de las universidades, ya no por ser admitidas y tener el mismo derecho a la educación que los hombres, sino por cuenta de un llamado de atención que “las invita” muy cortésmente a no ser provocadoras y a desatar miradas que pueden interferir con el desempeño normal de las clases, por ser ellas, en sí mismas, un motivo de distracción ¿La solución es que nos dejemos de poner falda? Y qué tal si la sociedad, por fin, ¿se pone en nuestras faldas? Porque la violencia contra las mujeres hoy es consecuencia de seguir manteniendo viejos códigos culturales.