Quién lo creyera, don Temis. Nos está quedando grande esta vaina. Quienes lo mataron parece que no hablarán, pero tienen una voz potente, una voz ruidosa que da miedo. Esa voz se arroga la autoridad de ponerle una lápida en la espalda a quien quiera. Cuántos años llevaba usted cargando esta zozobra, este destino, y aun así no dejaba de soñar. Usted se había metido en la cabeza el anhelo de un país íntegro y respetuoso con todos, por eso vivía luchando, yendo de aquí para allá, gestionando proyectos y cuestionando a los estamentos corruptos. Hasta que los árbitros de nuestras penumbras se cansaron de sentirse incómodos y ejecutaron su sentencia.
Qué le vamos a hacer, don Temis. Cada día nos vamos quedando más huérfanos, más callados y más indiferentes. Aquí en el interior la noticia de su asesinato tan solo duró un par de días. Luego se fue diluyendo en esta maraña de enemistades y malas intenciones. A usted seguro le dolió la muerte de Genaro García, Jair Cortés y muchos otros, y aunque las balas provenían de extremos distintos, algo le decía que tarde o temprano llegaría su hora.
He visto la foto suya en un campo de fútbol —con más piedras que pasto—, con una agenda en la mano y en su mirada humilde, intacto el deseo de un país mejor. Muy probablemente usted también creía en el deporte como una forma de no violencia y sabía que una cancha para los niños de nuestra Colombia profunda lo es todo. Mire no más a nuestro Yerry Mina, con cuánta dignidad y honor pisó el césped del Barcelona, a uno hasta se le salen las lágrimas al verlo. Mina dijo: estoy con los pies en la tierra y con los ojos en el cielo. En cambio a usted le toca ahora lo contrario.
Pues sí, don Temis. Aquí estamos intentando no morir. Ya a usted le tocó en mala suerte ese título que los masacradores reparten sin pena: asesinato Honoris Causa. Imagínese, dicen que nos van a salvar de la ruina, con el pequeño detalle que nos matan. Ellos insisten en que los reclamos de los pobres frenan el desarrollo y para evitar la parálisis económica no dudan en recurrir a esa acción que ya se nos está volviendo un eufemismo: la violencia. Don Temis, su historia parece un cuento borgiano, pues por más que lo dejaron vivir unos años, sabían que desde el principio ya estaba muerto.
Pues don Temis, las cuentas dicen que con usted ya son 240 los líderes asesinados en 24 meses. Qué duras y frías son las matemáticas, pero en este caso hay que decirlo: eso da a razón de 10 personas por mes, o sea una cada 72 horas. Nos han quitado 240 voces de reconciliación, 240 oportunidades de paz, 240 rostros de un país feliz. Y a cambio tenemos 240 familias de esta Colombia hechas trizas, porque esa parece ser su estrategia, hacer trizas no solo la paz sino también nuestras posibilidades de ser felices.
Disculpará, usted don Temis, la tristeza de estas líneas. Disculpará también nuestros momentos de cobardía, pero jamás nos permita el olvido de sus sueños y anhelos.