Usted no está viviendo en la época en que Prometeo hizo la más universal de todas las ‘operaciones militares’ y en un asalto al cielo consiguió recuperar titánicamente el fuego que los Dioses del Olimpo habían usurpado a los pueblos de la tierra para colocarlo al servicio de su ordenamiento celestial.
Prometeo logró llegar hasta las Torres de Cristal donde Zeus vivía protegido plácidamente, mientras los terrícolas excluidos del progreso iniciaban el ciclo de los desplazados.
Al ser recobrado el fuego, se presumía que la felicidad volvería a ser rescatada, sin embargo, después de milenios de guerras, rapiñas y dominación encontramos que la lógica del capital ha vencido todas las dificultades para su total implementación en el globo terráqueo. El fuego nuevamente ha sido despojado.
Veamos el despojo universal: mercado total, cultura total, tecnología total.
No se trata de mirar con inocencia histórica el problema, de admitir felizmente que estamos interconectados, sino sentir que el peso económico de la explotación mundial es la causante de todas las perversidades.
Quienes piensen que la Casa global, propiedad de cien dueños y siete mil millones de inquilinos, viven sin ningún obstáculo están equivocados.
La resistencia mundial de los ciudadanos, los antiglobales, los herejes, los heterodoxos, los iconoclastas y los apóstatas no alcanzarán a suspender la fuerza que perturba la vida en el planeta.
Tan universal es el poder de los “dioses” que, pese a la reconquista del fuego por Prometeo, siguen apoderados del Olimpo y desde sus paraísos económicos continúan orientando la gobernabilidad, gobernanza como le llaman ahora, para esconder la explotación. Los enormes problemas ecológicos, no pueden ser subsanados por la ecodemocracia, las migraciones provocadas por las guerras, la corrupción y la precariedad de los gobiernos débiles han dejado sin piso las unidades nacionales y la acumulación financiera de las multinacionales ha hecho de las relaciones conflictuales un ingreso con diseño global.
Los grandes desgarramientos provocados por el mercado del agua y el petróleo no son ajenos a nuestros escenarios y aunque vamos a mitad del camino la disputa mundial de los mercados ha hecho que los países de América latina caminen entre la economía salvaje y las regulaciones del Estado, construyendo espacios para las economías de Rusia y China.
¿Dónde está la soberanía del sujeto democrático o neodemocrático que lidere la protección del escenario político en nuestras repúblicas?
No existe país que no se encuentre tambaleando históricamente, que no haya hecho desaparecer el concepto de representación popular y no se encuentre sumido en el desprestigio de su partidocracia. El discurso de nuestros gobernantes corresponde más a legitimación de las elites provocadoras del desastre que a la dignificación política puesta al servicio de las mayorías expoliadas.
Los gobiernos concentrados en la OEA, oficina internacional de los intereses norteamericanos, piensa más en la legitimación electoral, en la representación política, en la participación burocrática, en el concepto funcional de los partidos, gremios y parlamentos, que en la democracia económica.
Las altas agencias para el desarrollo, situadas en los países opulentos, como la Unión Europea, señalan que ochenta millones de los latinos viven en la miseria, mientras el desastre de la desigualdad es un estímulo para los fabricantes de pobreza.
La democracia es un canto de sirenas massmediático que nos seduce irremediablemente; de la radio, la televisión y la video política hemos hecho transito al WhatsApp y el paradigma político de la participación ciudadana es ahora virtual, donde los sujetos participantes no pueden observar las facturas que compran la conciencias nacionales.
Con la caída y la disolución del polo opuesto, de la contradicción mundial, el liberalismo, que devino en neoliberalismo, se quedó sin adversario, en una especie de oscuridad intelectual y no hay quien sostenga que hablar de progreso es una farsa y un sainete.
Muerto los conceptos de representación y participación popular como categorías salvadoras, no se observan nuevas experiencias políticas exitosas, ni nuevas formas de participación y pertinencia y las que han hecho irrupción, con modelos diferentes no han prosperado.
La purísima verdad, la pura realidad, la exacta dimensión histórica, es que la democracia liberal, con su generosidad asistencial amañada, ha mostrado sin pudor y decencia un modelo que se ha distinguido por la corrupción y el pillaje, en un acto de ratería económica que continúa afectando a millones de seres humanos que le han apostado al Estado de derecho, que en última instancia han convertido a los países en un encierro democrático.
Si la democracia participativa, de la cual nos ufanamos en nuestros países dependientes, es una de arquitectura averiada, observamos que sus planchas no son de acero, son de plomo ordinario, se han derretido antes de ser forjadas y como nuestros puentes y edificios emblemáticos la democracia, desde México hasta Chile, se ha derrumbado estrepitosamente.
Hasta pronto.