Entre la religión y la política, otro escenario de discriminación

Entre la religión y la política, otro escenario de discriminación

"Es un ejercicio más enriquecedor descartar a los candidatos por sus propuestas que por su sexo, raza o religión"

Por: Milena Castillo Rodriguez
febrero 08, 2018
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Entre la religión y la política, otro escenario de discriminación

Hace algunos días escuchaba en Todo Noticias, un programa de noticias de una emisora latina en Madrid, a su locutor Álvaro Hernández, escandalizado porque un candidato que tiene una orientación religiosa evangélica tiene posibilidades de llegar a la presidencia de Costa Rica. Hablaba de los peligros de la combinación política y religión, de las abiertas posturas conservadoras del presidente y del alto riesgo que supone la llegada al poder de una persona religiosa frente a los derechos de aquellos que no sean evangélicos.

Me llamó mucho la atención este tipo de discursos. Cambiamos de “objeto de odio”, pero seguimos discriminando igual que nuestros antepasados. Y es que ahora hablamos del riesgo que supone tener una orientación religiosa específica, pero: ¿usted no la tiene?

Estoy segura que sí. Puede ser musulmán, judío, católico o cristiano, por nombrar algunas de las principales religiones monoteístas; puede ser budista, hinduista, creer en la naturaleza como centro de vida, agnóstico, o más de moda, ateo. Si usted la tiene, ¿por qué otras personas con una orientación diferente a la suya deben ver disminuidos sus derechos?, ¿debemos pensar, creer y sentir igual? y para ser más sinceros aún ¿nuestras decisiones o ideas no están condicionadas por lo que creemos?

Escribo esto porque quiero hacer un llamado a convivir con respeto. A que la opinión de todos es válida y que aunque no estemos de acuerdo, no podemos lanzar “bombas” discriminatorias que buscan crear estigmas hacia un conjunto de personas que creen o actúan de forma diferente a la mía.

No podemos simplemente cambiar de “objeto de odio” porque entonces no avanzamos, seguimos siendo iguales que aquellos que creían que la mujer no tenía los mismos derechos del hombre o que las personas negras no debían tener el mismo trato que los blancos.

Buscamos demostrar al mundo su falta de humanidad al discriminar personas con orientaciones sexuales diferentes, por restituir los derechos de la comunidad LGTBI —los cuales también defiendo—, pero esto no tiene que ser a costa de restarle derechos a otros a que crean diferente. Se lucha por ganar libertades, no por moda. Se lucha por que haya espacios para todos, pero la vía no es quitándole derechos a otros.

Con todo orgullo me eduqué en la Universidad Nacional de Colombia, y una de las cosas que más me gustaba es que hay espacios para todos. Recuerdo que cuando entré muchos preguntaban si me adoctrinaban con pensamientos comunistas o si me iba a volver guerrillera.

Esos son esos estereotipos que hacen daño, que nacen de hechos aislados y descontextualizados, que no representan y que buscan generar divisiones y odios. Pensamos que la religión fue la causante de muchos males, y no, para mí fue el rechazo a pensar diferente. No caigamos a estas alturas en el mismo error.

Para volver al tema político, quien recuerde sus clases de historia recordará que la política y la religión han estado muy de cerca, y claro, en muchos capítulos, con resultados poco positivos. Sin embargo, nuestras leyes y nuestros sistemas democráticos han creado esquemas para proteger esa diversidad. En Colombia, por ejemplo, el estado es laico, y en España aconfesional, términos que buscan demostrar la separación entre el Estado y la iglesia, en este caso, la Iglesia Católica.

Esto significa que las personas pueden creer en lo que quieran y que el Estado les garantiza los mismos derechos. Ahora bien, no hay que ser politólogo para saber no es posible legislar en contra de las leyes de la constitución, que es la ley que prima sobre cualquier otra; y en la mayoría de las constituciones, por ejemplo, la colombiana, nos habla de la libertad de creencia y libertad de culto.

Entonces relájese, que si algún presidente, ministro o senador es ateo y usted es evangélico no pasa nada, y si es a la inversa tampoco. De ese problema ya se ocuparon nuestros antepasados, buscando crear estamentos jurídicos para sociedades armónicas donde quepamos todos.

Si un candidato no debe llegar a la presidencia por ser evangélico, mañana una persona gorda no puede llegar a un cargo público por no representar nuestro modelo de belleza. Con absolutismos así de absurdos empezamos. Creo que es un ejercicio más enriquecedor descartar a los candidatos por sus propuestas que por su sexo, raza o religión, cosa que ya nos la prohíbe la constitución.

Si esto es así, ¿por qué desinformamos? Los medios de comunicación tienen una responsabilidad en la educación y esos mensajes de miedo solo causan más divisiones.

Al locutor, mi llamado respetuoso a mostrar su desacuerdo e informar sin generar miedos en la población. A los lectores, mi llamado a pensar y a respetar a quien piense diferente. El llamado a tener la mente abierta sigue siendo para todos.

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