Martin Haselbök se atrevió en 1985 a fundar una orquesta sinfónica, nada menos que en Viena. Supongo que algunos lo tacharon de iluso. Treinta y dos años después aparece en Bogotá con su estupendo grupo, de unos ochenta músicos, para interpretar en el Teatro Mayor las nueve sinfonías de Beethoven en cinco sesiones.
Pude asistir a las audiciones del 31 de enero y del primer día de febrero cuando se oyeron la Sexta y la Quinta el primer día y la Cuarta y la Tercera, al día siguiente. No me referiré a aspectos específicos de cada sinfonía, no solo por motivos de espacio. Prefiero unos comentarios generales sobre el suceso musical.
El auditorio totalmente colmado muestra el buen trabajo que viene haciendo el director. La gran ovación con el público de pie al terminar la Quinta, simplemente es el efecto que produce en el oyente la más popular de las obras de Beethoven, que con su fuerza desafiante y su ritmo contagioso, cerró el programa del miércoles.
Bien escogido el cierre del jueves con la Tercera, obra famosa en la historia universal de la música, porque rompió los patrones que habían cimentado Haydn y Mozart. Su estreno en el palacio del príncipe Lobkowist, ante un selecto auditorio dejó sin respiración a más de uno de los asistentes. Las anécdotas al respecto abundan y algunos se atreven a atribuir al príncipe la frase, eso no es música. La primera interpretación pública en abril de 1805 genera esta reacción en uno de los críticos. ”Habría mucho que decir sobre si esta sinfonía ha gustado”. La longitud de la obra parecía excesiva y los aplausos fueron escasos. A pesar de todo al final de su vida respondiendo a una pregunta del poeta Kuffner, el compositor contesta. “La Heroica es mi favorita”. Y la actuación de la orquesta mejor en términos generales, especialmente en la sección de cornos, que evitaron las imprecisiones del estreno. Algún amigo, en el intermedio pensó que el director los había regañado. Vale la pena anotar que por tratarse de instrumentos sin válvulas como los modernos, su ejecución es más compleja.
Y, ¿quién es él? Haselbök, organista austriaco de fama internacional, nacido en un hogar en el que la música tenía prioridad. Dirige sin batuta. Elegante, no utilizó partitura. Demostró su talento como director, logrando un exquisito fraseo y logrando grandes contrastes sonoros en los momentos oportunos. Los “pianissimo” de orquesta fina matizaron el ímpetu de las composiciones. Sin duda alguna el grupo de cuerdas resultó destacadísimo. Cuando se escuchan los “pizzicato” de varios instrumentos (las cuerdas punteadas con los dedos) como un solo golpe, no hay duda que se trata de una orquesta de excelencia, además la perfecta afinación y el sonido al unísono en cada sección, cautivan al oyente.
Para terminar, es claro que no es lo mismo escuchar a esta orquesta que utiliza instrumentos de la época en los vientos y maderas, que a las sinfónicas modernas con cien integrantes. La diferencia es sutil, pero interesante musicalmente.