Los días de vacaciones nos permiten tomar —así sea por corto tiempo— el ritmo de vida que la “civilización” nos ha obligado a abandonar.
Y aunque el concepto de “veranear “ en el sentido de pasar una temporada aislado de la preocupación diaria ya no se usa, si es posible volver a costumbres como las de los juegos en sociedad y a la lectura de libros enteros de corrido.
Algunos de ellos han despertado mi envidia y mi admiración por sus autores.
Como columnista o “analista” se dedica uno a comentar el tema del día o a buscar e invitar al lector a que se interese por novedades o noticias que dan para las conversaciones o comentarios del momento. Otra labor es la de investigador que profundiza y se apasiona por el objeto de su interés: es en ese sentido que no solo admiración sino envidia produce la capacidad de crear obras como estas.
Una es la de Ciro Quiroz Otero Vallenato, hombre y canto escrito en 1983 pero que compendia mejor que cualquier otro la historia se ese pedazo de tierra y de folclor que tanto ha llegado a representar en el país.
Con motivo del aniversario de la fundación del departamento del Cesar y del centenario del nacimiento de Alfonso López Michelsen se revivieron historias y vivencias de tiempos viejos que hoy parecen “realismo fantástico”. A su turno, la pérdida de Leandro Díaz deja prácticamente huérfano el antiguo vallenato, el vallenato tradicional hoy avasallado por el que no nace de y para la parranda de amigos sino es montado como negocio de las disqueras y tiene su hábitat en las discotecas y las emisoras.
El trabajo de Ciro Quiroz en cierto sentido va en contra de lo simple, lo vivencial y poco sofisticado de la gente y de los mismos vallenatos pues es un tratado erudito que sería lo más contrario a ello; pero al mismo tiempo nos recuerda e ilustra —y en qué forma— que “lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado”.
El otro libro que despertó esos sentimientos de admiración y de envidia es el de José Vicente Mogollón Vélez, El canal del dique, historia de un desastre ambiental”.
Motivado y/o con el pretexto de la catástrofe sufrida por el desbordamiento del Canal del Dique que produjo la emergencia invernal, Mogollón vierte su pasión y su conocimiento de la historia y la geomorfología del Canal del Dique para ubicarnos en la terrible realidad que existe hoy.
Aclara que es un mito el cuento de que fue construido hace tres siglos por los españoles cuando la verdad es que en ese momento solo se construyeron dos y medio kilómetros para unir el río con la red de ciénagas entonces entrelazadas por caños permitían la conexión de Cartagena con el río Magdalena.
Las aguas marítimas subían en ese entonces hasta más de medio tramo de lo que se conoce con ese nombre, y hoy por el contrario las aguas dulces entran hasta kilómetros adentro en las bahías de Cartagena y Barbacoas.
Tan excepcional y privilegiada era la situación entonces que en contra de la legislación vigente en Europa y en particular de España como la nación más desarrollada de la época, a Cartagena de Indias se le otorgó el permiso de fundarse donde no existía un río para abastecer un acueducto y servir de alcantarillado.
Cuenta el autor (con detalles de fechas, medios usados y protagonistas de los desarrollos) cómo sucesivos dragados y rectificaciones produjeron ese cambio, y cómo al mismo tiempo las sedimentaciones no solo colmataban el canal mismo sino también las ciénagas que antes servían de vía fluvial y de ecosistema del cual vivían las poblaciones ribereñas.
Interesante la descripción de cómo evolucionaban las embarcaciones —por ejemplo copiando los champanes asiáticos— a medida que aumentaba el tráfico, cómo se agrandaba y modificaba el canal para adaptarse a ellas. O cómo la ciudad que en 1810 con 20 000 habitantes proclamó su independencia disminuyó a 10 000 en 1870, y renació cuando se volvió a hacer esa conexión por ferrocarril, después a su turno reemplazado por carreteras.
Pero todo este acerbo de información y estudio es para denunciar que el actual Canal del Dique es en la práctica un 97% obra del siglo XX sin ningún estudio sobre las consecuencias que, fuera de beneficiar el transporte podían darse. Más concretamente, que los trabajos de 1984 acá —dragado, rectificación y mantenimiento— abundaron en más de 60 % su caudal.
Lo que esto ha causado da el título al libro pues no solo explica el gran desastre de la inundación del 2010 por el “boquete de Santa Lucía” (que todavía tiene a decenas de miles de desplazados en campamentos esperando las soluciones que prometió el gobierno nacional), sino hasta qué punto es negro el inmediato futuro de las dos bahías y del parque natural de los arrecifes de las isIas del Rosario y San Bernardo.
En últimas enfatiza que desde entonces y hasta ahora los estudios, licitaciones y contratos para por lo menos mitigar ese negro panorama no se han concretado en nada.
Historia, tecnología, ecología, geografía, demografía, denuncia; apasionante y angustiante esta lectura.