Debo confesarles que cuando me senté a escribir esta columna, estaba dispuesta a darle palo, y duro, al “almanaque pintoresco de Bristol”. Sin embargo, siempre con la inquietud de tener un concepto menos pasional y dado que cada año lo veo en los semáforos desde que recuerdo mi existencia, les pregunté a mis amigos en Facebook qué opinaban y —la verdad— me sorprendí. Todos se refirieron al almanaque con cariño y casi con nostalgia de las abuelas.
Wikipedia dice que el almanaque pintoresco de Bristol es una publicación de la empresa Lanman & Kemp-Barclay & Co. Inc de New Jersey, EUA, para promocionar sus productos de jabonería y perfumería, y que se publica continuamente desde 1832, siendo muy popular en los países de Hispanoamérica y Brasil desde principios del siglo XX. Menciono esta parte porque hubo alguien que contestó: “Yo lo compro porque me gusta el Agua Florida de Murray”. Pensé que esos avisos eran parte emblemática de la diagramación histórica de Bristol, y llamé a la Droguería Rosas:
—Señor, hágame un favor, ¿el Agua Florida de Murray existe?
—Sí señora, —risa.
— ¿Qué pena, pero para qué la usan?
—Los señores, para después de la afeitada; las señoras para rociar la cama antes de acostarse y dormir bien, o todo el mundo se la aplica en las sienes para quitarse el dolor de cabeza. Se vende mucho.
Imagínense la sorpresa que me llevé.
Hice otro intento y pregunté por otro histórico producto:
— ¿Señor, qué pena, el Tricófero de Barry todavía lo venden? (Yo había escuchado cuando muy niña sobre él).
Muchas risas.
— Sí señora, —más risas.
Me sentí preguntando pendejadas, la verdad. Pero prefiero indagar, antes que quedarme ignorante:
— ¿Eso es para el pelo, no?
—Para la caída del cabello, sí señora, —más risas.
Ni pregunté más porque comencé a caer en cuenta de que este almanaque de semáforo era más importante y tradicional de lo que me imaginaba. Por eso, la pregunta puntual a mis amigos fue: ¿Quién de ustedes compra o ha leído el almanaque pintoresco de Bristol? ¿Qué opina? En menos de cinco minutos ya tenía 29 interacciones y un montón de “Me gusta”, y siguieron llegando. Descubrí por qué no en vano vende ¡cinco millones de ejemplares al año!
“Mi abuelita todos los años lo compraba, y lo consultaba cada día, en especial para saber las fechas de cuarto menguante para podar sus matas”.
“Lo compro por tradición materna” o “como homenaje a mis abuelas quienes lo seguían mes a mes. Ubicaban las fases de la luna para sembrar las matas, o guiarse para sembrar los cultivos en el campo”.
“Siempre fue guía de mi papá. En mi casa se compra anualmente”.
“Después de leerlo, se sentía uno un sabio y descrestaba a los amigos con datos rebuscados pero precisos, y con el chiste genial del mes”.
“A mi me lo regalan todos los años. Me sirve para saber fases lunares, santoral, una que otra edición trae información que me gusta. Lo de los chistes sí ha sido flojo toda la vida y de un par de años para acá las viñetas están asquerosas. De 49 años que he vivido no recuerdo uno en que no haya tenido un Almanaque Bristol cerca”.
Para muchos funciona para definir cuándo cortarse el pelo; también para las fiestas santas; el horóscopo fue calificado como infalible y a algunos les fascina la tragicomedia en ocho cuadros. El almanaque de Bristol tiene sección de frases célebres y una titulada “Ríase si quiere” de la que de este año solo rescato: Anuncio clasificado: Caballero dueño de una hacienda desea conocer chica que tenga tractor, favor de mandar foto del tractor. Elemental, pero bueno.
Pero las sorpresas siguieron. Para mi vergüenza, alguien comentó que en la escala literaria estaba por encima de Gabo, de Cervantes, y hasta de Condorito y de El Espacio; no dudo que en ventas… Volví a investigar y efectivamente, por su popularidad el Bristol es mencionado por Gabriel García Márquez en La hojarasca y El amor en los tiempos del cólera, así como en sus memorias Vivir para contarlo. También Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Miguel Ángel Asturias y Napoleón Rodríguez Ruiz. De hecho, nuestro Germán Arciniegas señaló: “Mi curiosidad literaria, como la de casi todos los de mi generación, no nació de haber caído en mis manos ni Homero, ni Cervantes, ni Virgilio, sino el Almanaque de Bristol”.
Todo lo anterior no significa que no les diga lo que pienso de este almanaque hoy. No importa que su impresión sea barata, en papel periódico ni con diagramación de antaño, pero no hay nada que me moleste más que la falta de ortografía. Lo que sí me alegra es corroborar que los colombianos —y más allá, los latinos—, somos muy de afectos y queremos la tradición; eso está bien. Pero, ¿saben una cosa? Aunque el Bristol no es caro, los tres mil pesos que me costó, como decía mi mamá, ¡me los como en cucas!
P. D. Aquí les dejo una recomendaciones que me hicieron para averiguar más sobre el almanaque Bristol:
El Bristol Cosecha la Tradición
—Buscar en el Miami Herald sobre su historia.
—Un capítulo de “Los puros criollos”, en Señal Colombia.