La muerte de Cobo, un falso positivo

La muerte de Cobo, un falso positivo

En Tamalameque (Cesar) nadie entiende cómo William Ortiz, un joven reconocido por la comunidad y que sufría un retraso mental, terminó muerto en un supuesto combate

Por: WLADIMIR PINO SANJUR
enero 31, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
La muerte de Cobo, un falso positivo
Foto: Archivo Semana

Frente al ataúd, Gertrudis Pérez, en medio de la conmoción y el dolor buscaba una explicación de por qué su hijo yacía sin vida dentro de aquel féretro. No había explicación lógica de los hechos, solo el titular de un periódico que pasaba de mano en mano en aquel velorio de la casa de Palma en el barrio el Machín.

Gertrudis, desconsolada, recordaba a su hijo William, quien era el menor de 3 hermanos. Él era el más enfermo, el más independiente y al que los médicos a la edad de 2 años le detectaron cierto retardo mental que le impedía la motricidad en el brazo y pierna derecha, y le generaba problemas de habla y comprensión. Por ser una mujer viuda, de escasos recursos, se resignó ver crecer al pequeño William, Cobo como lo apodaron desde niño. Sin embargo, sus limitaciones motrices y cognitivas no fueron obstáculos para que Cobo llevara una vida feliz en medio de la pobreza.

Volviendo al funeral, la vieja Gertru lloraba desconsolada a gritos, recordando a su hijo muerto —en su mente aquel niño que golpeaba una llanta de bicicleta con una vara de totumo simulando un carro imaginario, hablaba con amigos que nadie veía y se entretenía en un mundo que solo él conocía—.

Los vecinos no entendían cómo había ocurrido tal hecho, puesto que Cobo era querido por todos en el pueblo. De hecho, aun en sus calles se sienten sus pasos deambulando, arrastrando su pierna derecha, se ve cómo llevaba su mano semimuerta pegada a la barriga y su cabeza de cabellos enredados. Su figura aparece como un fantasma en todas las esquinas con su sonrisa de hiena.

La madre, quien había sufrido un desmayo, se encuentra en una mecedora en el patio, donde su hermana le unta menticol en la frente y el cuello; mientras tanto en la sala y en la puerta de la calle los acompañantes hacen la remembranza de la vida de aquel que habían traído en un cajón desde Chiriguaná. Cobo nunca fue a la escuela y mientras que los niños de su edad iban a las clases, él se dedicaba a recoger ropa vieja en los hogares prestantes, ropa para que la lucieran sus hermanos y su mamá.

Además, en las tiendas le regalaban panes y gaseosas, y él a cambio recogía basura y hacia mandados, pero sobre todo alegraba cualquier mañana con sus disparates. Su caminado característico y su habla enredada eran motivo de risas y jolgorio, los mayores eran felices incitándolo a decir piropos a las mujeres para reírse de sus palabras distorsionadas. En la medida que Cobo crecía fue mostrando sus gustos y aficiones, desde muy niño admiró a los soldados, a los que seguía con cariño.

En el velorio Lorenzo, el policía, afirmaba que a Cobo lo atraía el color verde camuflado, por ello donde estaban los soldados ahí estaba Cobo, haciendo mandados y hablando disparates. Por sus ocurrencias era bien recibido, aunque al principio se mostraban temerosos.

En la base rotatoria que el ejército utilizaba para acampar, permanecía la mayor parte del día. Jamás se le dio por tomar un arma, pero si era incisivo con los soldados para que le regalaran uniformes. Los pobladores lo recuerdan vestido de camuflados y unas botas dañadas.

Hoy la tristeza de Gertrudis, que llora sin consuelo, contrasta con la sonrisa de Cobo cargando el Santo Cristo en la procesión. Su imagen con un pantalón camuflado corto y una chaqueta militar de mangas rasgadas difícilmente se olvidará. Tampoco, como en medio de la marcha católica gritaba con emoción ¡la Vrigen¡, ¡la vrigen¡ y señalaba el santo que llevaba en sus hombros. Para él todos los santos se llamaban “La Vrigen”, así lo pronunciaba.

Este velorio frío y triste dista mucho de su personalidad, decía Pantaleón el tendero, mientras contaba a los presentes la última vez que lo vio bailando la ronda del porro, con su mano derecha semimuerta pegada al pecho, su pie derecho a rastras, buscando el ritmo del bombo y las trompetas; acompañaba la voz ronca del cantante con su tartamudez inocente, en la rueda del cumbión se movía sin pareja, con una sonrisa, dejando ver sus dientes roídos; la única mujer osada en abrazarlo esa noche fue Berta la hija de la que vende los bollos, a quien no le importo su olor a decidía, debía ser porque olía igual o peor que él; ella lo abrazaba haciendo pases inéditos, un tanto vulgares y chistosos.

El cura que acababa de hacer el tercer rezo de la noche, conversaba con uno de sus parientes y reía mientras se hacía imágenes de Cobo, le contaba a su contertulio que el monaguillo lo dejaba entrar a la iglesia y él le llevaba una flor de coral a la virgen del Carmen (La Vrigen como el la llamaba). Al primer descuido se subía al campanario y tocaba las campanas confundiendo a los pobladores de Tamalameque quienes pensaban que se trataba de dobles anunciando muertos; en una de esas bromas, logro confundir al pueblo, puesto que el alcalde se había accidentado y el pueblo creyó que los dobles eran por su fallecimiento.

El cura que lo conoció bien, recordaba ahora entre risas y lágrimas al Cobo de los velorios, quien deambulaba la casa del difunto, haciendo reír a los asistentes, en otro momento se paraba frente al ataúd, con la mente ida mirando el cadáver; en las misas de muerto era el primero en llegar, a la hora de la eucaristía el cura se hacia el loco cuando lo veía en la fila de comulgar, siempre tenía pan o confites para hacerle creer que le daba el cuerpo de Cristo.

El viejo Chema,un conductor de los carros de pasajeros de Tamalameque al municipio de Pailitas, observaba el cadáver, llorando en silencio. Lamentaba el día en el que se le ocurrió montarlo de ayudante en su carro de pasajeros. Jamás pensó que ese hecho generara toda esta tragedia: él subió a Cobo a su carro, primero como una forma jocosa de atraer pasajeros y posteriormente como una ayuda real, puesto que Cobo por su fuerte cuerpo y su descomunal fuerza era útil para cargar bultos y equipajes. Esto hizo que Cobo no fuese solo famoso en Tamalameque, sino también en Pailitas, aunque en este municipio tuvo problemas con los paramilitares por el atuendo militar que siempre utilizó, pero al poco tiempo dejaron de molestarlo al darse cuenta de su condición de retrasado mental.

Gertrudis vio a su hijo por última vez el domingo pasado, cuando lo vio encaramado en el carro del viejo Chema gritando ¡Tailas, tailas, tailas¡ Hoy miércoles recibe su cuerpo sin vida en un féretro de caridad. Nadie entiende cómo Cobo terminó muerto a bala en un combate entre la guerrilla de las Farc y el ejército en zona rural de Chiriguaná (Cesar). Tampoco se entiende por qué el general de la Policía declara que fue exterminado el comandante William Ortiz Pérez, alias Cobo, quien al frente de 30 hombres fuertemente armado instigaba la población de Chiriguaná y fue repelido por las fuerzas del orden.

Sigue a Las2orillas.co en Google News
-.
0
Nota Ciudadana
Caricatura: Atentado contra Trump

Caricatura: Atentado contra Trump

Nota Ciudadana
La guerra en Colombia: una herida que debe sanar

La guerra en Colombia: una herida que debe sanar

Los comentarios son realizados por los usuarios del portal y no representan la opinión ni el pensamiento de Las2Orillas.CO
Lo invitamos a leer y a debatir de forma respetuosa.
-
comments powered by Disqus
--Publicidad--