Los señores feudales se creían con la potestad de mantener relaciones sexuales con cualquier sierva de su feudo. En nuestros tiempos se identifica como abuso de autoridad. En América Latina esta expresión se refiere a diversas prácticas sempiternas de abuso y esclavitud sexual realizadas por un superior jerárquico, como terrateniente, administrador de hacienda, gamonal político o empleador, en contra de féminas en condición de subordinación u obediencia. Casi siempre las abusadas son indígenas, campesinas, trabajadoras domésticas o subalternas. Claudia Morales fue sometida como tal por su agresor jefe.
Eran prácticas toleradas socialmente, siendo el común denominador el que un patrón o autoridad ejerciera impunemente tal conducta, entendida como su derecho tradicional adquirido informalmente. El señor feudal hacía ver su condición de hegemonía, imponiendo que las mujeres eran siervas por excelencia y que ese era su principal rol, por encima de ser esposa o hija. Por lo que antes que obedecer al esposo o al padre, debían someterse a su amo. La costumbre medieval de violar a mujeres de estamentos inferiores volvió a surgir con el caso de la periodista Morales.
A pesar de que Fernando el Católico, Rey de Aragón en 1486 decretó La Sentencia de Guadalupe con la cual se eliminaba “El derecho de pernada” y “dictaba tajantemente que nadie en señal de poder podía dormir con la esposa del campesino, ni pasar por encima de ella cuando estuviera echada en la cama”; este acto de dominación machista, social y criminal lo trajeron los conquistadores españoles a América. Y aún subsiste en la mente de algunos poderosos, cuyas formas de pensar siguen ancladas en el pasado.
El dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo fue famoso por ejercer el derecho de pernada. “Él” suponía que poseer sexualmente a cualquier mujer en condición de inferioridad ennoblecía a ésta. En el relato de la periodista Claudia Morales sobre su violación, el agresor se siente con ese derecho y esas ínfulas cuando ella narra: “Alguien golpea en su habitación. Ella mira por el rabillo de la puerta, es su jefe. Abre, 'Él' la empuja”. Etimológicamente la palabra pernada significa empujar a la novia del siervo sobre la cama y pisarla, en señal de superioridad.
Cuando Claudia escribe: “Con el dedo índice derecho le ordena que haga silencio. Le hace preguntas rápidas mientras la lleva hacia la cama. Ella, que siempre tiene fuerza, la pierde, aprieta los dientes y le dice que va a gritar. 'Él' le responde que sabe que no lo hará. La viola”. Típico caso del señor feudal o hacendado que consideraría una negativa a sus pretensiones por parte de la víctima como un acto de rebeldía frente a su autoridad y poder sobre sus siervos.
Es frecuente la indefensión y el silencio de las víctimas que aunque no consientan el hecho, carecen de medios para defenderse. Situación muy similar cuando el hijo del patrón va al cuarto de la empleada del servicio; el acto en sí va acompañado de una coacción mucho más profunda, así lo expresa Claudia: “Cuando fui violada, además, vivía con mi familia una situación de dolor profundo, mi papá estaba en una posición laboral que yo debía proteger y mi vida profesional era incierta”.
En Suecia se evaluaron los casos de 298 mujeres asaltadas sexualmente y se demostró que experimentaron un estado de parálisis involuntaria, llamada inmovilidad tónica durante la violación; especialmente si la situación se da al amparo de las relaciones sociales desiguales entre patrones y trabajadoras. Por eso es que “Ella, que siempre tiene fuerza, la pierde”. En casos como el ocurrido a Claudia Morales, las mujeres se someten a la penetración porque, eso es lo que más lejos las mantiene de una escena sexual o afectiva.
