La historia de Cataluña como es vivida por amplios sectores de esa región ha girado en gran parte sobre la nostalgia de un pasado que procura hallar la propia autenticidad a través del nacionalismo y en diferentes variantes que van desde la derecha a la izquierda, pasando por los diferentes matices de estas ideologías. Siempre con una constante, la afirmación de una “peculiaridad” catalana frente al “resto” de España que recuerda un tanto la Parábola del rico epulón y el pobre Lázaro, siendo los “lázaros” los más pobres de España.
Caído el imperio romano Leovigildo (573-586) procuró desde ese momento lograr una integración “racial” y la unificación del territorio, empresa que se extendió durante toda la Edad Media hasta nuestros días. El rey autorizó los matrimonios entre la población visigoda y la hispanorromana, convirtió el derecho personal en derecho territorial, trató de poner fin a las numerosas guerras civiles que surgieron de la monarquía electiva vinculando el trono a su familia.
Leovigildo trató de restaurarle a Cataluña lo perdido durante las crisis de los siglos III y IV por Barcino, Tarraco y Gerunda principalmente siguiendo las políticas de Ataúlfo de superar la marginación que los romanos habían establecido frente a los visigodos, lo que dio lugar a la rebelión visigoda. Recaredo lograría la unificación religiosa al convertirse al catolicismo en 587, religión que había entrado a Cataluña en el siglo III. Chindasvinto y Recesvinto lograrían la unidad jurídica con la expedición del Liber Iodiciorum (Fuero Juzgo) que dispuso suprimir las diferencias que aún quedaban entre visigodos (unos 200.000) e hispanorromanos (cinco millones). Para algunos esa minoría fue la que le dio su peculiaridad a lo “catalán”.
Ver: El epulón de Catalunya (I)
Las numerosas guerras civiles que trajo la monarquía electiva a finales del siglo VIII acabaron con el llamado Estado Visigodo en el siglo IX al llamar los hijos de Witiza a los guerreros del Imperio Omeya para que les ayudaran a afianzarse en el poder. Los musulmanes, unos 80.000 penetraron la Península por el norte de África derrotando al rey visigodo Roderic (Rodrigo) en la batalla de Guadalete, con la ayuda de visigodos rebeldes. Solo en las montañas del norte de la Península hubo alguna poca resistencia. La debilidad del reino, dividido por las guerras civiles de sucesión, la prepotencia peculiar de la aristocracia visigoda frente a los hispanorromanos , el pacifismo cristiano, la no persecución de los “colaboradores” , el oportunismo de los señores dominantes vernáculos, la “premiación” de poder practicar el cristianismo los no musulmanes les permitió a los árabes y yemeníes imponerse en gran parte de la Península con la excepción de los valles cantábricos, y pirenaicos catalanes y algunos enclaves de nobles visigodos que pagaban tributos a los árabes. Para el 718 solo en algunos sitios como Tarragona se opuso resistencia al invasor.
En el lado pirenaico oriental el Imperio carolingio le hizo frente al musulmán bajo la caballería pesada de Carlos Martel en Toulouse (1721) y en la gran batalla de Poitiers (732). Inmediatamente fue creada por los carolingios la denominada Marca Hispánica para delimitar una frontera meridional con Al-Andalus y por el norte las comarcas pirenaicas de Gerona y Barcelona, organizadas en condados dependientes del rey franco.
En los Pirineos y la cordillera cantábrica, nobles visigodos iniciaron la resistencia al Islam. De la siguiente manera: El reino asturiano (i); el núcleo navarro de Pamplona, el más poderoso estado cristiano de la Península (ii); el núcleo franco de Carlomagno (iii). Este último logró ocupar o hacer reconocer su autoridad en una franja al sur del Pirineo, en la llamada la Marca Hispánica, constituida por los condados de Aragón, Ribagoza, Pallars, Urgel (789), Cerdaña, Ampurias, Germa (785), Ausona y Barcelona (801) organizada bajo los principios del naciente modelo de feudalismo franco. Esta Marca se diferenció de las otras marcas carolingias porque se organizó en diferentes condados dependientes del rey franco conservando cierta autonomía.
Mientras tanto la cultura musulmana (mozárabe) tomó preponderancia sobre la cultura latina y vino una asfixia cultural, una presión fiscal y atropellos contra los mozárabes o cristianos de las ciudades mantenidos fieles al cristianismo. La actitud de la mozarabía fue no solo de reafirmación religiosa sino de nacionalismo político.
Por su lado, los muladíes o campesinos cristianos, entraron en insumisión a principio del siglo IX.
Los estados cristianos del norte se fueron haciendo fuertes y se repoblaron para hacerles resistencia a los musulmanes. A finales del siglo IX, el monarca carolingio Carlos el Calvo designó a Wifredo el Velloso (muerto en 897), conde de Cerdaña y Urgel (870) y conde de Barcelona y Gerona (878) para que reunificara la región catalana. Con esta acción de facto se independizó el territorio pirenaico peninsular del imperio carolingio iniciando el repoblamiento de las comarcas de Ripoll, Berga, Vich y Manresa llenando el vacío poblacional existente entre el condado de Barcelona y el de Urgel-Cerdaña. Wifredo transmitió a sus hijos el gobierno de sus territorios de manera directa –primera vez que esto se daba- siendo solo un conde. Lo obligó a ello la crisis del Imperio y varias rebeliones de los gobernantes locales de las fronteras. El reparto de territorios debilitó un tanto la unidad, pero no afectó la estrecha relación entre Barcelona, Gerona y Osona ciudades que se repoblaron.
Durante el siglo X los condados catalanes se hicieron bastante independientes del Imperio carolingio debido a que este se debilitaba por numerosas guerras civiles e intrigas por la sucesión del trono. Hechos que fueron aprovechados por el conde Borrel II para negarse a juramentar fidelidad al primero de los capetos. A partir de este momento se continuó con las políticas de repoblamiento de los territorios con gente traída del sur de Francia, que habían quedado bastante vacíos por la fuerza de la invasión musulmana. A los nuevos habitantes se les fue dando cada vez más la calidad de “alodios” o de pequeños propietarios agrícolas libres con cierta autarquía en un consumo limitado solo al núcleo familiar.
Almanzor redujo los estados cristianos a la impotencia sobre todo el de León y devastó las principales ciudades cristianas de Barcelona y las costas catalanas pobremente defendidas por el conde Gausfredo I de Ampurias y Rosellón, Zamora, Coímbra, Santiago de Compostela, entre muchas más; solo se salvó el reino de Navarra. Sin embargo, el califato cordobés no logró afianzarse territorialmente. A la muerte de Almanzor el califato de Córdoba estalló -en 1031- en casi medio centenar de pequeños principados o Taifas, gobernados por dinastía locales.
Sancho III el Mayor, rey de Navarra (1000-1035) se hizo el más poderoso soberano de la península al heredar Navarra y Aragón. Incorporó varios condados, arrebató tierras a León, logró que los condes de Barcelona, de Gascuña y el rey leonés le reconocieran una primacía honorifica. Desarrolló la economía de las regiones septentrionales de la península. Entre ellas la de Cataluña donde se desarrolló la sociedad feudal por obra de las presiones señoriales para imponer lazos de vasallaje con la sumisión de los alodiales por la fuerza de mercenarios. Terminarían convertidos en siervos sometidos al señor. Mejor, a los señores.
En general el siglo XI vio debilitarse el poder de los condes pirenaicos por obra de la división de los territorios en cientos de señoríos que prefigurarían la sociedad y el Estado feudal con todo su nominalismo, divisionismo en partes inconexas y un juego
de fidelidades frágiles. Sin embargo, más tarde se impondría el conde de Barcelona.
Sancho desmembró los dominios entre sus hijos, surgiendo los reinos de Aragón y Castilla. El primer rey de Castilla Fernando I (1035-1065) expandió sus dominios castellano-leoneses. Igual hicieron los reyes de Navarra-Aragón. Los condes de Barcelona ocuparon el campo de Tarragona. En general los territorios cristianos se fueron fortaleciendo para la lucha futura de expulsión de los musulmanes. Alarmados, los reyes de Taifas llamaron a los Almorávides y estos hostigaron a los reyes cristianos, conquistaron los reinos Taifas y reunificaron la España musulmana.
Los jefes árabes fueron atacados por el caballero castellano Rodrigo Díaz de Vivar, El Cid Campeador, señor de Valencia. Se desató así el espíritu de la Reconquista a fines del siglo XI y principios del siglo XII. Esta empresa fue percibida como si fuese una cruzada europea que debía terminar con la expulsión de los musulmanes. Lo que estaba acorde con el ideal “europeizador” de los monarcas al establecer ellos el rito romano para aproximarse a la Europa occidental. La aculturación tuvo éxito salvo en Cataluña, donde siguió prevaleciendo el rito visigodo como una manifestación más del particularismo catalán.
Las primeras décadas del siglo XII fueron de mucha actividad en los Estados pirenaicos. El conde de Barcelona Ramón Berenguer III (1096-1131) dirigió una expedición contra las Baleares y por su matrimonio con la condesa Dulce incorporó Provenza a sus dominios. Se continuaba así el triunfo de Ramón Berenguer I sobre los señores feudales, al igual que la obra unificadora de Ramón II. Luego el conde barcelonés Ramón Berenguer III (1082-1131) incorporó el condado de Besalú por una alianza matrimonial (1111), recibió en herencia el de Cerdaña (1117) y se apoderó por la fuerza del condado de Ampurias (1123-1131); incursionó en la Provenza, que luego legaría a su hijo Berenguer Ramón.
Ramón Berenguer IV (1131-1162) al contraer matrimonio con Petronila, hija del rey-monje Ramiro II unió el condado de Barcelona con el reino de Aragón. Ambos territorios pasarían más tarde a ser parte de la Corona de Aragón. Sin embargo, sin fusión o integración. Cada titular de alguna forma de poder poseyó el suyo en forma independiente manteniendo los dominios del título sus propias instituciones y legislación. Una reafirmación más del particularismo catalán. Ramiro, delegó en Ramón el gobierno de Aragón y se retiró a un convento. Se dio una unión dinástica pactada en la cual cada territorio mantuvo sus propias leyes, costumbres e instituciones, respetadas estrictamente por los monarcas reinantes. Pero, en opinión de algunos estudiosos, Barcelona siempre llevó la realidad del poder entre 1162 y 1412 al otorgar marquesados repoblados en Tortosa, Amposta y Lérida, es decir, en la llamada Cataluña Nueva.
El hijo de Ramón IV y Petronila, Alfonso II (1162-1196) pudo titularse rey de Aragón y conde de Barcelona y también emperador de los Pirineos teniendo en cuenta que su soberanía era reconocida en ambas vertientes de la Cordillera. La unión de los
condados catalanes y del reino de Aragón siguió operando dentro de una peculiaridad en forma de confederación, régimen que sería aplicado a los territorios posteriormente conquistados de Mallorca, Valencia, Sicilia y otros. Fue una tendencia integradora del noreste que fue asegurada por medio de pactos de delimitación territorial suscritos con el reino de Castilla, que servirían de base al arrebatamiento de nuevos terrenos a los musulmanes. Por su lado Alfonso VII (1126-1157), rey castellano-leonés, hizo todo lo contrario al disgregar sus dominios separando a León de Castilla.
Cataluña se aprovechó de la desintegración del imperio almorávide en taifas y se tomó a Lérida y Tortosa. Los Almohades de Marruecos se tomaron a España derrotando a Alfonso VIII de Castilla (1158-1214). Luego los reyes de Castilla, Aragón, Navarra y Portugal derrotaron a los almohades en las Navas de Tolosa (1212) y así se vino abajo el poder musulmán en la Península.
Durante la Baja Edad Media los monarcas cristianos continuaron derrotando las taifas. Sobre todo con Jaime I, el Conquistador (1213-1276) quien hizo vasallos a los musulmanes de Menorca y conquistara Mallorca (1229-1230), Ibiza (1235), el reino de Valencia (1233-1253) y creara el latifundismo con lo cual los nobles castellanos adquirieron gran poder económico, lo que traería disturbios posteriormente. También rodó los límites señalados históricamente por la Asamblea de Paz y Tregua, base de las Cortes catalanas en beneficio de lo que sería más tarde el Principado de Cataluña.
La Reconquista concluyó mediando el siglo XIII, pero el reino musulmán de Granada perduró hasta 1492. Los reinos hispánicos se comenzaron a desarrollar. La confederación catalano-aragonesa se expandió dada vez más por el Mediterráneo; Portugal lo hizo por el Atlántico. Castilla no pudo hacer igual por sus guerras civiles y luchas internas.
La Corona de Aragón se expandió por el Mediterráneo gracias a las burguesías mercantiles de las ciudades marítimas (principalmente Barcelona) y a sus reyes. Pedro III el Grande (1276-1285) incorporó en 1282 la isla de Sicilia a la Confederación pese a la oposición de Francia -que atacó Cataluña- y de la Santa Sede. Alfonso III el Liberal se apoderó de Menorca. Jaime II (1291-1327) obtuvo del Papa la investidura de Córcega e invadió Cerdeña. Con él la Corona alcanzó el mayor poderío económico en la Edad Media. Los reyes cristianos se dividieron el norte de África en zonas de influencia.
Pedro IV, el Ceremonioso (1336-1387), reincorporó a la Corona catalano-aragonesa el reino de Mallorca-Rosellón, se tomó Cerdeña, se anexionó los ducados de Atenas y Neopatria y puso fin a los privilegios de la nobleza aragonesa. Sin embargo hizo eclipsar el esplendor de la Corona de Aragón por los numerosos conflictos bélicos que desató. Cataluña se agotó en su economía mercantil a causa de las largas luchas contra Cerdeña, las guerras con Génova y la peste negra desde 1348. A Valencia le fue mejor. Castilla prosperó gracias a la ganadería lanar exportadas a Flandes, la aristocracia se fortaleció, al igual que la alta nobleza. A destacar el gran logro que obtuvo Cataluña al crear la Diputación General de Cataluña o Generalidad de Cataluña en 1365.
La muerte del rey Martín el Humano en 1410 sin heredero ni señalamiento de sucesor, desató una grave crisis sucesoria con enfrentamientos entre varios aspirantes al trono. La dinastía castellana de los Trastámara sacó partido de estos conflictos e impuso a su candidato, Fernando de Antequera, nombrado monarca de la Corona por el Compromiso de Caspe (1412). Con él ingresa el idioma castellano en Cataluña.
Los Trastámaras buscaron la unidad peninsular siendo adalid Fernando I de Antequera designado rey de Aragón por Valencia, Aragón y Cataluña dando así comienzo a la unificación de la Península. Alfonso V, el Magnánimo (1416-1458) hijo de Fernando de Antequera formó un imperio mediterráneo al tomarse el Reino de Nápoles (1443), las Baleares, las islas del Egeo pero descuidando lo peninsular lo que trajo levantamientos de los payeses de remensas catalanes y de los mallorquines; también trajo las luchas de los menestrales barcelonenses (o “Busca”) contra el patriciado urbano (“Biga”) y la hostilidad de las clases privilegiadas hacia la monarquía autoritaria. Vino entonces el conflicto armado o guerra civil catalana con una duración de diez años. Francia sacó partido de la situación reteniendo hasta 1493 el Rosellón y Cerdaña.
En Castilla igualmente hubo turbulencias promovidas solo por la alta nobleza desatándose guerras civiles en medio de las cuales se da en 1469 en Valladolid el matrimonio de Isabel la Católica, reina de Castilla y hermana de Enrique IV (1454-1474), con Fernando II de Aragón, hijo de Juan II de Aragón. Navarra se eclipsó frente a Aragón y Francia.
Desde 1469 Castilla estuvo en crisis por la sucesión al trono, anarquía, guerra civil entre Juana la Beltraneja (Portugal) e Isabel (Castilla se uniría a Aragón). En 1479 Isabel ganó y su esposo Fernando II heredó la corona aragonesa. Se inició la integración política de la Península. Se dio una unión dinástica sin mengua de su personalidad jurídica e institucional donde ambos reinos, Aragón y Castilla, conservaron sus instituciones políticas y mantuvieron las cortes, las leyes, las administraciones públicas y las monedas propias. Sin embargo, eran diferentes. Castilla era guerrera y pastoril y muy vital. En Aragón y en especial en el que fuera su centro vital, el Principado Catalán, seguía la crisis económica y social de la época precedente. Castilla tenía una población de siete millones de habitantes y Aragón de un millón, lo que las hacía muy desiguales. Castilla era la fuerza económica y demográfica y Aragón la experiencia administrativa. Castilla era la expansión atlántica en la Indias Occidentales.
Los Reyes Católicos conquistaron Granada, terminando así la Reconquista castellana (1481-1492). Reincorporación del Rosellón y la Cerdeña ocupados por Francia durante la guerra entre Juan II de Aragón y los catalanes-. La unificación fue además de territorial, religiosa. Hubo una política de expulsión de minorías hebreas y mudéjares o conversión al catolicismo. Los judíos emigraron. Los mudéjares se convirtieron (moriscos) y fueron poco amigos de la monarquía.
Durante la hegemonía española (1516-1621) aumentó la demografía, se dio una expansión económica gracias al oro de América. Fernando II de Aragón el Católico, con la sentencia arbitral de Gadalupe resolvió el conflicto “remensa” en 1486, reformó en profundidad las instituciones catalanas, recuperó pacíficamente los condados catalanes del norte. Militares catalanes participaron en las expediciones y campañas militares españolas. En las guerras marítimas se distinguió en 1505 el almirante Cardona. El catalán de Ampurdia, Pere Bertran i de Margarit, estuvo en el segundo viaje de Colón a las Indias.
El crecimiento de España se debió a los tres reinados de Carlos I que trajo prosperidad, europeización al entrar en relaciones con los Países Bajos, Alemania e Italia. Felipe II que impuso la ortodoxia católica, el encerramiento en las fronteras, la lucha contra Lutero y Calvino. Felipe III con quien comenzó la decadencia.
Carlos I (1516-1556): Revueltas campesinas y menestrales de Valencia y Mallorca (germanías) y las revueltas de las Comunidades de Castilla que trajeron grandes represiones, triunfo de la aristocracia latifundista, abusos del poder real. Prosperidad lanera. La venta de productos elaborados al Nuevo Mundo trajo cierta prosperidad. Carlos I funda un imperio universal: América, Países Bajos, Milán, Nápoles, etc. Mantuvo cinco guerras con Francia, con los piratas turcos y berberiscos, el protestantismo y el Islam. Es de anotar que Aragón conservó sus instituciones. Cataluña recuperó su demografía y algo su economía integrándose más o menos bien en los reinos hispánicos. Nombrado en 1521 Virrey, Don Pedro Folch de Cardona unió varios condados al resto de condados catalanes logrando gobernarlos ahora como región histórica unificada. Tuvo Cataluña con unos 300.000 habitantes, la ventaja de no ser arrasada con impuestos destinados a la expansión imperial como sí lo fuera Castilla para doblegar la revuelta de los comuneros, que fue aplastada con la ayuda de Navarra y Vascongadas. La pequeña burguesía de los condados marítimos aspiraba más a la expansión de su comercio con las Indias.
Felipe II (1556-1598): Luchas contra el protestantismo, el Islam, berberiscos, contra los hugonotes en las fronteras pirenaicas, los calvinistas rebelados en los Países Bajos, contra los moriscos granadinos levantiscos; afianzamiento en la ortodoxia y puesta en marcha del Tribunal del Santo Oficio. Se dieron frecuentes intransigencias del equipo ortodoxo contra el equipo de gobierno liberal. Se dio en 1580 la incorporación de Portugal y su vasto imperio colonial. La llegada del oro de América fue un regalo envenenado. Felipe II intervino en las guerras de religión francesas e intentó desembarcar en Inglaterra con estruendoso fracaso. Debió ceder en los Países Bajos, lo que lo obligó a iniciar una política de coexistencia pacífica con la Europa occidental. El reino de Aragón se niega a proveer a los ejércitos del rey de más hombres e impuestos, afectado por el desplazamiento del eje económico mediterráneo hacia el Atlántico lo que debilitó a Cataluña y fortaleció un tanto al reino de Valencia. La unidad del reino se mantiene. La piratería berebere no favoreció a los condados catalanes costeros lo que trajo como consecuencia un retroceso generalizado de Cataluña. De esta región se destacó en la diplomacia Luis de Requesens.
Felipe III (1598-1621): Fue bastante inactivo y prácticamente se dedicó a establecer enlaces matrimoniales un poco por todas partes. Expulsó a los moriscos en 1609 bajo la presión de los viejos cristianos que se sentían “puros de raza”. Pero, se presentó una crisis demográfica y económica en Aragón y Valencia. Ingleses, franceses y holandeses practicaban la piratería contra los barcos españoles.
La decadencia española política y económica se inició con Felipe IV (1621-1665) y Carlos II (1665-1700) caracterizada por constantes levas, fuerte emigración a las Américas, expulsión de las minorías disidentes, desprecio hacia el trabajo manual, vida conventual, exacciones tributarias sobre las clases modestas, epidemias, malas cosechas, merma poblacional de los reinos hispánicos, sobre todo de Castilla, zonas deshabitadas, mendigos (sometidos a la “sopa boba” de los conventos). Depresión económica, el oro de América que trajo inflación. La no creación de industrias manufactureras lo que obligaba a la importación de todo. Recesión y miseria generalizada.
El Conde-Duque de Olivares (1621-1642) se vio obligado a “llamar” a Portugal y Aragón para que le colaborasen a Castilla en las empresas de la monarquía a cambio de una participación en la colonización americana y en las tareas de gobierno, de las cuales estaban excluidos. Sin embargo portugueses y catalanes, parapetados en sus fueros e instituciones particulares, se resistieron a las presiones del omnipotente valido cuestionado por muchos. Entonces el cardenal Richelieu declara la guerra a España en 1635 y apoya a los descontentos. En 1640, casi simultáneamente, estallaron las sublevaciones de Portugal y Cataluña. En 1641 se presentan las conjuras secesionistas en Aragón y Andalucía. En 1647 estallan las rebeliones de Nápoles y Sicilia. España sufre las derrotas propinadas por Francia y Holanda en la Dunas, Rocroi y Lens y tras 70 años de lucha en 1648 cede las Provincias Unidas por el Tratado de Westfalia.
Los españoles continuaron la guerra contra Luis XIV de Francia para tratar de recuperar Cataluña y Portugal. En 1659 Felipe IV tuvo que firmar la Paz de los Pirineos con Francia. Algunos años más tarde Cataluña, amputada, se reintegraría a la monarquía hispánica bajo la garantía de que le serían conservados sus privilegios.
En 1668, bajo Carlos II, se reconoció la independencia de Portugal; sus ministros procuraron evitar revueltas como las de 1640 y para ello debieron aplicar una política de “descentralización” y un respeto a ultranza de los fueros y privilegios de los distintos reinos, fue como un “neoforalismo” que desde 1680 coincidió con una recuperación económica general que benefició mucho más a la Corona de Aragón. Francia hizo retroceder a Carlos II y este para evitar su derrota total designó heredero a Felipe de Anjou (Felipe V), nieto de Luis XIV y bisnieto de Felipe IV.
Durante el siglo XVIII se dio el reformismo borbónico y la Guerra de la Sucesión de la Corona española que sobre el territorio de la Península adquirió carácter de guerra civil, de enfrentamiento de dos concepciones del Estado representadas por:
1ª.) El Archiduque Carlos de Austria quien defendía el neoforalismo, como símbolo de una ordenación pluralista de la monarquía hispánica. Con esta posición logró el apoyo de la Corona de Aragón.
2ª.) Felipe V quien encarnaba el absolutismo y la centralización a cualquier precio, bajo las políticas que trazaran el Conde duque de Olivares y Luis XIV de Francia. Felipe se impuso logrando ser reconocido por Holanda, Inglaterra y otras potencias como rey de España y sus Indias. Haciendo uso del derecho de conquista, abolió los fueros de Aragón, Cataluña, Valencia y Mallorca. Las Provincias Vascas y Navarra, adeptas al primer Borbón, mantuvieron sus instituciones tradicionales, cuyo control también acabaría por quedar en manos del poder central. De esta manera el poder de Felipe V quedó libre de controles para aplicar el colbertismo o política de fomento de la economía, supresión de aduanas interiores, protección al comercio y a las manufacturas, entre otras
.Esta política fue seguida por Fernando VI, pero culminó con Carlos III (1759-1788). Se trató del llamado “reformismo borbónico”, que tuvo como meta principal procurar la recuperación económica de España. El país se alivió demográficamente (once millones) resultando principalmente beneficiados los litorales (Cataluña, Valencia, Galicia, País Vasco). La Meseta se vio afectada en lo demográfico y lo económico pero conservó la dirección política. El dualismo centro-periferia se fue agudizando en los siglos siguientes, lo que dio lugar a numerosas tensiones. Felipe V pactaría con Inglaterra y Francia recuperar sus posesiones en Italia, Sicilia, Nápoles, Cerdeña y otras más.
Fernando VI, sucesor de Felipe V, se mostró neutral pero Inglaterra quería tomarse las colonias españolas. Entonces Carlos IV tuvo un dilema apoyarse en Francia o en Inglaterra. Si lo hacía con la Francia revolucionaria implicaría esto aceptación de unos principios largamente combatidos. Si con Inglaterra, entregarse al tradicional adversario de la monarquía española. En un primer tiempo luchó contra la República de la Revolución francesa (1793-1795). En un segundo tiempo se puso al lado de Francia contra Inglaterra, pero la escuadra española fue vencida por la de Nelson en Trafalgar en 1805.
El Despotismo ilustrado de los primeros monarcas de la casa Borbón, su “revolución desde arriba” sedujo a los “afrancesados” pero revolvió a los conservadores (apoyados por las masas populares en motines). La Revolución Francesa desató el reformismo y el anti reformismo. Lo que también tendría gran impacto en Cataluña. Como se verá más adelante.
Fenómeno recurrente en la historia de Cataluña es el de la nostalgia de un pasado visto siempre como particular, auténtico, diferente, fundamentado en el imaginario colectivo de un nacionalismo apologético que la ha hecho tender históricamente hacia el secesionismo ideológico, político, cultural y lingüístico. Primero con las políticas de Ataúlfo, Leovigildo, Recaredo y sobre todo con el Fuero Juzgo de Chindasvinto y Recesvinto y la resistencia al invasor musulmán en las montañas del norte y en Tarragona.
El espíritu de la Marca Hispánica, limitante por definición, fue creando como un sentimiento de inicio y término diferenciador con el resto de la Península agrandado por el temprano ingreso del cristianismo en las ciudades costeras de Cataluña, lo que tal vez fue preparando el nacionalismo político y el resentimiento hacia Almanzor y posiblemente la inclinación al rito cristiano visigodo como una forma más de particularización.
La aspiración de Wifredo el Velloso a una potencia Pirenaica completa conformada por las vertientes catalana y francesa fue tal vez impedida por la actitud independentista de este catalán hacia el imperio carolingio en particular y lo “francés” en general. Por esta razón tendría poco éxito la idea imperial pirenaica de Alfonso II, Rey de Aragón y Conde de Barcelona.
Otro rasgo de la peculiaridad catalana podría ser percibida en el mantenimiento contra viento y marea de sus leyes, instituciones y costumbres particulares y propias bajo la forma “confederal” integradora del noreste y el Mediterráneo con Aragón durante amplios trechos de su historia. Igualmente con la desconfianza hacia Castilla y los Reyes Católicos por haber estos desplazado el comercio hacia el Atlántico, afectando el catalán en su coto histórico del Mediterráneo.
Habría que buscar también en la resistencia regional hacia el despreciado conde duque de Olivares y la represión que desatara sobre la Cataluña insurgida de 1640 y la amputada de 1659, solo a medias compensada con el “neoforalismo” de corte austríaco que le fuera ofrecido en 1680. Ofrecimiento pronto finiquitado por el centralismo a ultranza de Felipe V y el resentimiento que le produjera a Cataluña el favoritismo hacia Navarra y las Provincias Vascas, sometidas al poder con vocación centralizadora a cambio del mantenimiento de sus fueros e instituciones tradicionales. Para algunos en la conciencia colectiva catalana con frecuencia ha pesado cierta envidia hacia el "reino" de Aragón, por ser Cataluña un simple "condado".
La historia de Cataluña ha girado entonces en torno al deseo de ser "diferentes" del resto de España, lo que la ha llevado a comportarse no sin cierto egoísmo como un rico epulón indiferente a sus hermanos de regiones menos favorecidas por el clima, los suelos o la propia historia de desigualdades heredadas de un pasado poco afortunado