Hará muchísimos años a un hombre singular que vivía en Israel, nacido del seno del Rey David, lo condenaron a morir en una cruz. Su gran delito: autoproclamarse Hijo de Dios, con poder de perdonar pecados, de hacer prodigios de sanación y servir del único enlace interespiritual para acceder al Padre Supremo.
Con sus actos bizarros, con interpretaciones de la Ley que movían el piso que sostenía el poder de las castas dominantes (Fariseos, Saduceos, Levitas, Sumo Sacerdote), prédicas sobre el amor al prójimo, amor a la justicia imparcial, a la misericordia y a la lealtad, escandalizó e intimidó a sus contemporáneos y autoridades de la comarca, que se confabularon para que el Imperio regente lo tomara como un rebelde que necesitaba ajusticiamiento prioritario.
El hombre de marras se llamaba Jesús, hijo de José el carpintero (constructor) con una joven de nombre María. Según las escrituras, el Padre Celestial, al ver la pureza y devoción de la adolescente María, decide que su Santo Espiritu, el dador de vida, autoclone parte de su esencia y engendre en el útero de una virgen su semilla divina para que se haga carne y habite temporalmente entre los demás mortales, para que al creer en él, obtengan el perdón de los pecados accedan a la vida eterna.
El niño de divinidad incuestionable, dejó de lado toda su alcurnia celestial y se comportaba como uno más del aprisco juvenil en Israel, fortalece sus músculos y curte su piel realizando las mismas labores de su padre José, las que le proveían el sustento diario a la familia, hasta que al cumplir 3 decenios, se dedica a lo suyo, predicar la palabra de Dios Padre, anunciar que el reino de los cielos esta dentro de los corazones; que hay que rogarle al Santo Padre ocultamente, pues EL, ve en lo oculto y sabe de nuestra necesides;que la fe aunque sea pequeña como un grano de mostaza puede mover una montaña.
Se hace rodear de seres sencillos de humildes oficios, semi incultos, en los que se evidenció el Poder del Espiritu Santo, el gran Paraclito, que ilumina sus toscas mentes y eleva sus rústicos intelectos al nivel de sabios o eruditos, pues antes de su partida definitiva de este mundo, Cristo se los prometió, como una primicia del Padre Eterno, para que revestidos de tal poder, esparcieran la palabra de Dios, como sembradores esparcen sus semillas,que en este caso darían frutos de fe y devoción al Padre Nuestro.
Jesús muere en la cruz, pero al tercer día su cuerpo destrozado al látigo inclemente, punzado por clavos y lanzas de los soldados romanos, resucita gloriosamente trasmutado en Cristo inmortal, de la misma esencia del Dios Padre, quien le reserva un trono a su diestra poderosa y le confiere el poder de juzgar a vivos y muertos a su segunda venida a este mundo cruel.
Jesús de Nazaret, el rey de los judíos, murió, ya no existe desde hace siglos, solo existe el Cristo hijo del Dios vivo, ser divino e inmortal, que puede perdonar nuestros pecados y darnos cabida en su reino de un Milenio de Paz, luego que el Gran Arrebato, inicie el periplo hacia el Nuevo Edén.
Aleluya en los cielos y bienaventurados los que sin ver creen que Cristo es el Señor.
El tal Jesús no existe
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