Arranca en serio el 2018, en medio de las dificultades propias del país tropical que nos correspondió vivir. Que se derrumbe un puente construido por una compañía de las tantas que conforman la maraña de los más grandes capitales del país, y que ello cueste la vida a un elevado número de sus trabajadores, es apenas propio de nuestra realidad macondiana.
Se anuncian juiciosas investigaciones que sabemos desde ya no conducirán a nada. Es claro que aquí la ley es para los de ruana. Por eso tampoco importa mucho que caigan ultimados por misteriosos sicarios dos ex guerrilleros de Farc en un pueblo perdido del bajo Cauca. Al fin y al cabo qué hacían celebrando reuniones políticas por allá sin la debida protección.
Quién no sabe que en Colombia existen territorios en donde dominan mafias narcoparamilitares, en donde el control sobre la minería y los movimientos de sus habitantes se hallan sometidos al cuidadoso escrutinio de ellas. Así que nada tiene de raro que asesinen reincorporados de Farc en uno de esos rincones. Después de todo, la guerra debió dejar muchos resentimientos.
Del mismo modo, que se estrelle contra el suelo un helicóptero militar en la zona minera de Antioquia, con el saldo trágico de diez colombianos muertos, es apenas una anécdota más en nuestra nación. Resulta normal que la suspicacia indique que se lo haya sido derribado desde tierra por guerrillas del ELN o bandas criminales que son fuertes en la zona.
Como que los altos mandos militares salgan de inmediato a desmentir la imaginería de esta sociedad carcomida por la desconfianza, con el argumento nada deleznable de que las declaraciones de un sinnúmero de testigos del hecho descartan por completo esa posibilidad. Sencillamente se trató de un extraño accidente a investigar.
Del mismo modo a nadie extraña ya que seis policías sean víctimas de una emboscada fraguada por uno de esos grupos disidentes de Farc que se apartó de proceso de paz. Vivimos en un país en donde cuando se acaba la violencia guerrillera de la más grande y poderosa organización insurgente por obra de un Acuerdo de Paz, saltan al escenario mil otras violencias.
Por eso ni desconcertante resulta la pelotera con el ELN. Extraño fuera que no sucediera así. Durante tres meses continuos operó un cese bilateral de fuegos, que se suponía sería prorrogado al retomarse las conversaciones en Quito. Por lo que haya sido, las cosas no se produjeron como se esperaba, así que regresan las voladuras, los ataques y las operaciones oficiales.
Pese a que todo el país clama porque se retorne de manera ágil tanto a las conversaciones de paz como al destrozado cese el fuego. Lo piden el papa, el secretario general de la ONU, las comunidades atrapadas por la confrontación, el partido Farc, el conjunto de la nación. ¿Pero cuándo en Colombia la cordura ha sido la regla dominante?
Como quedó en evidencia en la cumbre de Cartagena, con presencia de los veedores internacionales del cumplimiento de los Acuerdos de La Habana, el gobierno nacional, o mejor, el Estado colombiano, se ha mostrado demasiado negligente, por no decir indispuesto a cumplir con la palabra comprometida. ¿Alguna vez el Establecimiento le ha cumplido a alguien?
Así que nada impide comenzar el año con una agitada campaña electoral. Primero para el poder legislativo del país, y luego para la Presidencia de la República. ¿Y qué le ofrecen a Colombia los más serios aspirantes a los altos cargos de dirección nacional? Salvo algunas honrosas excepciones que miran de veras al futuro, lo que queda claro es que lo mismo de siempre-
Los más renombrados y pudientes aspirantes a los altos cargos,
antes que mirar al futuro aspiran a retornar a un pasado
aún más infame que el presente que vivimos
Peor todavía con los más renombrados y pudientes entre ellos, que antes que mirar al futuro aspiran a retornar a un pasado aún más infame que el presente que vivimos. Es triste el bajísimo promedio de participación de los colombianos en las urnas, que apenas superó en medio punto el 43 % del potencial de los electores en las elecciones al Congreso en 2014.
Y que apenas llegó a un 40 % del censo electoral en las elecciones que llevaron a Juan Manuel Santos por segunda vez a la Presidencia de la República, sin contar que dentro del total de la votación se contaron casi ochocientos mil votos en blanco, un nada despreciable 6 %. De todo lo cual se desprende que somos un país de escépticos, que no cree en nada ni nadie.
Y que por eso mismo carga a sus espaldas la cruz que lo aplasta. Pero hay alternativa, una nueva forma de hacer política, de llevar al poder la fuerza del común ausente por siempre en la toma de decisiones que lo afectan. Y que el 27 de este mes se lanzará públicamente al escenario en acto público en Ciudad Bolívar. Ya la oirá el país.