Los colombianos llevamos arraigado en el alma, el espíritu de la Navidad y junto a su verdadero significado que recuerda el arribo de Dios convertido en el Niño Jesús, disfrutamos a plenitud de estas fechas en familia y en paz.
En los hogares se reúnen junto al pesebre, padres e hijos; los niños se embelesan con las luces del árbol de Navidad y millones de colombianos salen afanados a la provincia a reunirse con sus seres queridos.
En las oficinas y trabajos, justificadamente se baja un poco la guardia, los jefes permiten a sus empleados que visiten a sus familias para pasar más tiempo en casa, las calles comienzan a desocuparse del atafago y del ruido ensordecedor de los carros y se llenan las casas de los colombianos, que tienen que conseguir colchones o una estera y un lugar donde quepan todos, no importa si uno encima de otro, en el mismo cuarto, en los pasillos, o en el patio de la casa de nuestros padres o abuelos.
En medio del significado puro de la Navidad, cada persona la interpreta y celebra como lo considera apropiado.
Puede significar la oportunidad de comer y beber como un heliogábalo; el mejor momento para unirse en matrimonio, hacer regalos, cumplir promesas, hacer nuevos planes y propósitos, salir de vacaciones, asar un pavo, cocinar un pernil de cerdo, hacer los tamales con manos maternales, poner a hervir la natilla con canela, fritar los buñuelos, morder las uvas cuando el reloj marca las doce del año nuevo, partir el panetón, tomarse una copa de sabajón, vino cariñoso, o “manichewis” bien frío y en el mejor de los casos beberse unos buenos vasos de whisky.
La costumbre es reunirse en familia, atemperar las actitudes, sonreír, cantar, hacer el paseo de olla, poner sobre la leña el sancocho de Navidad y Año Nuevo, junto a un río o quebrada, broncearse en las arenas de nuestras playas, alejarse hacia los llanos para huir del ruido, leerse un libro, no hablar con nadie y profundizarse en pensamientos, para sentir la paz y el mensaje de la Navidad.
Las opciones son variadas, pero Navidad es Navidad, porque las canciones reviven emociones, las novenas nos recuerdan candideces, los villancicos nos vuelven sensibles y estar junto a los que queremos, renueva los corazones.
Ese espíritu de la Navidad, con la inocencia de los niños que esperan sus regalos, es el que debemos practicar todos los días del año, en las calles, oficinas, sitios de trabajo y en los hogares.
El que tiene más, puede darle al que tiene menos, el que es más feliz, puede regalarle al otro y enseñarle a ser feliz. Practicar esos ideales, convertiría a este mundo en un lugar casi perfecto.
Muchos niños se quedarán este año sin su regalo de Navidad, muchas familias permanecerán separadas por las razones que encontraron para partir cobijas, muchos conflictos fáciles de resolver seguirán con miradas circunspectas, como producto de la naturaleza humana acostumbrada a pelear, en todo momento.
Gracias a Dios, millones de seres humanos permanecerán felices y esa felicidad que contagia es la que debemos hacer que prevalezca, hasta convertirla en virus.
La Navidad es el momento para desaprender la racionalidad codiciosa de los seres humanos, la oportunidad para expulsar muy lejos los prejuicios, las envidias, los rencores, los odios y deseos de venganza. La Navidad matiza el dolor y aumenta la esperanza; preserva la alegría y atempera los corazones.
A esa Navidad hay que consentirle su espíritu, para que desde los mejores sentimientos de cada uno de los colombianos se construya una mejor nación, en la que nuestros hijos y nietos encuentren mejores oportunidades, en un país que debe crecer con mejor justicia y equidad, unido y en paz.
Debemos transformar las imperfecciones de los seres humanos y de nuestra democracia, por los sueños de los niños que anhelan mejores padres y mayor educación. Debemos ser fieles con la Colombia soñada y no con esa con la que a menudo nos levantamos y para que eso sea alcanzable, debemos practicar y promover la fidelidad con esta nación, como valor fundamental para que nuestros sueños se hagan realidad.
Que la felicidad de esta Navidad que el Niño Dios nos regala, la compartamos sin más violencias, tratando a los demás como queremos que ellos nos traten, compartiendo la alegría de vivir, reconociendo la dignidad de todos y respetando a todas las personas.
Que quienes están en la línea del sufrimiento encuentren sosiego en medio de su dolor y quienes no tienen techo ni un plato de comida, puedan encontrar mayor solidaridad, de todos los que podemos regalar un poco de lo que nos sobra.
Feliz Navidad y un venturoso Año Nuevo.