"Es hora de que los poderosos dejen de sentirse orgullosos de que les creamos sin pensar"

"Es hora de que los poderosos dejen de sentirse orgullosos de que les creamos sin pensar"

A este tiempo le llaman la era de la desinformación, de las noticias falsas. ¿No le parece a usted lector(a) que es hora de escarmentar?

Por: Gustavo Rojas Guayara
enero 17, 2018
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.

Llega el momento en el que tantas mentiras se caen por su propio peso y todas van a prisión. Llega el momento en el que nos es imposible seguir creyendo en la idea de lo que va a ser pero nunca es, de aquello que llegara pero nunca llega. Somos el país de las profecías que no se cumplen y aunque todos crecimos junto con los cimientos de esta nación joven, hemos llegado a una adultez en la que seguirnos lavando el cerebro con embustes propios sería inadmisible. ¡Por Dios! A este tiempo le llaman la era de la desinformación, de las noticias falsas. ¿No le parece a usted lector(a) que es hora de escarmentar? ¿No le parece que se nos está yendo la mano haciéndonos los pendejos?

Hace unos días (12/01/18) leía un tuit que decía: “Han tenido buena acogida las denuncias que hemos enviado por whatsapp a todos los compatriotas, informando que el censo será para brindarle información a las FARC y robarles el voto vía electrónica. Que nuestros seguidores crean sin pensar nos sigue llenando de orgullo”.

Sus impensadas palabras me envolvieron en un silencio opresivo, me hicieron sentir en parte frustración de no poder verle la cara y preguntarle: ¿Informando? ¿Eso es informar? ¿Nuestros seguidores? ¿De qué seguidores habla usted señor Zuluaga? Pero sobre todo, ¿a quiénes se refiere cuando dice “nuestros”?

Es evidente que el exministro Zuluaga no quiere entender que de todos los miembros del CD él es el lobo estepario, pero lobo sin piel, despellejado, mejor dicho, lobo a cuero pelado. Ahora. No quiero que usted se detenga de leer solo porque he expuesto mi desaprobación con el partido del expresidente. No soy izquierdista tampoco y de momento no apoyo a ningún candidato, no le voy a vender mi alma o a convencerlo de que marque esto o aquello. Simplemente quiero que haga lo que al exministro no le gusta que “sus seguidores” (si en verdad los tiene) hagan. ¿Cuántas veces no ha hecho usted, aquello de lo cual este hombre se siente tan orgulloso? ¿Cuantas veces al día usted ha dejado que un fulano con algo de reputación lo convenza ciegamente de algo? Y no se demore en responder apreciado(a) lector(a).

Al igual que usted, me ofende que las personas con influencia me vengan a insultar de frente con una sonrisa en la cara y que de paso se ofendan porque no les devuelvo el gesto. Por otro lado, humanamente hablando me siento mal por este señor, pues por estos días no hace más que sangrar por la herida y con toda la intención del mundo está tratando de manchar todo lo que se le atraviese.

La inminente contienda electoral por la silla vacante en el Palacio de Nariño se avecina y al igual que las navidades que acaban de culminar, las luces de esa contienda están encendidas a medias, no se ven decorados de ningún tipo y no hay estrella alguna en el cielo que anuncie el camino por el cual hemos de encontrar al mesías político de este país. No tengo en mi memoria un escenario electoral que se pueda comparar al que posee en estos momentos nuestra nación: lleno de incertidumbre y de predadores que muerden y halan sin cesar para ver cuál de todos es el afortunado que se va a quedar con el trozo más grande.

Pero entre tanto hay quienes (Como el excandidato Zuluaga) no aceptan que su rol dentro del foro nacional ha pasado a ser algo meramente decorativo y al igual que el árbol navideño, es uno de esos accesorios temporales que está a punto de desarmarse, empacarse y ser enviado nuevamente al cuarto de los chécheres hasta que vuelva a ser requerido en el remoto caso de no poder ser reemplazado (Pero lo ha sido como candidato a la presidencia y lo será para cualquier otra aspiración política que llegue a tener en el futuro).

Óscar Iván Zuluaga no es como otros pretendientes a dirigentes que han sido desairados en las urnas. Ejemplo: el exalcalde Mockus, que con una voz honesta y mucho coraje ha tenido pantalones para defender sus ideas en pro de una mejora real y no simplemente con el ánimo de generar más división y mantener las llamas del conflicto encendidas, alimentando un tren de rencores y violencias que no se debe empacar sino destruir. La virtud de un hombre como Mockus, que en un país como el nuestro fácilmente fue convertida en defecto, es que es un hombre tan pacifista que no ha sido capaz de dar golpes bajos como los que él mismo ha recibido, por mencionar uno: cuando fue tildado “indirectamente” de caballo discapacitado durante la contienda que precedió al primer periodo de Juan Manuel Santos, a quien para los propósitos dramatúrgicos de esta nota llamaremos a partir de ahora: el hijo traidor.

No se ría, la historia política colombiana es digna de un drama shakesperiano, en ella abundan coloridos personajes con historias oscuras y trágicas como también cómicas que convergen una y otra vez a lo largo de los años dándole una inverosimilitud absurda que a fuerza hay que creer porque por más ficcionada que parezca, ha sido una realidad y aunque fantástica, lo seguirá siendo.

Este relato sigue de cerca la vida de un hombre herido en el alma por una legendaria y violenta secta. Tras esta herida, el hombre jura vengarse iniciando una cruenta guerra sin cuartel con la que se propone exterminar a todos y cada uno de los miembros de este grupo. Con los años, trabajando día y noche de una manera incansable, haciendo unas veces más que otras, movidas que estrictamente hablando han sido ilegales, y siendo en ocasiones despiadado, el hombre se vuelve popular e influyente, pues ha sido el rostro y el brazo de un movimiento violento en contra de los violentos. De esta manera se alza como caudillo independiente de una nación a la que llamaremos: la patria boba.

En esta nación, los bobos que la habitan se sienten agradecidos con el caudillo que ha dejado las charlas inútiles de sus predecesores y ha mostrado una determinación resuelta para liquidar por medio de una abierta cacería de brujas todas las facciones de la secta que a pesar de los años ha sido imposible erradicar. Lo que el caudillo no entiende es que con todo su poder y determinación, él no solo ha acabado con la vida de los miembros de este grupo, sino que al igual que algún día fue sembrado en él aquel odio que lo motivó a llegar hasta donde había llegado, él mismo se ha convertido en la abeja polinizadora de los rencores de cientos de niños, niñas, hermanos, hermanas, esposos, esposas, padres y madres que han perdido a sus seres queridos directa o indirectamente a causa de su fumigación implacable.

También hay que resaltar que el caudillo ha sido inteligente y ha aprovechado la inmensa polvareda que su cacería ha causado para abusar de su poder desde otras instancias y por ejemplo, le ha quitado beneficios a su pueblo mientras estos han estado celebrándole las masacres y las carnicerías en contra de la secta; les ha mentido y engañado a quienes le han apoyado, ha hecho con la complicidad de su hijo, pasar hombres honrados como rufianes y bandidos, los cuales, por cierto, desfigurados, han terminado apilados de a cientos en fosas comunes de cuerpos inertes a los cuales en su mayoría ha sido imposible encontrarles familiares que los reconozcan.

Los años pasan y a pesar de negarse a aceptarlo, a pesar de mover una y otra cuerda con el propósito de prolongar su juventud y el fuero de su poder vivo, el tiempo del caudillo llega a su fin. A la pelea por el mando entran varios contrincantes que se baten a golpes por alcanzar el puesto vacante del caudillo, de todos ellos se destacan el primogénito del mismo y un noble maestro resuelto a enseñarle a sus discípulos como es que se pelea una batalla con principios y honor; sin sangre, sin artilugios, ni engaños. Al final de esta pelea, el maestro pierde por exceso de virtudes antipopulares, pues su derroche de principios éticos y capacidad irrefutable para liderar son reducidos a nada frente a su falta de experiencia en el arte macabro de la lucha, lo han hecho ver poco capacitado para una guerra a la que los bobos se han vuelto adictos.

El hijo llega al poder prometiendo seguir el mismo derrotero de su padre, sangre y venganza, ojo por ojo y diente por diente; pero rápidamente cambia de opinión y enfoca su trabajo en un legado que ponga punto final a la guerra encarnizada que él mismo ayudó a llevar a su punto álgido. Esta acción, por supuesto, lo hace ver como un hipócrita frente a gran parte del pueblo que lo apoyo, y además, le rompe el corazón a su padre, quien lejos del señorío y la posición pretérita, se siente usado y manipulado por su propia sangre, a quien sustentó en momentos de debilidad y colocó en la silla de mando. Es así, loco y sediento de venganza, como siempre lo ha estado frente a cualquier vejamen y mofa, como decide apresuradamente empujar a uno de sus muchos bastardos a aspirar al poder y así derrocar en señal de lección a su hijo traidor. En principio, la contienda da señales de tener resultados favorables para el caudillo quien reaviva en el hijo, algunas brasas de su viejo poder. Pero finalmente el traidor, apoyado por la mayor parte de la compañía de teatro del país, logra derrotar los impulsos vengativos de su padre y convencer al pueblo de que un trato definitivo por la paz es mejor que más sangre y más violencia. Los bobos a pesar de considerarlo un inepto como guerrero y aún más como conciliador le dan una segunda oportunidad y le permiten más tiempo para culminar las promesas hechas. El hijo bastardo es relegado al agujero de los inútiles, pues solo ha demostrado ser una decepción ante su padre y ante la nación.

De esta suerte pasan los años y a pesar de todas las probabilidades y obstáculos en contra, el traidor cumple su promesa y logra un corrupto trato a medias, alcanzado más por medio de sobornos y complacencias a sus colaboradores y contrincantes que por la conquista de convicciones ajenas. Esta victoria le granjea fiestas, honores y reconocimientos que la mayoría de los bobos consideraran inmerecidos pero que palabras más, palabras menos, su magnánimo logro histórico le ha ganado.

Ahora es tiempo de que el traidor sea sucedido al igual que un día fue sucedido su padre, pero la patria boba, harta de caudillos y de ineptos, de maestros y traidores no sabe a quienes poner a pelear por la silla vacante. Nadie quiere ser apoyado por un traidor. Peleadores independientes de todos los rincones del país se reúnen sin tener una apuesta fija, hacen alianzas y las desunen, la incertidumbre por el futuro no les permite el privilegio de la convicción en una lucha, muchos de ellos quieren pelear pero no saben muy bien porque, ni al lado de quienes. Mientras tanto, el caudillo que aún no se resigna a ser relegado a la tierra de los jubilados, sigue armando alboroto y avispero, sigue dando vueltas como una mosca que se reúsa a buscar una ventana para salir, se cansa pero no se rinde; se duerme pero no se acuesta. Las guerras a su alrededor poco a poco se terminan, el hijo inepto ha sido abandonado, desheredado y remplazado ni siquiera por un bastardo, sino esta vez por un adoptado. El final ineludible del padre se acerca, él lo sabe con temor pero se reúsa a aceptarlo, por ende, encuentra en su predecesor (alguien a quien criticó arduamente durante su juventud) a un viejo aliado que por momentos da visos de estar de vuelta en esta historia de odios y rencores que se resisten a morir…

El relato de momento queda inconcluso, aún no sabemos cómo termina la historia de este hombre incansable que en la primavera de su vida tuvo miles de buenas intenciones, y a quien la inagotable sed de venganza, pero sobre todo la adicción al poder (que ya no tiene pero que los demás le dejan creer que sí) lo han cegado para siempre.

Nuevos protagonistas, y quizá viejos entrarán y saldrán del relato, pero la moraleja siempre será la misma: una sociedad nunca dejará su camino a la decadencia eligiendo ciegamente y sin pensar gobernantes corruptos y despiadados; hombres sin principios a quienes no les tiembla el brazo para levantarlo en contra de su propio pueblo; hombres que no ven en negociar o hacer la paz un camino viable; hombres que solo quieren satisfacerse a sí mismos porque no quieren dejar un mundo mejor que el que encontraron, la gran mejoría la ven en destruirlo por completo.

En Colombia nos dejamos convencer de cualquier cosa que cualquier gato famoso dice, y ni eso, porque le apuesto lo que quiera a que usted me creyó cuando cité el tuit de Zuluaga. Y resulta que no. No lo escribió él, pero mi indignación fue bastante persuasiva y usted se dejó convencer fácilmente. El tuit fue escrito y publicado en una recién estrenada cuenta falsa (@oivanzuluaga) a nombre del excandidato.

Es hora de dejar esa mala costumbre, es hora de que los poderosos dejen de sentirse orgullosos de que les creamos sin pensar, hay que empezar a pensar y hay que empezar a hacerlo ahora. No solo por nosotros, sino porque de seguir así, viviendo en el país de los bobos, ¿cómo ira a llamarse entonces el país de nuestros hijos?

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