La objetividad, el deseo y la izquierda

La objetividad, el deseo y la izquierda

"Las personas se comportan de una manera muy diferente dependiendo de cómo han crecido, al menos es lo que parece indicar mi parcializada experiencia de vida"

Por: Iván Krampus
enero 17, 2018
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La objetividad, el deseo y la izquierda

Los que saben dicen que uno piensa como vive. Por ejemplo, si en este momento tengo hambre, “empanada” sería la respuesta que mi cerebro buscaría para redactar este texto, que puede ser mejor un pretexto, una excusa para saciar cierto tipo de hambre mental. Por eso no hay que darle vueltas al asunto: les vengo a hablar de lo objetivo y lo personal (o subjetivo), rayando en decir que es la misma oposición que encontramos entre razón y deseo. Ahora bien, estimado lector, si piensa que se escapa de esta clasificación le voy a recordar que usted todo el tiempo toma decisiones de este tipo.

— ¿La juiciosa o la diabla?

Algunos dirán que ambas, allá ustedes, no quiero juzgar ni hacer sentir mal a nadie, igual aplica para la contraparte femenina. Aquí tenemos mucha tela por cortar pero podemos aprovechar la ocasión para introducirnos en otro ejemplo, igual de universal y pertinente en estos tiempos, porque a la hora de elegir a nuestros gobernantes no deberíamos andar jugando con apreciaciones personales.

Lo importante es tener claro quién es uno para analizar objetivamente lo que me conviene. Por ejemplo, si eres hijo(a) de algún terrateniente o de un gerente de empresa multinacional, simplemente tu vida no te hará pensar en una empanada ni en políticas para incluir a los sectores “vulnerables” en la participación de la riqueza nacional, y con justa razón, responderías que todos somos iguales ante la ley y cada uno es libre de edificar su pirámide al estilo Trump. Pero para ser objetivos, debemos tener en cuenta dos asuntos que desmoronan esa privilegiada forma de ver la vida. En primer lugar, si todos son dueños de una gran empresa, entonces ¿quién trabaja? Segundo, si a los 18 o 20 años, o los que sean, el hijo del panadero decide que quiere hacer algo productivo con su vida, ¿en qué condiciones va a competir en esta sociedad con alguien que lleva 15 años de educación de alta calidad? Además, los excepcionales casos aislados de gente del pueblo que llega a ocupar cargos en los altos estratos de la sociedad, no dejan de ser eso, excepcionales casos aislados que no creo que estén leyendo esto. En cambio, si tu padre pertenece a una “oficina” del distrito de Aguablanca en Cali (entiéndase oficina de sicarios), lo más seguro es que no te preocupes por lo que suceda en el capitolio nacional, porque estarás ocupado vigilando que no se pasen los del otro “pedazo” para robarte los clientes de bareta, basuco y perico.

Como verá el lector, la objetividad es entonces una forma de pensar dejando de lado los sentimientos, las emociones y los deseos, para hacer un juicio lógico que te evite problemas y te ayude a vivir mejor; pero siempre, y sin excepción, ese juicio lógico estará hecho de la realidad que parió a tu mente.

En ese sentido, escucho a muchos decir que entonces, ¿cómo fue posible que gente acomodada de estratos medios y altos se fuera por senderos de izquierda revolucionaria, como en los casos de Fidel Castro y el mismo Che-Guevara? Amigos, recordemos que uno piensa como vive y la vida no solo es tomar gaseosa e ir al colegio; en el seno de cada familia surge la primera sociedad; algunas pueden ser injustas, cultivando la rebeldía en alguno de sus miembros; otras pueden ser amorosas y justas, cultivando la aceptación de las normas; las hay también muy solidarias, y de aquellas provienen personas que comparten la comida de su plato. En fin, parece que hemos de llegar a la conclusión de que el pensar y opinar está ligado al entorno material de existencia, y por lo tanto la objetividad o razón pura es una utopía que por definición, no se alcanzará jamás, ya que estaremos influenciados, o cegados más bien, por la historia personal.

En cierto modo es así, pero hay una salvación que han encontrado aquellos que viajan, que visitan otras ciudades y se untan de pueblo, de otras culturas quizá; los que se salen de la ruta y se arriesgan a conocer, ellos se encuentran con otras formas de vivir y ser gente que siempre, pero siempre, terminan por expandir la visión del mundo, de ampliar el concepto de vida humana, y aportan, por fuera de toda zona de confort, objetividad sobre el planeta que estamos pisando. Como si no fuera posible, la objetividad no surge del propio individuo, sino precisamente afuera.

En esto hay una dimensión que no hemos explorado aún, la del deseo, esa fuente inagotable de inspiración y problemas. Partamos de algo: todos queremos saciar nuestros deseos. Algunas veces parecen razonables y nadie se opone, otras veces pueden ser ilegales o arriesgados. Sin embargo, en algún momento la realidad nos dirá que debemos renunciar, que hay un límite, que la suegra es un ser humano y merece vivir, que debo respetar la voluntad del otro, o que si abuso de las arcas del estado alguien dejará de cenar, por ejemplo.

En torno al deseo las personas se comportan de una manera muy diferente dependiendo de cómo han crecido, al menos es lo que parece indicar mi parcializada experiencia de vida y la de algunos otros. En este punto coincido con Daniel Emilio Mendoza cuando dijo que Juliana Zamboní, la niña de 9 años, no solo fue violada y asesinada por Rafael Uribe Noguera, sino que hay una sociopatía institucional responsable de fabricar este tipo de aberraciones que únicamente tiene en su mente la realización de sus deseos. Instituciones como los colegios privados, donde los maestros se han convertido en las niñeras que la élite colombiana quiere para sus hijos; que los entretengan durante el día y no los cuestionen, que no rechacen sus conductas, es decir, que no los corrijan, y sobre todo, que no pierdan materias porque son clientes y están pagando. O en la vida adulta, instituciones como la justicia colombiana que es toda una prostituta, o prepago mejor, porque es costosa, ya sabemos que la ley es para el pobre. Y ya que hablamos de pobres, hay que decir que el deseo en estos es muy conflictivo, la mayoría tampoco ha hecho un tránsito sano entre el principio del placer y el principio de la realidad; la falta de educación de los padres de estratos bajos deja su rastro como un huracán, después del cual la vida florece pese a los estragos. Pero también debemos mencionar que de forma generalizada, el ciudadano de estratos bajos es especialista en renunciar a sus deseos, por obvias razones, y aunque esto no es lo ideal, por lo menos es no comienzo.

¿Cómo, cuándo y por qué una persona debe renunciar a sus deseos? Son preguntas que los psicólogos están llamados a responder, pero podemos ayudarles con esto: cuando tienes negocios con Volvo deseas que todos compren tus buses, pero debes renunciar a tus deseos al darte cuenta que esos buses no solucionan los problemas de movilidad, son atrasados tecnológicamente y dañinos con el medio ambiente. Cuando tienes empresas deseas sacar el máximo provecho de ellas, pero debes renunciar a tus deseos al darte cuenta que si eliminas el recargo nocturno y las horas extra, tu ganancia sale de las condiciones precarias de tus trabajadores. Incluso cuando deseas tener contento al grupo empresarial que financia tu campaña electoral, le dices a los usuarios que deberán trabajar más tiempo para acceder o no acceder a la misma pensión, pero deberás renunciar a tus deseos al darte cuenta de que el sistema de pensiones no se arregla poniendo a trabajar más a los ancianos. En todos estos casos hay una clara oposición entre intereses personales e intereses colectivos, y surge como una característica antinatural el hecho de sacrificar un deseo personal en beneficio de más personas. Tal vez los homínidos que fuimos un día nunca llegaron a pensar que sucedería esto, pero el bienestar de la mayoría surge también como el último elemento evolutivo de la humanidad, y como característica principal de los ideales de izquierda.

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