Al cabo de año y medio de permanecer en el Ejercito Nacional, prestando el servicio obligatorio, Harlen David Ospina Camacho consideró hacer carrera militar en la institución. Por dictados del destino había llegado allí por cuenta de una de las tradicionales “batidas” en el departamento del Magdalena.
Semanas atrás, lo había consultado con su madre y su hermano mayor. Finalizaba el año 2004 y la situación de orden público en el país seguía siendo bastante compleja. Los hostigamientos y enfrentamientos armados entre subversión y Fuerzas Militares eran noticia frecuente, pero el temor de su familia no pudo más que la incertidumbre de regresar a su natal Fundación sin futuro claro.
La decisión de hacerse soldado profesional como inicio de aquel camino, le abría una expectativa interesante, no sin dudas, pues la primera noticia que recibió empezando 2005 fue su asignación a San Vicente del Caguán, otrora punto de diálogos entre Gobierno y Farc, y para ese momento una zona conflictiva. Pese a las preocupaciones, con el uniforme puesto y en funciones, empezó ese peregrinaje militar. En cumplimiento de su deber, durante tres años recorrió diversas áreas en departamentos como Meta, Santander, Guajira y Guaviare en un ir y venir recurrentes.
Su experiencia se consolidaba y hacia el segundo semestre de 2008, la carrera de Harlen David tenía cada vez más sentido, muestra de ello fue la oportunidad de hacer curso de suboficial. El momento estaba a la vuelta de la esquina. Faltaban 4 días para que fueran trasladados en helicóptero de una zona rural de La Uribe, Meta hasta la Base Militar de Tolemaida en Melgar, Tolima.
Entre los 85 soldados de la Brigada Movil No. 9 (Batallón Contraguerrilla No.73) fueron aceptados 6 para ese proceso académico. Coincidía con un periodo de vacaciones para el grupo, razón por la cual, se haría un solo traslado en varios helicópteros. Todo estaba listo aquel viernes de agosto, el punto estaba asegurado y resguardado por tres pelotones, incluso por una montaña que parecía un escudo natural. Adicionalmente, en su base se allanó terreno para facilitar el aterrizaje de las aeronaves.
Cuando las bromas, las risas y la alegría de aquella mañana por la inminente partida estaban en su mejor punto, de la montaña surgió un fuego repentino de ráfagas incesantes de metralla, las cuales se multiplicaron desde distintas direcciones. Sin tregua, el enemigo avanzó en forma de docenas de hombres armados sobre los soldados. Las explosiones fueron en aumento por cuenta de una cadena de minas antipersonal, distribuidas en un solo circuito sobre el terreno hacia el cual sorprendidos, los soldados se replegaban. Apenas si tuvieron tiempo de reaccionar. En medio de aquella batalla, un soldado pisó algo que estalló y casi desintegró su cuerpo, al tiempo que alcanzó y elevó al soldado Harlen David Ospina.
Aturdido pero consciente, todo parecía ir en cámara lenta, recuerda que tras caer, salió del sitio rescatado por sus compañeros y por un grupo helicoportado que lo sacó de la zona en camilla. Despertó en el Hospital de Apiay ocho días después, pensando que había transcurrido una noche. Ese dramático impacto no le dolió tanto, como el que recibió en palabras del grupo médico informándole que tendrían que amputarle la siguiente pierna, pues la primera no fue posible salvársela. Viviría entonces, sin la mitad de sus dos piernas.
Posteriormente, su mamá y su hermano allí presentes, rompían la incertidumbre con sonrisas de aliento y alegría por saberlo vivo. No obstante, a juicio de él su panorama lucía sombrío. ¿Qué pasaría ahora? ¿Cuál sería su siguiente paso sin piernas en el Ejercito? y ¿cuál en la vida?
La respuesta llegó precisamente así... paso a paso. Con el apoyo del Ejercito al que sirvió, su mamá lo acompañó 6 meses. La asistencia sicológica y de trabajo social sirvieron para recuperar la esperanza en medio de las terapias y un torbellino de pensamientos con los que deambulaba de un lado a otro en silla de ruedas. En ese deambular conoció a Paola, una chica que trabajaba en los servicios de casino en el Batallón de sanidad en Bogotá. Con el paso de los meses esa amistad trascendió en romance, lo que reconfortó a su solitario corazón.
El caso de Harlen David llamó la atención de United for Colombia, una fundación creada sobre la base de ayudar a víctimas del conflicto. Su acción lo empujaría hacia un nuevo destino. Escuchaba muchas voces de aliento, pero las que hicieron “click” en su cabeza fueron aquellas que hablaron de las alternativas disponibles para volver a caminar. Sí, caminar nuevamente. Se trataba de unas prótesis fabricadas por una compañía alemana que justamente nació por cuenta de los estragos de la I Guerra Mundial sobre los combatientes.
Luego de toda una preparación física y psicológica, el día que Harlen David sintió lo que serían sus nuevas piernas, quiso salir corriendo. Pese a las advertencias de técnicos y médicos, se levantó y no dejó de caminar durante horas. Su emoción era desbordante, el milagro se había producido, caminaba y podría correr también.
Por dos razones, su corazón palpitaba ahora más fuerte, la primera por volver a caminar y la segunda porque se iría a vivir con Paola, la mujer que conoció durante su recuperación en el Batallón de Sanidad y de la que se enamoró lo suficiente como para que tiempo después la hiciera su esposa.
Hoy, Harlen David Ospina es atleta paralímpico y padre de familia. Escaló la Sierra Nevada del Cocuy, el cerro Pan de Azúcar y cada tanto escala los cerros orientales de Bogotá. Corrió una maratón en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), lo que le mereció una medalla a su valor y esfuerzo. Con esa misma pasión y el decidido apoyo de United for Colombia, participará este 26 de enero en la Maratón de Miami en donde aspira obtener una nueva medalla. Pero sin duda, la medalla de su vida ya la ganó y vive para contarla. Así lo hizo, cuando caminamos desde la Avenida Boyacá hasta la Embajada estadounidense a lo largo de otra Avenida que enmarcó su relato: la Esperanza.