Era una mañana muy tranquila cuando Pedro Verbel, sentado en la puerta de su casa, revisaba unos mensajes en su teléfono. Sintió el ruido de una moto y cuando levantó su mirada solo vio un arma de fuego apuntándole a la frente. Fue tal el susto y grito de Pedro que toda la vecindad salió a ver qué pasaba. El asaltante salió despavorido y él le notificó a su esposa que le habían dado un tiro en la cabeza. En medio de la confusión sentía un hueco en la frente y veía la sangre fluir.
En un instante Pedro hizo un balance de su vida, encomendó su familia a Dios y se dispuso a morir; su día llegó inesperadamente. Él estaba tan convencido que era el final, por lo que le extrañaba que teniendo un disparo mortal aún no había caído al piso. Por un momento pensó que ese estado ingrávido de su cuerpo y ese nivel de conciencia de su mente, era una transición en las primeras horas de los difuntos, para que ellos puedan dar un último vistazo a sus seres queridos.
Le parecía extraña su situación de muerto conectado a todos los vivos, pues continuaba percibiéndolos. Pensó entonces que eran mundos simultáneos con ventajas de los muertos, ya que ellos seguían experimentando la dinámica cotidiana. Recordaba que en vida nunca notó contacto con ese estado en que se encontraba ahora, que sin lugar a dudas era muy parecido al mundo de los vivos. Por un momento pensó que la vida y la muerte eran la misma vaina, solo que muerto ya no cuentan contigo para nada.
Pedro no experimentó, en su tránsito al más allá, las famosas luces que se ven en las experiencias cercanas a la muerte. Él seguía viendo lo mismo. Su caso no era parálisis de los sistemas del organismo y, por ende, incremento repentino de la actividad neuronal por el colapso de los intercambios eléctricos del cerebro con los diferentes miembros del cuerpo. Su muerte fue por convencimiento, dada su impotencia ante un intruso armado que alteró el transcurrir de su apacible vida en fracciones de segundos.
En una clínica, una enfermera al hacerle unas curaciones le indicó a Pedro que solo era una herida superficial y que todo estaría bien. A Pedro le pareció una broma de mal gusto que alguien le mamara gallo con algo tan serio como la muerte; y sobre todo, con la suya. No era posible sobrevivir a un impacto balístico en la sien; por eso puso en tela de juicio su idoneidad. Le pareció eso sí algo extraño, que alguien tratara de convencerlo de que estaba vivo, cuando él, ya se había resignado y era consciente de su muerte.
Solo con el diagnóstico médico de herida superficial, posiblemente con objeto metálico fue que Pedro regresó dudoso al mundo de los vivos y se reencontró con su propio ser. A él no le queda duda que estuvo muerto; es consciente de que además del fallecimiento del cuerpo, hay una muerte mental por resignación. En el relato de su muerte se deja ver cómo los ciudadanos de estas tierras tienen sus vidas expuestos a una cruda inseguridad galopante e incontrolable, incluso dentro de sus propias residencias.
La primera muerte de Pedro es un testimonio de la incontenible ola de delincuencia que ha transformado a Riohacha y ha sembrado temor en las conciencias de la población. Al mismo tiempo ha generado un grave sentimiento de impotencia, ya que la ciudadanía se siente ajena a los temas de seguridad pública. Es común ver en los periódicos locales las estadísticas de seguridad y los planes distritales de convertir a Riohacha en una de las capitales más seguras del país. En esencia, pura paja.