El efecto Petro

El efecto Petro

Por: Oliverio Cañas Acuña
diciembre 19, 2013
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La elección de Petro como alcalde de Bogotá marcó el inicio de una confrontación que está hoy en el punto máximo pero que es apenas el inicio de una lucha por el poder de dos bandos que se perfilan con cierta claridad en el escenario político: de un lado Petro, con una propuesta de cambio, alternativa, pacífica y democrática, del otro lado, el establecimiento, el statu quo, representado por las fuerzas económicas, políticas y sociales que han manejado este país desde siempre.

La lectura que debe hacerse de la inédita e ilegal actuación del Procurador, es que es un hecho político enmarcado en esa confrontación de poderes. Y hay quienes sostienen, con pruebas, que la cacareada “ineficiencia” de Petro en el manejo de las basuras durante tres días, fue parte de un complot orquestado por aquellos que han hecho de la trampa una razón de Estado y del chanchullo un procedimiento normal en la administración pública. “Lo que no corrompen lo tuercen; y lo que no tuercen lo dañan”, escribía alguien. Si el Procurador no fuese oblicuo en este caso, habría actuado con más sensatez y prudencia, en proporción a la gravedad de los hechos.

Casi vencido en juicio sumario y preferente por Ordóñez, a Petro no le quedó más remedio que apelar a la soberanía del pueblo, al mandato de los electores, quienes, actuando de manera inmediata y armónica, produjeron el hecho político más importante en Colombia después del “bogotazo”. Tanto y tan fuerte fue el respaldo recibido por Petro en la plaza pública, que el establecimiento quedó en silencio. Nunca se había visto una movilización tan política a favor de una causa, en tan breve tiempo y de forma tan pacífica.

Por eso quienes claman por el respaldo ciego a las autoridades legítimas y a las instituciones deben tener presente que eso es válido cuando estas actúan en Derecho. No se puede pedir legalidad en un funcionario que le decreta la muerte política al alcalde de Bogotá porque dejó una basura regada tres días. A esa acción antijurídica corresponde esa movilización ciudadana. Movilización que marca un despertar ciudadano.

Ese es el primer resultado del efecto Petro: una ciudadanía empoderada en la plaza pública, con su sola presencia pacífica, -que es la gran lección-, en una demostración de participación política, de intervención en asuntos públicos, de deliberación alrededor de su gobierno legítimamente constituido, de defensa del Estado de Derecho y de rechazo a la arbitrariedad, a la injusticia y a la ilegalidad con que pretenden liquidar a su mandatario. Hay una ciudadanía que ha despertado y se ha incluido en el debate público. Y es eso lo primero que necesita una democracia: una ciudadanía activa, consciente y participativa en los asuntos públicos. Y la plaza pública es su más legítimo escenario.

Mientras el poder establecido juega restos contra Petro con la destitución y muerte política, y ahora con la revocatoria del mandato, envía un mensaje de odio que producirá un efecto contrario al que pretenden: en vez de destruirlo políticamente, lo que están logrando con su extrema intolerancia a permitir una mirada distinta de la democracia, es agigantar a Petro hasta el líder en el que empiezan a ver muchos colombianos una real esperanza de cambio.
Es muy posible que el efecto Petro produzca en el inmediato plazo unas mayorías electorales en Bogotá capaces de impedir un gobierno de derecha. Y hacia el futuro, 2018, se avizora en materia presidencial una confrontación entre el statu quo, militarista, guerrerista, autoritario, excluyente, permeado por la corrupción y el clientelismo y sesgado a los intereses de las multinacionales, y Petro reivindicado y recargado, representando una alternativa democrática pacifista, participativa, ciudadana, que no transige con corrupción ni clientelismo, y con preocupación por el medio ambiente.
Alguien podría llamar este texto, con justa razón, el efecto Ordóñez.

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