Volvieron a fallar las encuestas. Esta vez fue en Chile. Lo que todo el mundo pensó que sería un pulso de estrecho margen entre los dos finalistas del balotaje, acabó en una victoria del expresidente Sebastián Piñera por casi diez puntos porcentuales. No se descarta que tanto los encuestadores como la opinión chilena dieran, por un hecho incontrastable, el endoso total de los votos que los partidos de centro izquierda, los viejos y el Frente Amplio, prometieron al candidato Alejandro Guillier. Empero, los resultados confirmaron, más bien, la tendencia que favorecía a Piñera desde antes de la primera vuelta.
Aun cuando hay un antiguo debate sobre si opera o no la lógica en la política, el triunfo de Piñera es un ejemplo de que sí la hay. Su chance de reelección despuntó, justamente, como un efecto del desgaste de la presidente Bachelet, en cuyo segundo mandato los índices de aprobación fueron muy inferiores a los del primero. Para no dudar que Piñera capitalizaría dicho bajonazo en la popularidad de la mandataria, y en detrimento, además, del candidato oficialista. Allá las reelecciones también horadan prestigios adquiridos en buenas administraciones iniciales, caídas que son inevitables cuando la ponderación de los estadistas sucumbe a las tentaciones del poder.
Piñera, por su parte, ofreció, desde un principio, meterles reversa a los desaciertos de su antecesora, entre otras cosas porque sus compatriotas vivían orgullosos de ser, en América Latina, un dechado de manejo económico ejemplar, sin abusos en el gasto, con intercambios comerciales ajustados a su capacidad exportadora, celosos del equilibrio fiscal, prudentes con la deuda externa, en fin, cuidadosos de su producción y del buen trato a los inversionistas. Entendió que su táctica debía variar y para la segunda vuelta suavizó la oferta con guiños al centro izquierda de la coalición gobernante. Y funcionó el giro.
Entendió que su táctica debía variar
y para la segunda vuelta suavizó la oferta con guiños al centro izquierda
de la coalición gobernante. Y funcionó el giro.
El Chile de ahora no es, ciertamente, el que Alberto Edwards trazó en su magistral libro La fronda aristocrática. Sin embargo, las reelecciones alternadas dan cuenta de una fronda política con otros cuadros y otra mentalidad, aunque, como aquellas, una a la izquierda y otra a la derecha. El marco democrático es garantía para todos, puesto que el socialismo de Lagos y de Bachelet difiere del de Allende, que se dejó cooptar de los comunistas, y la derecha mayoritaria de Piñera dista igualmente de la de Pinochet. De modo que los sectores sociales de la sociedad chilena no temen una destorcida que los devuelva a las turbulentas décadas de los setentas y los ochentas.
Ahora vendrá el tránsito del candidato al presidente. Sin concesiones y acuerdos Piñera no podría gobernar. Necesita al Congreso y no lo tiene de su lado ni en el Senado ni en la Cámara. Tendrá que aceptar lo rescatable de los controvertidos cambios de Bachelet y mejorar lo que no le guste de los mismos, particularmente el proyecto de nueva Constitución que la señora presentará al Parlamento durante la transición, con el fin de reemplazar la de Pinochet, y reformas clave como las de la educación superior y la pensional y la del sistema de salud. Todo dependerá de los términos en que se negocie la relación futura con los partidos y alianzas representados en el Congreso. Andrés Zaldívar, presidente del Senado, habló en NTN24 de un respaldo condicionado a las iniciativas gubernamentales según su conveniencia nacional. Será indispensable, por último, un plan que incluya combatir la corrupción y el narcotráfico.
En el plano internacional, hay expectativa en América Latina por la posibilidad de que Piñera, con menos pragmatismo que en su primera presidencia, contribuya a modificar la geopolítica regional impuesta por Chávez y continuada por Maduro a base de petróleo, así como por su reacción en caso de que Bolivia gane en La Haya el revivido pleito sobre su salida al mar. No sería extraña una sorpresa, en este punto crítico, como la de Colombia con Nicaragua en 2012.
Son varios y variados los desafíos que la democracia construida en Chile, racional y eficazmente, le tiende a su reelegido presidente.