“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
Esta es una de las afirmaciones más controvertidas de la Biblia, cuya interpretación ha sido acomodada en el mundo de hoy, de acuerdo con las conveniencias del hombre, en particular, del líder político y del líder religioso.
Al auscultar la historia, se deduce que para Jesús debió representar un verdadero dilema, asumir una posición radical frente a dos dioses: el terrenal y el divino, o mejor, el emperador romano de carne y hueso, y su padre omnipotente.
Para comprender mejor la escena, debemos remontarnos a la situación concreta en que vivía el pueblo de Israel: amaba la libertad y la independencia de su nación, no obstante, se encontraba sometido al régimen romano, y debían pagar el odiado impuesto al César, todos, absolutamente todos los judíos.
Ante la pregunta explosiva del pueblo seguidor de Jesús, “¿pagamos o no pagamos el impuesto al César?”, se crea un escenario político que obligaría al Mesías a delatar una posición comprometedora para él. Era tanto como preguntarle, ¿nos sometemos o nos sublevamos frente a la dominación indebida del régimen de Roma?
La presencia de algunos infiltrados del gobierno entre el pueblo, aseguraría la denuncia al imperio en caso de Jesús responder: “NO, no paguen ese puto impuesto”. O en caso contrario, el pueblo testigo y seguidor del Mesías, que odiaba pagar impuestos, se alejaría de él si respondía de modo afirmativo exhortándolos a pagar el impuesto. Lo tildarían de ser un líder vendido y cobarde.
Incitar a aceptar o mejor, a rechazar dicho impuesto, tendría un alto significado político que sin duda, hubiera cambiado el rumbo de la historia. Era, o someterse ante la divinidad del emperador o sublevarse. Era abandonar la necesidad de independencia y arrodillarse al régimen, o levantarse en armas contra el ejército romano, defendiendo su independencia y reconociendo que solo tenían un Dios.
Tal como hoy, la postura de los diversos sectores políticos y religiosos estaba muy resquebrajada. Había mucha expectativa popular, y Jesús, un líder muy carismático tenía la solución del pueblo en sus manos. Independencia o sometimiento.
Pero pasó lo increíble: nadie sabe porque el Mesías resultó al final ser tan conciliador, aliándose a medias con los dos poderes, el terrenal y el divino. “Pues den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Afirmación que dejó a más de uno de sus fieles seguidores desconcertados y a otros, maravillados.
La decisión no condujo al pueblo a ningún cambio de vida real, a lo mejor si espiritual. Solo a dejar las cosas iguales como estaban. A aceptar seguir sometidos, abusados del régimen del César y elevando muchas plegarias a Jehová.
“Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” es interpretado por muchos analistas como una solución política cómoda y ambigua; es como poner una mano en la estufa y la otra en el refrigerador; es como decir que “cada loro en su estaca”.
Es decir, en el hoy, el cura o pastor en su templo o garaje alimentando la fe, el político en el congreso o gobierno manejando los impuestos y el pueblo en lo de siempre, sobreviviendo, sometido y jodido, sin ningún guiño esperanzador de cambio real por siglos.
Empero, hoy lo que si vemos con sorpresa, es una mezcolanza entre el líder político y el religioso, malévola para el pueblo y benéfica para ellos, solo por la ambición de poder y dinero: el pastor habla y actúa como político y el político habla y actúa como pastor. Cada uno utilizando la Biblia a favor de sus intereses, como si la biblia fuese un manual de estrategias políticas.
Para algunos estudiosos, Jesús fue una gran desilusión popular. Evitó comprometerse. Con un “SI” hubiera enfurecido a los judíos; con el “NO” a los romanos. Jesús no avaló ni rechazó una sublevación política del pueblo judío, no legitimó ni descalificó la indebida ocupación romana.
Para otros, el Mesías no pretendió separar lo político de lo religioso – lo que es de Dios y lo que es del César – aunque pareciera contextualmente que sí. Argumentan desde el prisma de la fe, que la primacía de Dios es como una gran cobija que arropa todo porque todo es de Dios. Una sola manera de pensar y de actuar de todos los creyentes, incluyendo sus ideas políticas, cívicas y económicas, porque no puede haber en sus vidas franjas independientes de la fe. Los anima a actuar siempre al servicio de otros, de la verdad, de la justicia, del amor, de la libertad, de la igualdad entre seres humanos. Grandiosa premisa ésta que en definitiva, ni el político ni el religioso cumplen porque el poder obnubila.
En el hoy vemos con descaro, una masiva presencia de líderes religiosos haciendo política con la fe de sus leales seguidores, queriendo tener el poder de gobernar como el del César, para manejar los impuestos como el César, poniendo abusivamente a Dios en sus argumentos electorales, en sus pasiones políticas, con el objetivo de lucrarse, sacar provecho económico y vivir como el César. Es condenable que suceda, como también es condenable dejar que suceda.
Reflexión:
Permanecer hoy muy cómodos al margen, los creyentes inconformes, elevando solo oraciones para que la omnipotencia divina lo resuelva todo, ¿es ser piadoso?
Permanecer los no creyentes inconformes en actitud pasiva, dejando que las cosas pasen, que al país se lo coma el cáncer de la política corrupta, ¿es ser consecuente? Definitivamente no. Es más bien ser indiferente, egoísta, mamerto y cobarde.