El testaferrato es el rey para salvar apariencias y es así como los dineros que entran a las campañas políticas se reciben por medio de estos individuos que fungen como gerentes independientes y “únicos” responsables de la financiación de las mismas o, de funcionarios de segundo o tercer nivel que se prestan para dar la cara por una pequeña mordida porcentual, que al ser frecuente y relacionada con las grandes sumas a las que se aplican, se convierten en jugosos capitales que acrecientan sus patrimonios.
Las decisiones del orden nacional se concentran en la capital y como es obvio, el costo de esas decisiones es muy superior a las que se toman en el orden departamental o municipal. Gran parte del dinero que se mueve en Bogotá proviene de la corrupción. Allá no se da un contrato, no se expide un certificado, no se entrega una licencia ni se realiza ningún trámite sin coima tanto en el orden nacional como distrital. Eso es mucho dinero y se gasta a borbotones y con mucha facilidad debido a que también entra sin mucho esfuerzo. Solo basta estar relacionado con quien toma las decisiones y este y sus amigos se reparten la torta.
Con la elección popular de alcaldes y posteriormente de gobernadores se empieza a descentralizar el uso de las artimañas para el asalto al erario público y quienes hemos vivido desde antes de 1988 podemos constatar que el progreso de las ciudades se ha visto incrementado con esas decisiones y en aquellas en donde se roba menos se nota mayor calidad de vida.
Mirando esto y a sabiendas de que parte del dinero público se queda en bolsillos particulares sin justificación diferente a las prácticas corruptas, podemos colegir cuán enorme es la suma que se quedó en la capital durante cuatro siglos de coimas y trampas. No me creo con capacidad de escribir el número puesto que los ceros deben ser infinitos.
Estos hechos históricos comprueban la costumbre arraigada desde siempre en la capital de la corrupción, en donde la coima y el desfalco al erario público se convirtieron en forma de vida de gran parte de sus habitantes forjando así grandes fortunas de orígenes dudosos.
De hecho, esas acciones se repiten día a día y solo basta mirar lo que ahora sucede con los magistrados involucrados en el cartel de las togas y los fallos o las acciones en favor de los implicados en conductas ilegitimas, que los sobornan abiertamente. Lo grave ahora es que no son calumnias del acusado a su juez.
Se han perfeccionado las mañas y la corrupción es abrumadora.
Un gobierno que en sus últimos estertores, después de que derrochó la gran bonanza que recibió, muestra a Colombia como un país en el que se descubren pozos de petróleo secos. Un país en el que el mayor triunfo del “posconflicto” se evidencia en Tumaco, en Urabá y otras partes del país; en el que el Presidente pisotea la democracia; en el que la cárcel se llena con amigos del presidente; en el que cada día son más débiles los Partidos Políticos y en el que todo es falsedad porque la mentira se convirtió en la reina anfitriona, que carcomió todo, en especial a los partidos de la mal llamada “Mesa de la Unidad Nacional” que en su momento, como todo buen oportunista, se enfilaron en torno al presidente Juan Manuel Santos atraídos por el dulzor de lo público y con risa de oreja a oreja, sabedores de que "la sombra es mala cuando nos nubla la vista o la mente y muy refrescante cuando nos la brinda el árbol para protegernos del sol", en bulliciosa parranda se dedicaron al goce del apetitoso banquete burocrático pagado con el producto del sudor del pueblo.