En el 2014 no había en Venezuela nadie más poderoso que Rafael Ramírez. Henrique Capriles decía que era el hombre más rico del país. Nicolás Maduro lo alababa por haber salvado el petróleo de las garras del capitalismo. Estaba, según la revista norteamericana Foreing Police entre los 500 hombres con más poder en el mundo con el manejo durante los doce años de Chavismo de la chequera del petróleo.
Chávez confiaba en Ramírez. Lo conoció en 1993 gracias a la cercanía con su hermano Adán cuando el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías pagaba una condena por el Caracazo, el fallido golpe contra Carlos Andrés Pérez, en febrero de 1992. Con 41 años y graduado de ingeniería mecánica en la Universidad de los Andes en Mérida en donde militó en diferentes grupos de izquierda, como el mítico Ruptura quien incluso llego a tener acciones de calle, se convirtió en un miembro más del círculo íntimo de Chávez Ramírez Carreño, a quien visitaba siempre en la cárcel del Yare en el Estado Miranda. Allí estableció también una estrecha relación con Alí Rodríguez, el primer presidente de PDVSA de la era Chavista. Nicolás Maduro, entonces dirigente sindical del metro de Caracas fue un visitante tardío; su llegada fue por la vía de su hoy esposa Cilia Flórez, quien oficiaba como abogada de teniente coronel detenido. .
Una vez reacomodado en el sillón de Miraflores después del fracaso golpista de Pedro Carmona, Rodríguez se instala en el círculo de confianza de Chávez del que nunca salió hasta su muerte, como Ministro de energía y petróleo. Tomó una decisión audaz y en su momento criticada por sectores radicales de chavismo. Con un criterio eminentemente técnico promovió el reincorporación de los ejecutivos y empleados de la petrolera estatal PDVSA que habían sido despedidos por haber apoyado el golpe de abril del 2002 que entronizó en Miraflores por 72 horas al dirigente gremial Pedro Carmona. Chávez lo apoyó en su decisión hasta el punto de incluso frenar al comandante del ejército Raúl Isaías Baduel, a quien le debía su vida. “Deja trabajar en paz a Ramírez chico”, le dijo en una llamada de madrugada.
Ramírez capoteó la huelga del sector petrolero del 2002 y con logró un audaz negocio que sonó a sacrilegio entre el ala radical de izquierda del Chavismo: venderle a Estados Unidos 50.000 barriles diarios de petróleo. Una transacción rentable que le significó al Chavismo dólares para la inversión social y las brigadas de salud y vivienda que inmortalizarían al comandante. Maduro, entonces canciller fue uno de los primeros en levantar la voz de protesta del negocio que se cerró en las oficinas del Rockefeller Center en Manhattan, y desde entonces quedó entre los dos una pelea cazada que tomó forma casi que quince años después.
El 20 de noviembre del 2004 Ramírez llega a la presidencia del botín venezolano: PDVSA. Al estilo del Chavismo, instaló su tribu familiar en puestos claves: su hermano Fidel sería el director de los servicios de salud de la petrolera; su esposa Beatrice Sansó sería asesora desde el bufete de abogados Hoet con un ingreso de USD$30 mil mensuales. Sin trayectoria profesional su suegra es nombrada asesora y su cuñado Baldo Sansó Rondón llega a un alto cargo en el Ministerio de energía y petróleo que Ramírez acababa de dejar.
Ramírez coincide con Chávez y lo acompaña como músculo financiero de la aventura de la Revolución Bolivariana. Desde su oficina en el centro de Caracas con su escritorio presidido por la fotografías autografiadas de Chávez y Fidel Castro, le declaró la guerra a los exejecutivos Ronald Patin y José Francisco Arata quienes convirtieron su paso por PDVSA en la mina de oro de Pacifico Rubiales señalándolos del paro de diciembre de 2003 que derivó en el despido de 13.000 empleados y toda la cúpula directiva de la petrolera que le permitió su consolidación en la Presidencia de PDVSA, pero que Ramírez no dudó en reintegrar algunos de ellos para asegurar el eficaz funcionamiento de la compañía. Tres años después estaba creando bajo sus órdenes las áreas sociales de “Alimentación” (PDVSA Agrícola), Industrial (PDVSA Industrial y PDVSA Naval), Servicios Públicos (PDVSA Gas Comunal y PDVSA TV) e Infraestructura (PDVSA Desarrollos Urbanos y PDVSA Ingeniería y Construcción.
Cuando en marzo 2013 el escenario de salud del Comandante se complicó definitivamente, Rodríguez estuvo en la baraja de los posibles sucesores. Pero no intrigó; lo suyo era el petróleo. A pesar de formar parte del grupo íntimo de los cuatro que por pedido de Chávez lo acompañaron en su agonía en el CIMEQ de La Habana, Ramírez siempre pensó que su lugar estaba al frente de PDVSA y así se lo hizo saber al gran jefe. Tras su muerte el 5 de3 marzo del 2013 sorpresivamente el ungido fue Nicolás Maduro.
El gran zar del petróleo permaneció dos años en el cargo hasta que Nicolás Maduro decidió nombrarlo en la cancillería y en noviembre del 2014 y en una jugada maestra pocos meses después lo saca del país engolosinándolo con un atractivo cargo: embajador de Venezuela ante las Naciones Unidas en Nueva York.
Rodríguez disfrutaba a sus anchas de su cargo diplomático cuando lo sorprendió un rocketazo disparado desde la Fiscalía de Tarek Saab, nombrado por la Asamblea Constituyente tras la destitución de Luisa Ortega-: había sido vinculado a una investigación sobre un desfalco de 15 millones de barriles durante sus doce años como cabeza de la petrolera. Había estallado el escándalo de corrupción, que según el Fiscal del régimen de Maduro dejó unas perdida de USD 11 mil millones. Rodó la cabeza de sus sucesores, Eulogio del Pino en PDVSA y Nelson Martínez en el Ministerio de energía y petróleo. Ramírez seguía en la lista. En efecto su cargo empezó a tambalear hasta su caída definitiva este 5 de diciembre cuando Maduro lo destituyó´, logrando despejar el camino hacia su poder total y borrar cualquier rastro del poder de Hugo Chávez Frías en la nueva Revolución Bolivariano con sello Madurista.