Lo recuerdo muy bien. Era un domingo y estaba escuchando fútbol. Los medios reportaron el hecho con todos los eufemismos que encontraron “En hechos confusos…” “No se sabe quién es el agresor…” Lo único claro era que un monstruo había destrozado a una niña de ocho años. En redes el nombre de Yuliana apenas comenzaba a salir. La gente se encogió de hombros y pensó que no era más que otra niña pobre que moría por descuido de sus papás. En ese domingo el horrendo crimen no fue más relevante que los goles de James o Falcao.
Por los laditos La W habló, en la mañana del día siguiente, que el asesino pudo haber sido un prestante arquitecto bogotano cuyo hermano era uno de los abogados más destacados de Brigard Asociados, uno de los bufete más poderoso del país. Entonces ahí sí las redes explotaron. Muy temprano, en ese lunes cinco de diciembre, Uribe Noguera no había cerrado sus redes sociales. En Twitter había trinado semanas atrás una frase que se volvió viral y que empezó a demarcar el carácter del asesino: “Me la vuela mi falta de autocontrol”. A las 12 :30 del día los medios tradicionales se rehusaban a revelar el nombre del asesino. En el país de los falsos positivos se sufría un ataque repentino de prudencia y de respeto hacia el buen nombre. El primero que lo dijo fue Alejandro Tibaduiza de Caracol, no sabemos si porque se le salió, se equivocó o se rebeló, cosa improbable en un país donde los periodistas tienen como mantra la frase “es que yo no pateo la lonchera”, el caso es que a la una de la tarde ya todos sabíamos de Rafael Uribe Noguera.
Dato: hasta marzo del 2017 en lo que iba del año, medicina legal tenía 4315 casos de menores abusados sexualmente.
Frente a la clínica Navarra, lugar donde fue llevado el asesino y en donde presumiblemente sus hermanos intentaban conseguir una coartada, se acomodó un ejército de reporteros y de gente que simplemente quería lincharlo. En la morgue donde estaba Yuliana muy pocos reporteros acompañaban a Juvencio y a Nelly, los papás de la pequeña. Ellos no parecían importar, es que eso de ver a un pobre sufriendo no vende periódicos, no hace clicks. Es nada más que un lugar común, un cliché.
Si fuera otro pobre la que la hubiera asesinado no hubiera pasado nada. Sería otro titular del Q’hubo más, tinta roja de lo más ramplona. La indignación que despertó el asesinato fue falsa porque igual las niñas siguen siendo asesinadas, violadas, descuartizadas en los barrios pobres del país, en el campo. Ya no es noticia porque no fue un rico el que lo hizo. Es otro excluido más del estado botando su bilis.
La actitud de Rafael Uribe Noguera para con Yuliana es la misma que tienen tantos ricos con los pobres de este país. A Uribe Noguera no se le ocurrió ir al parque de la 93 y sacar de allí a una niña de rizos rubios y niñera porque sabría que esto podría traerle problemas. Fue a lo que probablemente hace más de uno y sale impune, fue a la fija, a lo que no trae consecuencias: buscar en un barrio pobre a una niña y hacer con ella lo que quisiera. Una niña x, de esas que juegan con tapitas de gaseosa y se la pasan sucias, casi huérfanas. Una de las tantas niñas que llegan a la ciudad desde el campo arrastradas por la miseria de los padres. Nunca vamos a saber si Rafael Uribe Noguera fue un asesino serial. Nunca. En las comisarías de familia hay cataparcios con nombres de niñas de la edad y estrato social de Yuliana que están desaparecidas y que nadie va a encontrar. No importan, son un numero más.
Dato: en Colombia cada día son violadas 21 niñas principalmente entre 10 y 14 años
(dato Fondo de Población de las Naciones Unidas)
El crimen de Yuliana despertó una indignación falsa, una indignación que iba más ligada al morbo. En mi Facebook vi a más de uno tomarse fotos en el Equus 66 que se convirtió en un sitio de peregrinación de todos aquellos que querían estar lo más cerca posible del tema del momento. Sí, llevaban flores y hasta muñecas. Todos los taxistas hablaban de lo que le harían con un cortaúñas al violador pero nadie nombraba a Yuliana. Yuliana fue el chivo expiatorio para desahogar el odio y el resentimiento que generan en provincia bogotanos “bien” como Rafael. En las noticias el enfoque siempre fue el del asesino, no el de Yuliana. Muchas mamás, incluso, veían en el asesino a sus propios hijos: tan bien presentados, tan educaditos, tan queridos, tan malcriaditos. Pobre, repetían, lo único que hizo mal fue tomarse unos traguitos de más y enloquecerse. Y se lamentaban por la suerte de su familia porque se sentían identificados con él y nunca con la indígena, con la pobre, con la arrimada, con la callejera.
Un año después del horror no se aprendió nada. Las niñas siguen siendo asesinadas, violadas y los niños bien siguen nadando en su arribismo impune sin que nadie les pegue una cachetada. Los periódicos siguen vendiéndose por sus titulares morbosos y los medios digitales tenemos el click a flor de piel. Después de una guerra que dejó más de 200 mil muertos es muy difícil impactarse ante un crimen más. La sangre nos ha hecho inmunes al dolor. Pobre Yuliana, no sólo la descuartizaron, lo más seguro es que también la vamos a olvidar.