Hace algún tiempo que no veía los canales nacionales de televisión. Por casualidad, un domingo, en mi lugar de trabajo, alguien prendió el televisor de una sala de espera y apareció en su pantalla un individuo con acento particular y familiar para mí. Traté de concentrarme un poco más en lo que hacía, pero la curiosidad me venció y presté atención a lo que estaban emitiendo. Era ese programa de Caracol, Séptimo Día.
En cuestión de minutos la curiosidad se transformó en horror y el horror en indignación. Vi con letras grandes y con un sonido estrepitoso la palabra “negligencia médica” y como algunas personas lanzaban improperios injustificados contra nosotros. Soy médico de profesión, ciudadano común y corriente que ha notado que mucho de lo enunciado en estos canales de televisión no tiene congruencia alguna con la realidad. Es cierto que existen algunos profesionales de la salud que ejercen su labor con desgano, mediocridad e insensibilidad, sin amor a lo que hacen, pero son contados. En toda institución pública o privada existen trabajadores excelentes y otros tantos mediocres.
La mediocridad es un mal que se infiltra en todas las esferas laborales, ningún oficio o profesión está exenta de esta plaga; pero esta clase de programas se valen de artimañas para desacreditar a todo un gremio basándose en los errores aislados que cometen algunos o simplemente inventándolos. Nos hacen ver como unos homicidas desalmados, sabiendo que los principales responsables de estas muertes son esos ladrones de cuello blanco por los que votan los ciudadanos en las elecciones a cambio de mercados o de tamales. Es que esos mismos ladrones de cuello blanco son los que manipulan a los medios de comunicación. RCN es un canal abiertamente uribista y Caracol Vargallerista. Y no les conviene que a los empresarios, dueños de las grandes EPS, se les señale. Enfocan el enojo público contra los que tienen que dar la cara al paciente y sus familias: los trabajadores de la salud. Y eso, definitivamente, deja mal parado al periodismo colombiano, mediocre y puerco.
Pues bien, me atrevo a decir que en Colombia sí hay buenos periodistas (Garzón y Pirry a mi parecer por ejemplo), pero son opacados por aquellos que vendieron su alma al amarillismo y deshonestidad, quienes pudieron inmiscuirse en los poderosos medios de comunicación del país. Estos personajes son reconocidos y tienen programas de televisión con alto rating, pero su éxito se ha construido con ladrillos de mentira. Principios como la integridad y el respeto por la verdad son considerados basura en nuestra querida nación. A la persona honesta la tildan de boba y al vivo, al que roba, asesina y engaña a los demás le erigen un altar, lo nombran el Gran Colombiano, le hacen novelas de televisión o se convierte en estrella de YouTube. Los canales de televisión privados, lo digo sin pelos en la lengua, como RCN y Caracol, son potenciadores y cómplices de esta situación. El circo de la idiosincrasia colombiana necesita maestros de ceremonias, alguien que anuncie el espectáculo. Y es que el espectáculo a pesar de ser grotesco, es muy rentable para dichos canales.
En Colombia, lo que vende, lo que aumenta el rating es el morbo, la sangre y la desgracia ajena. Si alguien quiere ganar fama en este país sin esfuerzo, de forma fácil y rápida (como nos gusta a los colombianos) en los medios nacionales, debe renunciar primero a sus valores. Segundo, tiene que buscar un chivo expiatorio a quien perseguir, alguien que pueda ser odiado por el pueblo borrego, alguna minoría como los indígenas del Cauca o algún gremio que no puede defenderse como el de la salud , enfatizando que el médico o el indígena siempre es el culpable. Otra, sería recreando en una telenovela la vida de algún bandido famoso en el país. Para qué escribir nuevas e inspiradoras historias si tenemos algunas bien interesantes: un capo de la mafia que asesinó a miles personas, un sicario que anda libre por las calles de Medellín, puro folclore colombiano. Todos unos héroes. Si se agotan las ideas se recurre a la vieja confiable: novelas de cantantes. La originalidad en su máximo esplendor.
¿Qué solución se podría dar a esta situación? Los televidentes son los que le dan el sustento a los medios de comunicación, estos viven del rating. Son los mismos ciudadanos los que pueden arrebatarle el poder a los canales de televisión y la mejor forma de hacerlo es coger el control remoto y cambiar de canal. También que las personas cuestionen lo que ven, que, investiguen que no se queden con la información parcializada. Por mi parte, ya me propuse no volver a ver más Séptimo día... algo que recomendaría a los demás