El informe de la ONU no puede ser más contundente: 55 % de los excombatientes de las Farc ya están por fuera de las zonas de reincorporación; lo que no es sinónimo de estar delinquiendo. La pregunta es: ¿por qué firmaron, se concentraron, entregaron las armas y luego abandonaron el proceso? Pues porque la estrategia de reinserción es un fracaso.
Hoy, más de un año después de la firma del Acuerdo y (esto para los uribistas y para-uribistas) de haber incorporado la inmensa mayoría de las recomendaciones del No, el país sigue siendo el mismo y sus dueños también.
La gran novedad es que Timochenko es candidato, lo que no lo hace presidente, sino un actor político dentro de la legalidad, objetivo fundamental del proceso de paz: pasar de las balas a los votos. En democracia cualquiera puede ser candidato; y en la transición de un posacuerdo, los antiguos rebeldes pueden serlo. Como dice Sergio Serrano: no se desmovilizaron para dedicarse a vender Herbalife.
Pero más aún: la falla del proceso de reincorporación de los excombatientes de las Farc no está en la implementación sino también en su formulación. ¿Para qué se desmovilizaron? Para hacer política o, por lo menos, para dejar atrás la zozobra del monte y optar por los espacios políticos legales. Pero esta zozobra no se acabó para ellos: más allá del chiste que circulaba en las redes (de que ahora a las Farc les iba a tocar el viacrucis de las EPS, la Dian y otras instituciones); la realidad es que la incertidumbre en las antiguas zonas veredales es muy grande y es creciente.
La suerte es peor para los guerrilleros de a pie: cumplieron y entregaron las armas, quedando abandonados en las zonas veredales sin remesas, sin papeles, sin futuro. El gobierno no dotó esas zonas prácticamente de nada: el balance es que no ha habido condiciones decentes para estar allí, a pesar de que se sabía desde hace tres años que estas áreas se instalarían.
En sus zonas permanecen aún miles de guerrilleros esperando. Decía García Márquez que: “en las ciudades no nos matan con tiros sino con decretos”, pero en las regiones de las bases de exguerrilleros los matan con una combinación de balas y de normas. “Cada seis días asesinan a un excombatiente de las Farc en Colombia”, dice un titular de prensa.
A los que matan con decretos, primero les prometieron darles una cédula, una gestión aparentemente breve y ágil que se ha demorado meses, un trámite que parece más el resultado de la falta de voluntad que del cumplimento de unos trámites necesarios. El Estado les niega un derecho elemental: tener un papel en el que digan que son ciudadanos. Sin ese papel, el resto es inaccesible: salud, educación, trabajo.
Primero les prometieron darles una cédula... Foto: Víctor De Currea-Lugo
Por esto y por falta de otros papeles, varios no han podido abrir una cuenta bancaria, lo que les impide recibir siquiera el pago del monto del 90 % del salario mínimo, que fue lo acordado (620.000 pesos mensuales y no el 1.800.00 que decía el uribismo y el para-uribismo). Y mucho menos han podido recibir los 8 millones que se le daría a cada uno para que empiece un llamado “proyecto productivo”.
Y aquí hay que ser realistas. Un proyecto productivo tiene que producir y ser autosostenible, y con 8 millones de pesos no se logra ni lo uno ni lo otro. Hay un refrán clasista que dice: “negocios de pobres, pobres negocios” pero no por clasista es menos cierto.
Pero hay algo más, los proyectos productivos de esa naturaleza están condenados al fracaso: porque no logran ser competitivos, porque tienen un mercado adverso, porque el monto no permite una producción a escala para que sea sostenible, porque los implicados tienen demasiadas necesidades apremiantes que hacen de esos 8 millones plata de bolsillo, porque no hay acompañamiento técnico y porque (aquí viene lo más grave) la política rural (que es donde están la mayoría de excombatientes de las Farc) hace insostenible cualquier cultivo que no sea de matas de coca. Para que sea productivo tendría el gobierno que, por lo menos, cumplir con el primero de los Acuerdos, pero todo indica que no lo hará.
En El Salvador, se intentó algo similar y fracasó. Creer que los miembros de una guerrilla pueden resolver su futuro con migajas es cínico. Pero eso no lo ve una sociedad pacata, urbana y derechizada como la nuestra. Nuestro proceso de paz no es ni el mejor posible ni mucho menos el mejor del mundo.
El problema sí es el modelo neoliberal, incluso para poder reintegrar a los de las Farc; y más aún para reintegrar los millones de desplazados que dejó la guerra. En El Salvador la guerra dejó un millón de refugiados, pero el modelo ese que no se podía discutir y que se aplicó tras la firma del acuerdo de paz, sacó huyendo de El Salvador a dos millones de personas. Hoy hay más muertos en El Salvador del posacuerdo que durante la guerra.
Se dice que no hay que dar el pez, pero hoy tampoco sirve simplemente con enseñar a pescar; hay que dar garantías de precios y proteger el mercado local y si no ese pescador no va a ser sostenible. Y eso es capitalismo (primer semestre de economía), no castrochavismo. Mientras se siga importando pescado, la frase esa de enseñar a pescar es otro cinismo.
El gobierno dijo a finales de octubre que solo una zona veredal había presentado un proyecto productivo; pero lo que no se menciona es la perversión que hay detrás de la llamada “proyectitis” (ver mi crítica). Además, hay que agregar los trámites que les han exigido para poder formalizar las cooperativas: hasta el momento no existe ninguna legalmente constituida.
La guerrilla pasó del foquismo de la guerra al foquismo de la paz: eso que llaman “paz territorial” (ver mi crítica). Querer hacer de las Farc una ONG que simplemente presenta proyectos es otra de las aberraciones de este proceso.
En El Salvador, como lo reconocía la comandante Guadalupe Martínez: “los programas que se acordaron en la mesa de negociación tenían ahí el propósito único de evitar futuro alzamientos guerrilleros”. Y eso fracasó por las razones ya expuestas. Aquí vamos en lo mismo: al año, ya miles de guerrilleros han abandonado el proceso de paz, entre otras razones por las que muestra este mensaje que hace un par de semanas me enviaron por WhatsApp (y no fue en la puerta de un Carulla) y que transcribo de manera literal:
Te cuento. Estuve en Dabeiba hace 10 días. De los 300 excombatientes quedaban 150. Los demás se han ido. Aún no hay proyectos productivos, ni tierras para sus proyectos colectivos. Las mesadas llegan unas veces sí y otras no. Lo que obliga a repartir el dinero de los que les llega. Hay mucha incertidumbre y pesimismo entre todos y en los mismos dirigentes. Los que se han ido lo han hecho a sus casas a esperar que resulten los proyectos o la tierra para trabajar, están mamados que las organizaciones vayan con propuestas de formación o sicólogos a echar carreta.
Ni cursos de manualidades, ni misas de sanación... Foto Víctor de Currea- Lugo
Esta realidad la comparten todas las zonas de las Farc. Ni cursos de manualidades, capacitaciones del Sena, terapias grupales, misas de sanación, ni muchos menos psicólogos van a salvar el proceso de su fracaso. Bastaría, para empezar, que el presidente destinara, ya mismo, todos los recursos para la guerra en salvar los Espacios Territoriales de Reincorporación: que los helicópteros que antes bombardeaban lleven la remesa, que la burocracia que antes diseñaba planes de guerra ahora reparta cédulas. Estas medidas deberían hacerse de manera urgente, aunque sea por el mero y elemental interés de no alimentar más disidencias.
Ya sé que me dirán que las políticas de reincorporación son “a largo plazo” pero el tiempo de las remesas no lo es, ni tampoco el de las otras necesidades humanas. Me dirán lo bien que van las cosas en la antigua zona veredal de Agua Bonita, en Caquetá, pero esa es una excepción provisional y no la regla.
Yo no sé si después de la evidencia podemos seguir pensando que esto se lo llevó el castro-chavismo, como decían torpemente el uribismo y el para-uribismo.
@DeCurreaLugo
Publicada originalmente el 29 de noviembre de 2017