Más de un año de dudas, amenazas y bullyng tuvo que soportar Yaneth Molina, la controladora aérea del José María Córdoba por el accidente donde murieron 71 personas el 28 de noviembre del 2016. Hoy, con el dictámen de la Aeronáutica civil, el infierno ha terminado. Se ha determinado lo que era obvio: las causas del siniestro fueron, principalmente la falta de combustible para la ruta Santa Cruz de Bolivia-Rionegro y el no declararse en emergencia impidiendo algún tipo de ayuda eficaz por parte de los controladores aéreos.
Yaneth Molina, no sólo no fue culpable sino que impidió que la tragedia donde desapareció casi todo el equipo del Chapecoense de Brasil, hubiera sido peor. Desde la torre de control del aeropuerto José María Córdoba Molina recibió, muy tarde, la llamada de emergencia de Miguel Quiroga, piloto de LaMia donde anunciaba que se habían quedado sin combustible y el colapso de la nave era inminente. La operadora se tranquilizó, respiró profundo e intentó seguir el protocolo que había aprendido en sus 23 años de experiencia. Sus decisiones evitaron que dos aviones de Avianca y una de Viva Colombia que se disponían a aterrizar en la pista, se chocaran entre ellas. La conversación duró solo unos segundos. Después se desconectó para siempre. Una de las cosas que más perjudicaron a ella, que también fue un sobreviviente, fue que los medios filtraran su conversación con el piloto.
En redes sociales la despedazaron. Dijeron que por su culpa había ocurrido el accidente. Le achacaban que su voz se notara tan tranquila en una grabación que ella nunca mas volvió a escuchar. Le recriminaban que no le hubiera dado prioridad al vuelo chárter que transportaba al equipo brasilero que disputaría la final de la Copa Libertadores contra el Atlético Nacional.. Incluso tuvo que soportar las agresiones de varios familiares de las víctimas. De todo eso la Fiscalía la eximió de cualquier culpabilidad. Durante dos meses se encerró en su casa a llorar sin parar. La presión era tan grande que tuvo que sacar a su hijo menor del colegio y al mayor, quien estudiaba para piloto en Bogotá, le rogó que por un tiempo no volviera a Medellín. Esas fiestas decembrinas la familia de Molina la pasó dividida. Las amenazas se agolpaban en su Facebook en su Twitter. Ella sabía que esas amenazas de muerte podían hacerse realidad.
En marzo del 2004 un controlador aéreo involucrado en el choque de dos aviones en Suiza fue asesinado. Le daba miedo salir a la calle, era un infierno. Tuvo que salir a la calle y lo peor, volver a sentarse en la torre de control en febrero del 2017. Era de noche otra vez y los fantasmas volvieron a su cabeza. La voz le temblaba, estaba nerviosa. Incluso se retiró un rato a llorar de los nervios. Pero se recompuso. Encontró espaldarazo en sus compañeros y en su familia.
Como parte de la recuperación un día se sentó, hizo catarsis y escribió su historia en 120 páginas. Lo tituló Yo también sobreviví. Lo publicó sin un respaldo editorial, ayudada solo por sus recursos y lo lanzó la semana pasada. No le interesa saber cuántos va a vender o si va a ganar un premio por él. Lo único que quiere es que los fantasmas que a veces la atormentan se vayan y que su consciencia por fin esté tranquila.
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