"Las palabras tienen un destino"— Germán Arciniegas.
La historia cuenta cómo con palabras calumniosas se podía matar a alguien. En la Edad Media y el Renacimiento, si un vecino acusaba de brujería a quien le cayera mal, podría provocar la tortura y la muerte de aquella persona que “no le caía bien”. Muchas mujeres inocentes fueron torturadas y murieron solo porque a alguien se le ocurrió gritarles con el calificativo de “bruja”.
Cuenta un mal chiste de aquella época que las suegras se tenían que portar bien con sus yernos para que no les gritaran “¡bruja!”. Hasta bromeando podía ponerse en peligro a quien recibiera este calificativo. Incluso una pobre jovencita de 19 años, Santa Juana de Arco, sufrió por el poder de las palabras. Fue quemada viva porque los ingleses y algunos franceses envidiosos la acusaron de bruja. La guerra sicológica de los invasores ingleses era difundir que la joven era toda una bruja para desprestigiar a la heroica muchacha que guiaba a los franceses en la defensa de su soberanía. Hasta los mismos franceses se comieron en cuento y no hicieron nada por salvar a su salvadora.
Gritarle bruja en la calle a una mujer en la época de Isabel La Católica prendía las alarmas de los inquisidores. Entonces se iniciaba la investigación y la pobre víctima tenía que ser torturada para confesar su pecado se ser bruja. Si confesaba y sobrevivía a la tortura, sería ejecutada (asesinada) de una manera "más piadosa", es decir no por el fuego de la hoguera sino por ahorcamiento (lento o rápido de acuerdo al grado de brujería confesado). En el infame palacio de la Inquisición de Cartagena hay una ventana lateral en donde se podían dejar las quejas acusatorias que señalaban quien era brujo o bruja.
¿Puede alguien matar inconscientemente a otra persona sin ser su asesino intelectual o material solo con el poder de la palabra?
En Colombia sí. En la Alemania nazi también. En la Rusia del comunismo estalinista también. En los ámbitos donde funcionan ISIS y Al Qaeada también.
Es muy simple, un expresidente, alcalde, gobernador, congresista y a hasta un columnista lo puede hacer de manera sencilla acá en Colombia.
Es muy sencillo encender las antenas de los "ejecutores" que se dicen defensores del pueblo. Basta con que un ex presidente, alcalde o cualquier líder de opinión, de manera "muy inocente e inofensiva", califique a alguien que no sea de su gusto y agrado de terrorista o de cómplice del terrorismo, para que los disidentes (bacrim) del proceso de paz de la época de la seguridad democrática enciendan sus antenas para perseguir y dar de baja a quien ya esté calificado de aliado del terrorismo.
Estamos en un país en el que estas cosas se dan. También bastaba, en tiempos aciagos de la guerra con las Farc, que alguien calificara a un empresario de enemigo del pueblo y de oligarca, para que esta organización antes terrorista y ahora política, lo secuestrara o lo matara. Movimientos como el M19, el EPL y el ELN encendían sus antenas cuando se trataba de secuestrar y ajusticiar a quien era acusado de oligarca y enemigo del pueblo. Los tiempos cambian, e incluso asombra como un ex guerrillero marxista del M19 hace parte del partido político que no tolera el proceso de paz con las Farc, habiendo sido, en cierta medida, una persona similar a los guerrilleros de las Farc en los años 70 y 80, lo que para mí es positivo, pues es la demostración de que los actores violentos de la guerra pueden cambiar para bien cuando hacen política. No obstante, líderes y simpatizantes de este partido de derecha con nombre de disco compacto pertenecieron al comunismo recalcitrante e intolerante de otros tiempos. Algunos de ellos se han dado el lujo de calificar de simpatizantes del terrorismo a quienes ellos creen que no comulgan con las ideas del partido, lo que ha puesto en peligro a quienes son calumniados.
Entonces, las palabras matan en Colombia. En la Alemania nazi se perseguía a quien se acusaba de ser socialista, y a veces sin serlo, se era víctima de la persecución de los secuaces de Hitler. Bastaba con que Hitler o cualquier vecino dijera que alguien era judío, socialista, comunista, gitano o yanqui, para que sus SA y sus SS actuaran de inmediato sin necesidad de una orden de asesinato. En la Unión Soviética bastaba con acusar a alguien de ser capitalista pro norteamericano, para que aquella persona fuera encarcelada en Siberia o fusilada. Nadie merece morir asesinado ni torturado. La vida es un derecho inalienable.
En Colombia, las palabras calificativas pueden matar cuando alguien que no es de la simpatía de uno es acusado de aliado del terrorismo, la guerrilla o el paramilitarismo. Esta es una práctica a la que se le tiene que poner un final. La justicia penal debe sancionar a los que calumnian no solo por la mentira, sino por el riesgo de vida al que exponen a quienes son víctimas del dardo de sus palabras.
La inquisición fue la aliada de quienes en la Edad Media y en el Renacimiento querían hacerles un daño a personas inocentes.
Decirle a un columnista "violador de niños", solo por el hecho de no caerle bien al ex presidente que lo dijo, puso en riesgo de vida a Daniel Samper Ospina. Sin embargo, el ex presidente no aprende a controlar sus palabras, palabras que pueden encender las antenas de los agresores que simpatizan con las ideas de su ideología o creencia religiosa o sectaria.
Tener fuero no exime a quien lo tenga de hacer lo correcto. Hacer lo correcto es obligación de todos.
Palabras que matan en una nación en la que nuestros políticos de izquierda, centro y derecha todavía no aprenden a ser responsables por lo que dicen. Sin querer queriendo, una irresponsable palabra inadecuada puede convertir en asesino pasivo al líder, "inocente en su ejercicio político", que la pronuncia. Sin querer queriendo, una palabra inadecuada también puede convertir a una persona inocente en la víctima de quienes encienden sus antenas para "hacer justicia” por su propia cuenta. Los falsos positivos no son un cuento de hadas. Los falsos positivos se dieron por la mala interpretación de las palabras de quienes han liderado este país. El destino de las palabras es una responsabilidad de todos. Hay palabras que matan y hay palabras que sanan, y muchos colombianos todavía no se dan cuenta de aquello. Responsabilidad es la palabra correcta.