La decisión de la Corte Constitucional que avala el acuerdo de paz quiso estar con Dios y con el Diablo, en medio de la confrontación política que se libra en el país. Por un lado declaró exequible la participación política de los dirigentes de la Farc, lo cual despeja las dudas frente al principal argumento de la negociación: cambiar las balas por los votos, pero por otro lado la Corte excluyó de la obligación de participar con la verdad, reparación y no repetición para las víctimas, a los terceros civiles, directos e indirectos en el conflicto armado, es decir, industriales, comerciantes, ganaderos, agentes del Estado, que de una u otra manera, estuvieron vinculados con la financiación de grupos paramilitares en contra de la guerrilla.
O sea que, los comprometidos con crímenes atroces y de lesa humanidad, producto de la degradación de la guerra, por fuera de la guerrilla y de las fuerzas militares y de policía, entrarían, como en efecto lo señala la Corte, en el limbo de la impunidad, porque solamente si lo quieren voluntariamente pueden declarar su verdad ante la JEP, lo cual lo pongo en duda, sino no están comprometidos por la Fiscalía en un proceso de la justicia ordinaria.
Pero me parece que no hay que poner el grito en el cielo con declaraciones fatalistas y trascendentales, en el sentido de que entre el presidente Santos y el candidato y expresidente de la República, Germán Vargas Lleras, están destrozando el acuerdo de paz. Ni tanto que queme al “Santo” ni tan poco que no lo alumbre.
Se presumía que desde que al presidente Santos le dio por poner a votación del pueblo los acuerdos de paz en una decisión apresurada y prepotente de acabar políticamente con su adversario furibundo Álvaro Uribe Vélez, y sin tener fríamente calculado los riesgos políticos de esta decisión, se sabía, digo, que los laberintos jurídicos “santanderistas” y maquiavélicos del “Centro Democrático” se desplegarían como nunca antes se había visto en la historia política de Colombia.
Y aquí estamos con la cruz a cuestas. El fallo de la Corte quiere quedar bien con todo el mundo, lo cual es imposible, pero, ante la correlación de fuerzas políticas, me parece que no le quedaba otra alternativa para salvar, de alguna manera, la participación política de los líderes de la Farc en las próximas elecciones de marzo.
Por eso el problema central está en este punto: la debilidad política de Santos con el sol a las espaldas, hace que necesariamente tenga que acudir a la negociación en el Congreso de la República para vender la participación de la Farc a cambio de la impunidad de los terceros civiles y agentes del Estado en la responsabilidad, directa o indirecta con los crímenes atroces y de lesa humanidad en el desarrollo del conflicto armado.
En este mismo sentido, si la Farc fuera un partido de masas y la izquierda democrática y progresista tuviera un movimiento ciudadano de masas, organizado y unitario, no se estuvieran viendo estas manipulaciones políticas “institucionales”, como la decisión de la Corte de quedarle bien a Dios y al Diablo, y la del Senado de la República de inhabilitar a los defensores de los derechos humanos para ser magistrados de la JEP.
Por su puesto que todo este rifirrafe está condicionado por las elecciones del 2018. Si gana el “Centro Democrático” con Vargas Lleras, apague y vámonos, pero si gana De la Calle con un Frente Amplio Democrático, la cuestión puede cambiar favorablemente: la reforma profunda de la Justicia podría anular la impunidad de los terceros civiles y agentes del Estado comprometidos en los crímenes de guerra, y si la Corte procede coherentemente, declararía inexequible el esperpento de la inhabilidad de los defensores de los Derechos Humanos para ser Magistrados de la JEP.
Lo que si veo grave es la seguridad de los líderes sociales y de la oposición política real. Si el Gobierno no cumple fundamentalmente con el desmonte de los paramilitares va a ser imposible la realización del acuerdo de paz. Pero claro, el Gobierno no va a desmontar el paramilitarismo si no hay un movimiento ciudadano de masas que se lo exija, así como para poder exigir el cumplimiento de los demás compromisos del acuerdo de paz.
Me parece que no hay que ver el panorama tan oscuro como lo hace el candidato presidencial de los progresistas, porque, como decía Gramsci, con el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la acción política, los sectores democráticos y revolucionarios podrán remontar los obstáculos presentes con la unidad programática y una táctica y una estrategia colectivamente acordada entre todos para llegar al gobierno en el 2018.