“En la sala de un hospital, a las nueve y cincuenta y tres, nació Manuel”. –Voy en un bus de una empresa que recorre las vías del Oriente antioqueño, el radio y el chofer están cantando la canción de Willy Colón, yo, mientras tanto, le estoy componiendo una nueva versión a Manuel José. “Era el verano del cincuenta y tres…” –esa parte no me atrevo a repetirla, porque Manuel es un marica muy reservado con la edad, a nadie se la revela, ni siquiera a su mamá. Manuel debió de nacer cerca al sesenta y cinco. “Es el verano del sesenta y cinco” –no, al intentarla cantar, no tiene ritmo, nadie la escucharía, mi disquera se quebraría de inmediato. Voy a arriesgar un año más “es el verano del sesenta y seis… bueno, dejémosla así”, –me digo, mientras comienzo a leer los textos del blog de la diversidad que tiene voz: La cuidad diversa conversa, así, como a un hijo, lo decidió bautizar él.
“Imagínense un día en que se levantan y al encender la radio escuchan a su locutor preferido diciendo: ‘¡Todos tienen que ser homosexuales!’ Acto seguido los presentadores y los comerciales de la televisión lo ratifican, es la ley. Salen luego a la calle y las vallas y el resto de piezas publicitarias, en su mayoría, están intencionadas en el mismo sentido. ‘¡Tienes que ser marica! ¿Qué espera para el cambio?’ Llegan al sitio de trabajo o la escuela y ¡oh, sorpresa!, el maestro ostenta el mismo discurso de los medios: ‘¡hay que ser homosexual, es la racionalidad de la vida!’ Finalmente vas al refugio con dios, a tu iglesia, y el cura o pastor te recibe diciendo: ‘solo los homosexuales podrán ingresar al reino de los cielos’”. El personaje de este relato, Manuel José, escribió las anteriores palabras en su blog personal hace siete años. Leer ese tipo de imposiciones te llevan a plantear este tipo de preguntas:
¿Vos qué sentís? ¿Qué pensás? ¿Vos qué harías? ¿Te suicidarías? ¿Te le tirarías al Metro o a un camión? ¿O le echarías chapa de por vida al closet en donde te has escondido?
Manuel, mi docente, marica hasta la alharaca, me coloca a pensar seriamente en lo que pasaría si el mundo fuera así. Y, mirando por el retrovisor, me he dado cuenta que ha sido así: muchos ideales se han impuesto como los únicos, como los verdaderos, en Colombia, por ejemplo, han estado los sobrinos y nietos de los políticos que atrofiaron el país desde hace cincuenta años. Vieron a un hombre diferente, me refiero a Jorge Eliecer Gaitán, y, de inmediato, no lo dejaron ni siquiera suspirar, para mandarlo a matar. En las iglesias, de cualquier credo, se han mirado por debajo del hombro a los que piensan y aman la vida de una manera diferente: por detrás. Siglos antes, como si no fueran iguales a cada uno de los que a diario caminamos este planeta, aquellos que dejaban a la luz pública su orientación sexual diferente y cierto quiebre en la muñeca, eran mandados a arder como pollos en la hoguera. Los maricas, muchas veces, han sido un cero a la izquierda, el motivo del chiste. El silencio de la radio y la televisión ha prevalecido ante los temas de los habitantes de ese universo de los colores llamado LGBTI, los han reducido, también matado, estigmatizado, y, por último, atropellado con una tracto-mula a la que no se le puede terminar de contar las llantas.
En un rincón del ciberespacio informático, él, Manuel, guarda los escritos y pensamientos de “sus maricadas”, como él mismo las denomina, con las cuales, en 2008, ganó un premio de periodismo de la Revista Semana. Todos defienden y hablan de diversidad sexual. Como es periodista, chicanero y paisa, presenta las historias de lesbianas, gays, trans y otras personas maravillosas que se esconden entre tantos ladrillos en los barrios periféricos de Medellín. La primera de ellas, que robó mi atención, es Marielena, apodada como ‘la Mana’. Tiene, quizás, veinte años, su piel es negra, es hermosa y es lesbiana.
Manuel la entrevistó en alguna esquina de la comuna número dos. Ella, con la confianza que genera el ‘ciudadano gay de Medellín’, le relató la salida del closet cuando tenía diecisiete años.
“Como a los diecisiete empecé a salir a muchas discotecas, me le robaba la cédula a mi hermanita para que me dejaran entrar. Un sábado me quedé por fuera de mi casa. Al domingo que llegué, mi papá estaba afuera, en la unidad deportiva, conversando con unas amigas que le decían que yo andaba en malos pasos, que cuidado con eso. Cuando entré a la casa mi mamá me dijo: ‘¡oíste!, ¿vos en qué pasos raros es que estás?... No me vas a salir con un embarazo’. Y yo no sabía cómo decirle, hasta que se lo solté: ¡es que a mí me gustan las mujeres! Ella me respondió: ‘¿Qué vamos a hacer?… llevarte donde un psicólogo no podemos. Darte garrote, tampoco va a solucionar tu problema, viva su vida como la quiera vivir, eso sí, sépala vivir y no se meta con mujeres comprometidas’. Ya después de que hablé con mi mamá estaba tranquila. Me decían: ‘¿oíste, qué vos disque sos lesbiana?’ y yo: sí, a mí me gustan las viejas. Muchos se extrañaban de la respuesta: ‘¿Cómo así que una negra lesbiana?’ pues, supuestamente, las negras tenemos una reputación de que en la cama somos unas tesas. Entonces te dicen: ‘¿a usted qué le pasó?’”.
Otra cosa que llama mi atención es una imagen del año 1997, presenta a Manuel con corbata, zapatos de charol y una elegancia de conductor de carro fúnebre que, hoy en día, ya se ha perdido, o, él, en lo personal, ha desistido de llegar al concejo de la ciudad. “Primer candidato gay de la ciudad de Medellín. Vote 331”, –pienso que es un buen número para jugar chance, mientras leo el pie de página: “Manuel fue de los primeros en lanzarse, como candidato gay, al concejo de Medellín”, la diversidad enriquece el conocimiento del mundo ¡Qué pereza estar hablando a toda hora de la misma pendejada! Un hombre que representaría muy bien los ideales de esa población que marcha cada año en compañía de música, flores, banderas y colores.
Al preguntarles a varios conocidos, en especial a mis amigos cercanos, sobre qué significado tiene para ellos la composición de: “CGM”, ninguno supo responder a mi pregunta. Muchos la confundieron con telefonía móvil. Ninguno dio en el blanco. Es una de las respuestas más fáciles: Ciudadano Gay de Medellín, ese es su alias, el nombre que registra su cédula es Manuel José Bermúdez Andrade, es un marica que grita maricadas e hijueputazos hasta en el concejo de la ciudad. Le dicen ‘la loca gritona’, debe de reducirse a dos ese apodo: Loca, por marica, es deducción simple. Gritona… ¡Es complejo! Los morbosos, muchos, se atreven a llamarlo así en la cama o en cualquier otro lugar del globo terrestre. Yo, un muchacho sin prejuicios, lo considero así, porque en su juventud, (no indica que esté viejo) vendía chicles y maní por los pasillos de la Universidad de Antioquia para pagarse los semestres y pasajes desde el barrio Santander –en donde nació, creció y se formó como lo que es hoy: docente universitario. El barrio Santander es uno de los más peligrosos de Medellín, como él mismo me lo hace saber–: “donde se acababan las calles de la ciudad, en los límites con Bello, por allá en La Maruchenga”.
Lo de la caja con confites es solo una utopía, un pensamiento efímero que pasa y se va. Pero, analizándolo seriamente, ¿a cuántos estudiantes los han dejado de apoyar sus padres y familiares por haber expresado su forma de amar y ver el mundo? Deben de ser muchos, tantos, que en ninguna oficina de las universidades existen rastros de las cifras de suicidios y cancelaciones de semestres por ese tema. Cuando se buscan en La Fiscalía, se tienden a encontrar casos tan conocidos como el de Sergio Urrego y el de otros jóvenes que la sociedad reprimió con discursos que cancelaban, sin pagar, un tiquete directo hasta el infierno.
Regresando al planteamiento de los chicles y el maní, y de que Manuel iba gritando por los corredores de la de Antioquia vendiendo mecato, solo lo dejaré en mi imaginación. No creo que Manuel haya vendido maní ni esas cosas, y si lo hizo, le pido disculpas por haber colocado eso en duda. ¡Vaya uno a saber por qué le dicen así! No me nace entender el porqué de ese apodo. Hace poco, en el mes de junio, se lanzó a un mar de oyentes, sin salvavidas, en una cadena de emisoras reconocida del país y logró salir vivo, con la voz ronca, de gritar, pero vivo.
–¡Ustedes les imponen a las mujeres una falda, compañero!” –exclamaba Manuel. –¡Ustedes firmaron un contrato en una notaría!” –decía, del otro lado de la línea, un pastor de una iglesia que había estudiado para ser médico veterinario.
Ninguno de los dos fue capaz de llegar a un a un acuerdo. Y, estoy seguro, que las opiniones y críticas de la audiencia hicieron que se cuestionara el modelo de familia tradicional. Todos los pueblos, desde el norte hasta el sur, desde el que cree que una cagada de pájaro es señal de buena suerte, hasta el más ateo de los ateos, discutieron quién tenía la razón. Todos, en las calles, cafeterías y universidades, hablaban del mismo tema y el mismo marica: mi profesor, Manuel José Bermúdez Andrade, ‘el ciudadano gay de Medellín’.
Hace poco, menos de un año, vi la clase de Expresión en la Universidad de Antioquia, el docente era Manuel, la frase que más repetía –esos sí: gritada como si estuviera en una asamblea estudiantil o en un concierto–, era: “¡este es mi cuerpo hijueputa!”.
Es un marica que se ha presentado tal cual es. Aunque expresa que tiene la mano izquierda quebrada, sus discursos presentan una seguridad y una trasmisión mejor que la del cobre y la energía.
Afuera, en las calles del barrio Santander, se mezclaba el sonido de la pólvora con el de las balas, –eran disparadas como muestra de poder– y una que otra canción que invitaba a celebrar la navidad. Era diciembre del año 1999. Todo el mundo andaba preparando maletas por dos motivos: la vuelta a la manzana de la cuadra, porque el fin de año se acercaba y también porque ‘supuestamente’ el mundo se iba a acabar con el nuevo siglo. A Alejandro una amiga lo había invitado a una fiesta, ahí fue que conoció a Manuel. La pinta de él era la de un estudiante del Instituto Técnico Metropolitano, que, además, era metalero: botas, cabello largo y una camiseta de color negro. Manuel, de unos cuantos años más, se encontraba terminando una segunda carrera en la Universidad de Antioquia. Se enamoraron los dos, eran el uno para el otro, se fueron a devorar la carne.
Víctor llegó en el año 2012, ¡ya eran cuatro!: Esneider, Víctor Hugo, Alejandro y Manuel. Esneider murió a causa de un cáncer de estómago. Las reglas en el poliamor, como lo dejaron claro en una entrevista que concedieron a la Revista Semana, es ser equitativo: no hay dominios, no hay mandatos, no hay subyugación, todo es por igual. Todos pagan los recibos de la luz, todos hacen el café, el amor, todos se ayudan. Hace poco, menos de tres meses, Manuel ‘la loca gritona’ estaba enfermo, los dos, tanto Víctor como Alejandro, lo ayudaban en su recuperación de la gripe que lo atormentaba.
Un papel está sobre una mesa, la rodean cuatro hombres, su medida es similar a la de los cartones de graduación de una carrera universitaria, tiene varios sellos estampados con fuerza y la letra de “República de Colombia”, en su parte superior e inferior izquierda. Solo falta algo: la firma de los cuatro. Cada uno ha abrazado el lapicero y ha dejado para siempre, en la memoria del notario, de una cámara y el papel, su firma.
Los lugares en donde descansan en paz, el original y una copia –después de la controversia que ocasionó en el mundo– son la Mansión Poliamorosa y la Notaría Sexta de la ciudad de Medellín.
“Siempre he dicho que el casamiento de estos tres maricas da para hacer, perfectamente, un capítulo de la Rosa de Guadalupe” –dicen en la calle varios tenderos, dicen, allá, entre las puertas de los closets, los que no han sido capaz de hacer lo mismo.
El papel, con los años, se desdibujará de cierto color amarillo, pero, este, impreso hace pocas horas, es de color rosa, sus esquinas tienen varios adornos, parecen florales. Algo es seguro: el diseñador lo pensó para la ocasión: el matrimonio, firma, o contrato –como lo vieron los cristianos– de tres maricas felices que se van a casar.
El primer nombre en aparecer es el del más joven de los tres: Víctor Hugo Prada Ardila, el segundo, John Alejandro Rodríguez Ramírez y, el tercero, Manuel José Bermúdez Andrade. Después, dos renglones, aparece el de Alberto Sierra Londoño, notario de Medellín. Las cámaras del periódico De la urbe, al igual que los ojos y oídos de ciertos curiosos que a esta hora de la mañana visitan las instalaciones de la Notaría Sexta de Medellín, tienen el on encendido, los últimos, más creyentes, rezan con su voz interior el padre nuestro y cuanta oración se saben, porque, según ellos, el mundo va en decadencia de valores y también se va a volver a acabar, igual o peor, que en 1999 cuando se conocieron Manuel y Alejandro. Mientras tanto, los tres mosqueteros mani quebrados: Manuel, Víctor y Alejandro, sonríen, inundando el ambiente de una felicidad que se contagia. Ninguno de ellos se logra imaginar que esa misma foto, días después, la verán los japoneses, chinos, australianos, mexicanos, alemanes, chilenos y estadounidenses. La foto se reparte, así como la de un delincuente cuando es buscado con circular roja por la Interpol.
Para mí, en lo personal, la trieja es el significado que engloba, de una manera compleja, para muchos, realidad de diversidad en Medellín y en el mundo. Todos viven y dejan vivir en un planeta que tiene el suficiente espacio para ser compartido. Acá nadie merece morir por pensar diferente, actuar diferente y amar diferente. Todas las manifestaciones de afecto y amor son válidas y se deben de respetar, nadie es más que otro por la condición económica o por un simple posicionamiento social que se puede derrumbar como un castillo hecho con cartas de póker. Pocos son jueces en este mundo para condenar a otra persona al fracaso y al infierno, al revelarle a la sociedad su felicidad y su forma de vida. Por eso, hoy y siempre, te seguiré diciendo que Manuel José Bermúdez Andrade es el gran varón que describe la canción de Willy Colón.
¡Mucha vida para usted profesor!
Relato postulado al concurso nacional de la comunidad LGBTI: Medellín en clave diversa 2017.