Se me murió Fernando de Szyszlo. Y me ha quedado el silencio de su pintura. Por eso quiero hablar de los amigos del alma.
Marta Traba nació para ser escritora; eligió la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Durante ese mismo tiempo -de sobrevivencia- trabajó también en la Central de Telégrafos y Correos –el mismo oficio del padre de García Márquez-, pero ella era traductora al francés Lo que no entendía, se lo inventaba.
Cuando vivía en París, trabajó con Octavio Paz, mientras trascribía El Laberinto de la Soledad. Octavio Paz se le quejaba a su amigo Fernando de Szyszlo, que la que joven le corregía sus textos, les cambiaba el sentido de la oración.
Joven, Marta Traba trabajó con el crítico de arte Jorge Romero Brest en la revista Ver y Estimar en Argentina. Allí publicó sus primeros artículos y rápidamente encontró su rumbo en el mundo del arte en la dimensión de la escritura. Cómo siempre fue indomable.
Desde muy joven, Marta Traba o el destino eligieron una vida errante –que con los años se convirtió en una condición de exilio—. A los 20 años, se fue a Europa en un barco en tercera clase a Italia. Las razones bien las dice ella “primero porque abominaba a Perón; segundo porque durante veinte años no había podido salir de la pobreza de los inquilinatos, colectivos, buses, metros, trenes y otros medios de transporte que habían sido hechos para humillar y masacrar a la gente y tercero, porque en general, no me gustaban los argentinos”.
Mientras vivíamos en Washington en los años ochenta y trabajábamos juntas en una investigación sobre el arte Latinoamericano y llorábamos los personajes de sus novelas.
En un parque los escenarios son múltiples y nosotras muertas de la risa, los curiosos nos preguntaban de dónde éramos y ella categórica, decía: colombianas. Yo sentía un gran honor y también conocía su amor por sus hijos y a Colombia.
Más tarde y casi segundos antes de su muerte, Belisario Betancur la hizo colombiana.
Partió para siempre con una pequeña maleta roja. “Necesitaba aprender de la soledad y la libertad” y quería otros argumentos de vida se fue a Roma pensión en un convento de Monjas en la calle Suore Ravasco. “A cambio de su trabajo que era copiar la planilla del estado de pensiones, le daban una cama y un almuerzo”. Por las tardes, aprendía las rutas de la ciudad; calle a calle, plaza a plaza… Roma Pontifice Máximo, Roma, la mano de Marco Aurelio, Roma en el camino corintio de Santa Sabina, Roma de la plaza. En Navona recibió clases de historia del arte con Leonalo Venturi.
Después llegó sin misterio a París. A la Estación de Tren de Garde du Nord.
Vivió en el último piso del Hotel Welcome. En esa ciudad pudo imaginar en la condición humana de los personajes profundos. Como rutina visitaba la casa de Delacroix, imaginaba tocar los laúdes de Wateau. O pensaba en Matisse muriendo mientras dibujaba y recortaba sus papeles sin cansancio. Estudió Historia del Arte en la Sorbona.
Como le sucedió siempre, ella necesitaba constantemente un horizonte abierto. Ella lo abría. Confió siempre en su capacidad de trabajo. Tenía rigor y manejaba una estricta disciplina discreta. Confiaba en su ritmo interior, no tenía barreras porque conocía bien sus debilidades. Tenía el don de palabra, una organización mental y unas convicciones férreas que la llevaron al éxito y a la adversidad. Se preocupaba por mantener una cultura amplia. Día a día, mantenía el entusiasmo por adquirir una nueva dimensión de las cosas, una nueva interpretación del mundo, un entendimiento más real de las situaciones políticas. Le interesaba la historia, la política, la literatura, la sociología, la arqueología. La diversidad la nutria porque le apasionaba el presente.
Volvemos a la historia. Marta Traba dedicó la vida a la escritura que oscilaba entre la crítica y la novela. Entendió que la historia, como toda biografía es una descripción de la realidad, es una ceremonia contenida entre la realidad y prudencia. Es la presencia.
Marta y su hijo Fernando
Marta Traba siempre estuvo en el presente. Como historiadora, tenía la obligación. Fue de las primeras escritoras que contó el silencio aterrador que significaba en miedo. En esa amenaza, trató de mostrar la brutalidad cívica de los gobiernos militares en su libro Conversación al sur -Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile-. Marta Traba, pudo entender personajes y concertarlos en cualquier lugar sin tiempo. Todo desemboca en el presente. La lucha contra la muerte. Y así escribió sobre Las voces de los desaparecidos.
Pero no sigamos atrás: en 1952, en París, escribió su primer libro de poemas: La Historia natral de la alegría.
En 1954, llegó a Colombia, casada con Alberto Zalamea. Eran dos soñadores que recorrían los caminos del periodismo colombiano. Participó con otro gran modernistas, Jorge Gaitán Durán en la Revista Mito.
Se hizo historia porque desde que la televisión fue un hecho en Colombia, ella comenzó a realizar sus programas sobre historia del arte que emitían en directo – blanco y negro-.
Como si fuera poco, en la Universidad Nacional obtuvo su cátedra sobre historia de arte desde donde fomentaba la cultura de las artes plásticas con inmensa generosidad y observaba como los jóvenes intuían un nuevo rumbo en el arte colombiano. En la misma universidad fundó con mística a las artes como su templo en su Museo de Arte Moderno, cuenta Emma Araujo de Vallejo: “Lo instaló en una pequeña construcción de la Caja de Previsión Social; tumbó muros y surgieron salas, levantó una tapia y apareció el patio de esculturas y aún más importante, el Museo y el departamento de extensión se convirtieron en centro cultural; mesas redondas, simposios, conferencias, exposiciones de artistas colombianos y extranjeros se mezclaron de manera espontánea.”. Como era una incansable trabajadora, también daba clases de arte en la Universidad de los Andes. Ella bien lo sabía: fomentar el conocimiento era la manera de demoler estadios retardatarios.
Marta Traba, acompañada por Antonio Roda, María Teresa Guerrero, Camila Loboguerrero, Luis Caballero y otros alumnos, mientras Luciano Jaramillo la corona ..
Su crítica en los diversos diarios de Bogotá siempre fue aguda y severa porque no podía permitir el encierro de un mundo claustrofóbico en el que se encontraba el arte colombiano. Era severa con las cómodas tradiciones académicas en la mitad del siglo XIX. Su aguerrida lucha tenía el convencimiento de que en el ambiente no se había despertado el espíritu de la modernidad, y que por lo tanto existía un retraso fundamental que era intolerable. Llegó a desenmascarar la situación que cómodamente representaban con retratos, a luchar contra el paisajismo, a instigar el movimiento relamido por la Revolución Mexicana de Los Bachues, a remover la actitud tradicional, a cambiar en área confortable para instalar la modernidad. Que tiene en América Latina seres memorables que aún no están en la corriente de la historia pero que cuando se reescriba permanecerán siempre en el presente contínuo.
Cuando los militares tomaron a la Universidad Nacional en el 68 en el famoso año de Tlatelolco y todas la revueltas en el mundo, le pidieron su opinión, y declaró con la vehemencia que la caracterizaba, su inconformismo ante la ocupación militar y denunció los destrozos que había realizado el ejército. Estas declaraciones fueron motivo suficiente para que el presidente de ese momento, Carlos Lleras Restrepo la expulsara del país. Era una extranjera interviniendo en los asuntos internos. Le dieron veinticuatro horas para salir, y desde ese momento, la palabra exilio fue un rumbo. Colombia la reclamó, vida real incorporó a su vida.
Como pedagogía e impulsora de la cultura le explicó al público colombiano en general un destino más amplio. Demostró y formó una nueva generación de artistas que llamó “El salto al vacío”. Cerró y abrió caminos, explicó nuevas propuestas, dignificó la ironía de los marginales, subrayó la importancia de los coleccionistas de arte moderno latinoamericano. Marta Traba tenía un acertado ojo crítico y hoy la historia le da la razón.
Desde la década de los sesenta fue abriendo los caminos del boom. Demostró cómo Alejandro Obregón comenzó la historia de la abstracción, explicó la deformación de Fernando Botero y su dimensión geométrica. De artistas extranjeros residentes como Leopoldo Richter y Wiedeman ella los incorporó en el mundo contemporáneo colombiano; resumió la geometría de Eduardo Ramírez y Edgar Negret, se comprometió con la anarquía de Feliza Burztyn o el dramatismo de Antonio Roda.
Entendió la libertad en poimpresionismo de Andrés de Santa María o la invaluable dimensión de la luz del venezolano Armando Reverón. En la década de los setenta resumió el mundo del arte Pop y el arte Conceptual. En cada época tenía una generación de titanes que asumían la modernidad, que son los testigos de su propia historia.
Publicada originalmente el 18 de noviembre de 2017