¿Qué haces cuando alguien diferente a ti se sienta a tu lado en un bus?, ¿cómo actuarías si una persona “extraña” se te acerca y te establece conversación?, ¿que pasaría si esa persona tiene una limitación o algún aspecto que la hace “no confiable”? La diferencia siempre nos ha causado curiosidad, temor y desconfianza. En algunos casos reaccionamos ante lo inusual de manera cómica, nos reímos de aquel que se comporta “extraño”, en otras, lo condenamos y atacamos solo por el hecho de no hacer parte de lo normativo, por no adecuarse a las conductas enseñadas ya sea en la iglesia, en la escuela y en la familia.
Ante la mofa, el miedo y la curiosidad que en ocasiones algunas personas suelen exteriorizar, prevalece la invisibilización donde se pretende ignorar a “los otros” a “lo diferente” porque simplemente no interesa saber quiénes son, por lo que se opta seguir de largo como si no hubiera pasado nada. Para algunos, podría no haber mayor lío ante las conductas mencionadas, pero el problema se asoma cuando el reírse, condenar o ignorar se convierte en una política de odio, rechazo, discriminación y maltrato contra quienes no temen demostrar que su capacidad de amor llega a traspasar las barreras impuestas por el rencor y el odio.
Esta entonces, es una reflexión desde “ellos”, “los diferentes”, “los otros”, “los extraños”. Comienza cuando tres incautos y afortunados al tiempo – incluyéndome— se enfrentan a la no muy fácil tarea de dialogar con “los otros”, aquellos que se asumen sexual y afectivamente disidentes a nosotros, y a los cuales hemos categorizado con letras: la población LGTB. Al principio, fue caminar en un terreno totalmente desconocido, no sabíamos bien con quién hablar, aparecía mucha gente en Facebook u otras redes sociales, pero pocos respondían; queríamos dialogar, saber de ellos, de sus personalidades, conocer cómo conquistan, cómo asumen y finalmente cómo desean. Ante nuestras pretensiones de establecer un primer contacto finalmente conocimos a Andrés Rojas, integrante de la Fundación Chaina.
Chaina es una fundación y club deportivo caleño que ha tenido como objetivo visibilizar a los deportistas gays, utilizando el voleibol como forma de expresar un mensaje de tolerancia a la diversidad sexual. Sus integrantes son un ejemplo de triunfo y disciplina en medio de críticas y señalamientos de odio y discriminación: “Lo chaina tiene que ver con empoderar a los hombres gays que se han aceptado. A veces alrededor de chaina la gente creía que éramos travestis o una cosa así, hay una cosa como morbosa […] Hemos sido un colectivo que también ha trascendido y hemos sido un club deportivo y fundación, y al mismo tiempo alrededor de chaina hay amigos, hay parejas, hay un tema de relacionamiento hay importante unido principalmente por el amor al voleibol” (Andrés Rojas).
En Chaina se juega con pasión y no hay problemas con reconocerse tal como son. El deporte les ha ayudado no solo a fortalecer su autoestima, sino también a empoderarlos, ya que a través de la fundación se invita a que conozcan sus derechos e identifiquen todo aquello que los afecta. En muchos de los casos, los hombres gays no reconocen su vulnerabilidad, piensan que la violencia homofóbica no tiene que ver con ellos o se encuentran formados dentro de ella, de manera similar, se les rechaza porque, finalmente, expresan sin libertad lo femenino y lo no-heteronormativo:
“Tenemos una influencia del voleibol femenino, nosotros somos hombres y jugamos las jugadas de hombres, pero también hacemos jugadas de voleibol femenino, además: ¿quién dice que una jugada que hacen las mujeres no la puedan hacer los hombres?” (Andrés Rojas).
Gracias a casos como el de la Fundación Chaina, las personas pueden tener una imagen de las personas gays apasionada, comprometida y leal con la transformación de paradigmas; de igual manera, ocurre por ejemplo en el pasillo LGTB del Establecimiento Penitenciario de Mediana Seguridad de VistaHermosa, en Cali, donde aprendimos como grupo cómo se puede resistir a los ambientes más adversos y tediosos, ser valiente, asumirse, comportarse sin restricciones, y amar en espacios confinados.
El Pasillo LGTB es un lugar reducido dentro de la Cárcel de VistaHermosa, colorido, vistoso y animado, sus ocupantes hacen de este un sitio bastante particular a pesar de que sus días transcurren entre las actividades rutinarias del penal (el conteo, las comidas, los controles y las visitas de los funcionarios) y diligencias particulares. Descubrimos que algunas mujeres transexuales son artistas, otras excelentes estilistas y cantantes con mucho carisma, otras, colaboran en las tareas del pasillo y anhelan que sus compañeras solucionen sus trámites legales y puedan de cualquier forma rebajar sus condenas; estas mujeres se entretienen en la cocina imitando bailes de reconocidas cantantes y se distraen con las novelas de la tarde y en la noche. No temen amar ni que las contemplen y no fueron nada tímidas o tímidos en el momento de contarnos acerca de ellas y ellos:
“Soy Breiner y me encanta que me llamen así, pero si me dices Glenda, Brenda o Kitty no hay ningún problema. Soy feliz conmigo mismo de todas formas a mí me encanta mi cuerpo desde el talón hasta el último vello de mi cabeza incluso me gusta resaltarlo con tatuajes / me gusta resaltar mi cuerpo con diferentes cortes de cabello / No escondo ninguna de mis cicatrices porque al mirarlas sé que paso por un percance cualquiera y que para la próxima sabré como actuar / También me encanta mi manera de vestir, de caminar, de hablar, mejor dicho, yo soy feliz con todo y no me dejo llevar de los problemas que el entorno da” (Breiner, Pasillo LGBT, Cárcel de VistaHermosa, Cali).
Nuestra llegada a la cárcel tuvo una casualidad: el encuentro con un contacto de hace años que apareció justo en el momento indicado (y Junto a Breiner), en sus pasillos encontramos y aprendimos de personas como Perla, Vanessa, Karolina La Indomable, Almiciades, Rosa, Alexander, Shakira entre otras valientes que se encuentran en un sitio donde se les desea, pero se condena. A pesar de vivir en muchas de sus ocasiones en el rechazo, no temen amar ni asumirse como quieren y es justamente en ese pasillo donde han aprendido la complejidad de vivir en la disidencia, el respeto por la diferencia y la valentía del ser por encima de la adversidad.
Todo este trabajo, el cual ha sido largo y continuo, nos ha enseñado que aquellos que se asumen sin temores y no han dudado de confrontarse en la intimidad son más valientes que quienes dedican su vida a teorizar y condenar lo que no comprenden y terminan llamando “otro”. Al final esto solo es una reflexión de alguien quien empezó un camino desconocido, por invitación de unos colegas, pero el cual ha aprendido demasiado, quizá no sea el más indicado para hablar y trabajar de este tema, pero, no deja de ser una reflexión obligada para todos, en donde las disidencias nos enseñan algo necesario y obligatorio en la actualidad: el confrontarse para amar en libertad y el tener un corazón de acero para soportar lo tedioso de la rutina y las violencias hacia nosotros, “los diferentes”, a los que nos tildan de “otros”.