Una crisis de legitimidad sacude al mundo, con la excepción de la República de Cuba, a cuyo gobierno no se le puede adjudicar la pobreza sin pasar por alto el bloqueo criminal e inhumano del que salió indemne.
Desconocer la importancia de Fidel Castro Ruz en el concierto cubano y del mundo es tener una visión tarada de la historia, porque su mirada fue la de un humanista que en sus últimos años se preocupó por cuestionar con rigor científico la voracidad ambiental con que los países desarrollados, con Estados Unidos a la cabeza, arruinan el mundo.
¿Cómo pudo subsistir un país al que no se le podía vender una aguja, un fusible eléctrico y una aspirina?
Ya lo habíamos expresado, vivimos largos periodos en la isla y especialmente en el “periodo especial”, cuando en Cuba se acabaron las palomas y los gatos, y de manera increíble el país superó las penurias del cerco tendido por el campeón de los derechos humanos, Estados Unidos, hoy presidido por un perturbado mental y maniático. Resistencia y dignidad.
El mismo país que ensayó la bomba nuclear en Nagasaki e Hiroshima, donde murieron más de trescientas mil personas “en defensa de la libertad americana” y cuyos documentos sobre las secuelas en la población permanecen sin desclasificar.
¿Se necesita que se destruya a un país para después elevarlo a potencia mundial? Una escultura del hongo atómico debería estar al lado de la Estatua de La Libertad.
Con Cuba se pretendió hacer lo mismo, solo que en el ajedrez mundial de ese momento Nikita Kruschev frenó el holocausto.
En ese contexto se debate el globo, afectado por la crisis de legitimidad que ha llevado a los partidos de izquierda y tradicionales a meter la cabeza en la arena.
No existe poder de convocatoria, las sociedades civiles se encuentran gastadas por un neoliberalismo que virtualmente está comenzado y cuyas élites han acudido a la corrupción universal para mantener su hegemonía política.
Miramos la realidad con el prisma del mercado y pese a vivir una individualidad absorbida por la economía consideramos esperanzadamente que el protagonismo de los movimientos sociales, las instituciones y la sociedad pueden llegar a ser hegemónicos.
Estamos felices como agoreros del “fin de la historia”, pretendiendo fortalecer la democracia liberal, sin forjar otros modelos meritorios.
La supremacía moral y humanista del socialismo ha quedado denostada, las bondades de las sociedades justas se consideran depravadas y, por lo tanto, la ética y la política no son normas ordenadoras del mundo.
Es tal la magnitud de la crisis que los gobernantes mundiales festejan los paraísos fiscales “como una forma anticipada de la otra vida”.
Seguimos hablando como si el Estado fuese soberano, cuando las multinacionales lo controlan. Arrasador declive. El mercado es el que gestiona, planifica y administra.
La pretendida gobernabilidad de la democracia ha fracasado, solo ha quedado la fachada del contrato social y una “gobernanza” que ha hecho del ciudadano una caricatura que se conoce como participación electoral.
Asistimos a la feria del triunfo del capitalismo, pobres y ricos bailando con la misma pareja.
Fundamentalismos étnicos, religiosos, sociales, políticos, tensiones sociales prendiendo la mecha bélica y apagándola, firmando lo que haya que firmar para salvar el mercado.
Simulamos vivir en la Belle Época, donde se reivindicaba el respeto por la igualdad, la libertad y la fraternidad; nada más ilusorio, la justicia marcha escoltada por la moneda, como lo observamos en las corporaciones mundiales. Tiempo en que se reparte equitativamente según la maleta y según el pasajero.
Pareciera que existen tres corrientes que se disputan la sociedad colombiana:
Primero: Se trata de construir una sociedad conservadora, liberal económicamente, a fin de impedir la entrada del socialismo.
Una progresista que pretende revivir la moribunda izquierda ortodoxa.
Y una corriente que rechaza el modelo autoritario de poder y funda su poder sobre las reglas liberales económicas. Más de lo mismo.
Pensamos que el mercado sin límites es la suprema escena de la convivencia humana.
Con mentalidad de celular concebimos la política como un instrumento puesto al servicio privado de los ciudadanos e infortunadamente a los sujetos solo interesa la vida privada y la renta individual.
No existen cinturones protectores y la mano invisible de mercado ronda las propuestas políticas.
En el Cauca, que fuera el foco de la guerra y ahora el foco del problema social, se han estampado acuerdos sobre el pavimento, que llevan las firmas recurrentes del agotamiento y la debilidad.
El Leviatán del mercado se asoma cada cuatro años, sirve para elegir senador indígena, cuyo nombre redentor aparece por hostigamiento de la justicia ordinaria a la justicia indígena, todavía como en los tiempos de Quintín Lame, justicia de la Primera Nación que tiene un carácter honorífico en la Constitución. Hasta pronto.