En la lápida de la tumba de un curioso pensador se leyó una vez: “No son muertos que en dulce calma, en paz descansan en la tumba fría. Muertos son los que tienen muerta el alma y viven todavía.” Indudablemente, hay personas que están vivas pero muertas por dentro. Personas que caminan por la vida, que cumplen sus obligaciones y hacen sus rutinas diarias. Personas que esperan que les llegue el día de la suerte para que sus sueños se hagan realidad, de resto su vida se les pasa volando, y peor aún no tienen grandes motivos para valorarla. Esos motivos para valorar la vida no se encuentran allá afuera, no están escondidos en alguna parte del mundo ni los guarda una persona especial o elegida. Los verdaderos motivos por los que vale la pena vivir son los deseos, los grandes sueños ardientes que habitan en nuestro interior. Esos deseos que nos impulsan, nos desvelan y nos motivan. Ese sueño que es único para cada persona.
¿Qué te motiva a levantarte cada día de la cama? ¿Qué tal si te enteraras que pase lo que pase cumplirás ese gran sueño que tienes?
No cabe duda, que al levantarnos solemos tener pereza, ganas de dormir más tiempo para seguir fantaseando en todo lo que quisiéramos tener. De hecho, no suena nada mal la idea de alejarnos de la realidad por unos minutos más y volver a nuestro propio mundo. Sabemos que cada día que empieza lleva consigo tareas para hacer, obligaciones por cumplir. No obstante, nuestro pensamiento limitador nos hace creer que todos los días deben empezar de la misma manera, que solo pocos días son especiales y que los grandes sueños se cumplen en un futuro. Ese gran sueño no ocupa la suficiente importancia en nuestro día a día y poco a poco se va llenando de telarañas que lo llenan de polvo como a un recuerdo viejo. Somos tan pesimistas que hasta que no tengamos el resultado final, no nos enorgullecemos de nuestro esfuerzo. Dejamos a un lado las pequeñas victorias, esos pequeños esfuerzos que nos impulsan poco a poco a nuestro sueño. En vez de halagarnos, ponemos más peso y nos impedimos elevarnos a nosotros mismos.
Como si fuera poco cada vez que sucede algo que no va acorde a lo que queríamos, somos dramáticos y empeoramos la situación. Nos consideramos seres inteligentes y somos excelentes haciendo un escándalo por cualquier pequeñez. El orador y escritor Dale Carnegie dijo: “La vida es demasiado breve para dedicarla a preocuparse por pequeñeces”. Así es, la mayoría de problemas por los que nos preocupamos, son pequeñeces. Esas mismas pequeñeces son las que nublan nuestro sueño, nos quitan energía y cogen una importancia innecesaria en nuestros pensamientos. Estoy seguro que cada uno de nosotros, no nació queriendo soportar la vida y esperando solo a que lleguen los fines de semana. Al contrario, cada día deberíamos disfrutarlos como si fuera un fin de semana, y vivirlo de acuerdo a nuestro deseo. Enfoquémonos en nuestros sueños y dejemos a un lado las pequeñeces, nuestra vida no es más que la representación de lo que pensamos.
Los sueños son para cumplirlos, no basta con imaginarlos. Si seguimos solo fantaseándolos, al final de nuestra vida estaremos arrepentidos no por lo que hicimos sino por lo que dejamos de hacer. El multimillonario Malcom Forbes nos deleita con una frase que nos inspira a cuestionarnos: “El error más grande que cometen las personas en la vida es no tratar de ganarse la vida haciendo algo que disfrutan”. ¿Y tú estás siendo coherente frente a tus sueños? Puede que se haya perdido muchos años haciendo las cosas mal, pero para lograrlo hay que empezar. Todo se puede, todo se logra. Esta es tu vida, conviértela en la vida de tus sueños.
