Cartagena enfrenta hoy —según los eruditos de la política— la peor crisis administrativa desde hace 27 años. Desde 2012 a 2017 han pasado 4 alcaldes por elección popular (un alcalde por año), sin contar los alcaldes encargados que ha tenido en esos cinco años. Sin embargo, los ciudadanos sin trabajo ni estudios no necesitan ser máster en Ciencia Política para decir sin pelos en la lengua que “Los que vienen a gobernar, es pa’ llenarse los bolsillos”. Así, sin tanta parla y sin tanta vaina “los nadie” definen a los gobernantes que han pasado por la ciudad.
Ahora tras la renuncia de Manolo Duque estamos a meses de otras elecciones atípicas, o siendo más claros aun estamos a pocas semanas de conocer casi la centena de nombres que sin pena, ni gloria, ni vergüenza se postularán en nombre del pueblo empobrecido a la alcaldía de la ciudad, porque si algo sabemos que es cierto, es que en Colombia con el hambre de la gente se hace proselitismo para llegar a los objetivos de los particulares.
El último alcalde que terminó su periodo en la ciudad fue Dionisio Vélez Trujillo, que tiene el merito de ser el que más presupuesto pidió para gastar en menos tiempo y también tiene la hazaña de mandar retratos de su cara a los colegios públicos en vez de mandar libros y/o computadores. Ni hablar de Manolo Duque que de los nueve meses que duro en la alcaldía, estuvo un poco mas de tres meses suspendido antes de que renunciara y fuera enviado a la cárcel. También está Campo Eliax Teheran, quien llegó a la alcaldía en 2012 y también tiene la hazaña de morir de cáncer pulmonar justo antes de ir a la cárcel por corrupción y detrimento de patrimonio público. Si bien es cierto que sin plata para campaña no se llega a ser concejal y mucho menos alcalde, poco se dice o se sabe sobre los que han financiado y siguen financiando candidaturas a la alcaldía de Cartagena.
El problema no viene simple y llanamente porque en Cartagena los corruptos llegan a los cargos locales por elecciones populares. Las causa de raíz no es más que un ciclo corrupto, que deja en vilo una vez más. En Colombia lo que las clases dominantes llaman el Estado de derecho es insuficiente o prácticamente nulo. El desempleo, los empleos precarios, la deserción escolar, el aumento del consumo de sustancias psicoactivas en jóvenes, prostitución en sus máximo esplendor, hurtos y asesinatos, hospitales agonizando entre ser cerrados o liquidados a un privado y el bajo nivel educativo, entre otras cosas que reinan hoy en la heroica, nos muestran una vez más que el monstruo neoliberal implícito en la Constitución de 1991 se tragó finalmente al Estado social de derecho, gracias a las más de 33 reformas en 26 años que aprobaron los congresistas, avalados e impulsados por todos los expresidentes, también en nombre de los más empobrecidos del pueblo colombiano.
El resultado de hoy día es desalentador, las casas politiqueras del partido Liberal, Cambio Radical, Centro Democrático, Partido de la U siguen y seguirán sentados en los prestigiosos asientos del gran crucero que es Cartagena, donde la mayoría de los navegantes estamos condenados a ser echados al mar sin saber nadar y amarrados de los pies. Pero nada puede ser tan esperanzador que el poder moral que tenemos en momentos de crisis, pues solo con un poco de conciencia en un Estado incapaz de garantizar los derechos básicos de sus habitantes (Empleo, educación, salud, vivienda digna) se hace completamente valido el uso del derecho supremo, el derecho a la rebelión.