En Colombia se defiende al capitalismo de una manera tan pobre que si todo el país pudiera verse en un espejo se encontraría reflejado en el socialismo que tanto temor le despierta.
Claro está, después de levantarnos de una fiesta frenética, en la que gastamos lo que deberíamos disponer para el progreso, el espejo nos muestra toda nuestra miseria humana.
En ese momento criticamos el socialismo espectral del espejo, que está del otro lado, y nos negamos que corresponda a la bella imagen que hemos maquillado del capitalismo real.
La verdad nos muestra que contamos con el más rancio socialismo privado. La propiedad pública se tiene como bien particular por las pocas familias dueñas del Estado que debe sus servicios a la nación que lo constituye, en una democracia ritual tan perfectamente monopolizada que parece consagrada a los dioses, ya que siendo uno de los pueblos más miserables que habitan sobre la tierra tiene el privilegio de alzar en la constelación de Forbes a varios de los hombres más ricos del mundo. Con lo cual las estadísticas capitalistas nos arrojan el resultado de una ecuación perfecta: eso ‘solo’ puede lograrse en una verdadera democracia.
En Colombia llamamos socialismo a lo que en los países capitalistas y desarrollados es la obligatoria seguridad social. Nos hacen creer que el Estado no debe regalar nada, después que ha recibido el pago de nuestros impuestos, y que debemos trabajar (así sea sin empleo) para pagar a los particulares por nuestros derechos públicos. Y para hacer lucrativo el derecho de vivir en libertad nos han creado una paranoia con el socialismo por venir, consistente en mantenernos asustados con que vamos a perder la riqueza que aún no tenemos, porque ya hace parte de la propiedad privada que nos han robado dentro del capitalismo que día a día habita como un demonio de Tasmania en nuestra cotidianidad.
Basado en ello, la salud la volvieron un negocio, la educación un privilegio y la vivienda un lugar de esclavitud para poder pagarla. En general, un sistema político que nos hace mendigos de nuestros propios derechos, al extendernos la mano con la acción de tutela.
Ese trastorno bipolar, como nación, de ser una cosa y creernos otra, de vivir pobre cada uno y sentirnos ricos entre los demás, de mirarnos bellos en la imagen del extranjero, de sentirnos buenos al hurgar las horrendas cicatrices de violencia que nos hemos causado; está en la infancia de nuestra psiquis hasta alcanzar la ciudadanía como República. En el primer momento que cambiamos el oro de nuestra cultura por espejos, y por mirarnos en ‘ellos’ haber perdido la identidad.
Desde entonces nos han cambiado la realidad con engaño, susto o muerte, hasta hacernos sentir no ser dignos de lo que somos, ni merecemos de la tierra en que nacieron nuestros ancestros, que es el verdadero significado de la patria (tierra de los padres). La prueba es que Colombia es uno de los países de mayor concentración de la tierra en unas pocas personas, que siempre se hicieron llamar patriotas, que bien entendido serían quienes se han robado la patria.
Ese mundo virtual que nos han creado es lo más paradójico del mundo real, porque lo menos que tiene es de capitalista. Se trata de una economía postrada en la propiedad latifundista improductiva, cuyo recurso de producción es extraer su savia mineral para venderla a precio de huevo y matar al tiempo la gallina de los huevos de oro, en medio de un país vibrante de riquezas naturales y variedad de frutos culturales, el cual nos han cambiado, en un truco artificioso, por un país tan pequeño y delirante que cabe en la pantalla de un televisor.
Allí nos hacen ver como en la vieja fábula del perro que se siente seguro al comer del hueso que le dan, pero que al verse reflejado en el estanco mental en que nos han sumergido logra que se lance rabioso a comerse al perro del vecino.