El papel de la memoria en la construcción del Estado Nación en Colombia

El papel de la memoria en la construcción del Estado Nación en Colombia

El historiador Manuel Cardozo explica en este ensayo lo importante que son los referentes históricos para no repetir errores

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noviembre 03, 2017
El papel de la memoria en la construcción del Estado Nación en Colombia

Cuál puede ser el papel de la memoria en la construcción del Estado? Cómo puede la memoria y la política de la memoria ser empleada para la inclusión de los sujetos subalternos en la historia y en el proyecto del Estado Nación en Colombia? Puede la memoria y su utilización ser material para revaluar categorías, historiográficas como descubrimiento, conquista, colonialismo independencia , “la violencia”, desarrollo, progreso.? Este ensayo no plantea dar respuesta a estas profundos cuestionamientos, sino realizar una reflexión en torno a dichos interrogantes como una forma de contribución a este debate.

La memoria y la política de la memoria, es decir, sus usos, lo que recuerda y lo que olvida la historia oficial, es  elemento sine qua non se ha construido el discurso del Estado Nación. Tanto aquellos de origen temprano a finales del siglo XVIII en occidente o los que surgieron tardíamente en la primera mitad del siglo XIX producto de la emancipación de los virreinatos de indias españoles en el caso latinoamericano, han usado la historia para codificar y fijar un tipo de memoria que resulta de clara conveniencia al grupo hegemónico que la instaura. Por ello conceptos como el de Nación, Patria, están construidos con símbolos que representan la esencia de lo que los sujetos hegemónicos quisieron resaltar, ubicar en un pedestal, para ser venerado como el escudo y la Bandera o aprendido de memoria, como el himno nacional. No obstante, este resaltar, este  fijar sistemáticamente en la memoria de los subalternos implica un olvido, un olvido de lo que caracteriza en el terreno de lo real , ese nosotros que nos identifica, con el que el subalterno se siente verdaderamente identificado, lo que hace parte de su cotidianidad , de su pasado, de su apego a la tierra, de su lengua aborigen, de su cosmogonía. En este sentido se podría afirmar que la construcción de una memoria implica el olvido de otra, pero no por olvidada significa que la memoria del sujeto subalterno desaparece, puesto que está subyace, como un animal agazapado que en cualquier oportunidad saldrá a reclamar lo que es suyo, su identidad, su territorio, su inclusión dentro de los proyectos de Estado Nación.

Lo anterior también nos dice que ese discurso histórico no es neutral, que tiene fisuras, que no es incluyente sino que es todo lo contrario, que se basa en la exclusión, en el olvido de lo que no se considera digno de recordar, esto hace de la historia una forma de producir sentido sobre el pasado, de fijar una memoria que se estableció sobre las otras, que nos dio protagonistas, héroes incuestionables, verdades absolutas. Es así como el Estado construye la idea de Nación, mediante la institucionalización, gestión y administración vigilada y autorizada de las narraciones sobre el pasado nacional. He aquí el porque de lo inacabado del proyecto de Estado Nación en Colombia. Por que es homogeneizante, excluyente y porque está basado en la idea de la raza. Bien lo dice Carlos Largacha en su texto identidad y memoria, refiriéndose al modelo de nación instaurado en América latina: “Desde la conquista estamos intentando aplicar un proyecto racionalista, unificador, en un ambiente multiétnico. El resultado no puede ser otro que el de caracterizarnos como subdesarrollados, atrasados, e ineficientes. Entender las potencialidades de ser, las posibilidades emergentes de identidad en América Latina es fundamental para comprender nuestro proyecto real de nación.”(Largacha. 2009. p, 2)

Sin embargo, es la misma memoria o quizá la contramemoria la que se transforma en un interrogante, quiénes somos?, es la gran pregunta qué nos hacemos, quienes somos “nosotros”, porque es ese “nosotros” el que nos diferencia de los demás,  lo que nos hace pertenecer, lo que nos da una identidad, ineludiblemente las respuestas a estas preguntas se encuentran en nuestro pasado, un pasado común, y es cuando se mira allí con rigor, y se escuchan los sujetos que no han sido tenidos en cuenta, cuando comienza a emerger que tanto ha sido manipulada las narraciones sobre nuestro pasado, pues al final son  las políticas de la memoria ejercidas por los actores hegemónicos, las que determinan que clase de pasado es el  que quedará narrado y cuál será sepultado por el olvido. Pero la contramemoria toma un valor y un sentido político cuando se utiliza para los procesos de reivindicación, es lo político de la memoria lo que proporciona al sujeto subalterno la posibilidad de ruptura, de causar malestar institucional, irrumpiendo, desestabilizando la cotidianidad del discurso oficial de la historia. Un fenómeno que se podría catalogar de postcolonial fundacional, en la medida en que intentan interrumpir y socavar las bases y la voluntad estratégica de la administración oficial del pasado, al que considera dominante, excluyente y homogenizador y con el que han sido fundados nuestros principios y valores como nación, pero que va en detrimento de la diferencia, y lo multiétnico y pluricultural.

Si bien la constitución de 1991 sostiene en sus artículos sobre Principios Fundamentales que: “Artículo 7°. El Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la nación colombiana”. Este reconocimiento ante la ley de la diversidad de lo que se considera “nación colombiana”, no significa que todas aquellas comunidades, etnias, y ciudadanos se encuentren incluidos en el proyecto de Estado Nación, que a todos ellos el Estado pueda garantizar los derechos básicos, además de los derechos socioeconómicos y culturales, presenciamos aquí una endémica distancia entre el ser y el deber ser del discurso de Nación. Para el caso colombiano la institucionalización del Estado se ha dado a través de expresiones violentas donde los cortos periodos de paz son la victoria de un grupo sobre otro, lo que lleva a una resistencia constante a la aceptación de lo que la oficialidad significa, lo que el Estado representa. Debido a está violencia genetica del Estado Nacional colombiano, la memoria toma un poder disruptivo, se vuelve productiva como un trabajo de resistencia contra esas fuerzas estabilizadoras de la política. La memoria en este sentido actuaría, como diría Adolfo Gilly, (Gilly 2006) a “contrapelo de la historia”, es decir horadando las bases de la historia pero sin deshabitarla, por el contrario, escuchando aquellos actores que no han tenido participación en los annales de la historiografía. Es lo que Michel de Certeau denomina “memoria de ocasión”, diciendo: “Es una memoria cuyos conocimientos son inseparables de los momentos de su adquisición y desgranan las singularidades de ésta. Informada por una multitud de acontecimientos donde circula sin poseerlos (cada uno de ellos es pasado, pérdida de lugar, pero fragmento de tiempo), calcula y prevé también "las vías múltiples del porvenir" al combinar las particularidades antecedentes o posibles. Una duración se introduce así en la relación de fuerzas, una duración que va a cambiarla. La metis (acción memorística) llevada a cabo en un tiempo acumulado, que le resulta favorable, contra una composición de lugar, que le resulta desfavorable. Pero su memoria permanece oculta (no tiene un lugar donde pueda localizarse) hasta el instante en que se revela, en el "momento oportuno", de una manera todavía temporal aunque contraria al ocultamiento en la duración. El resplandor de esta memoria brilla en la ocasión” (De Certeau. 1980, p, 92).

No son pocos los pensadores que reivindican la incorporación de la memoria histórica para combatir las manipulaciones efectuadas en la escritura de historias oficiales institucionalizadas. Hay olvidos empleados para ocultar las represiones de las dictaduras y , al tiempo, sirven a los que de manera interesada, han defendido los perdones y amnistías que han seguido a los grandes crímenes del siglo XX, aquí podría mencionarse lo que Ricoeur ha dado en llamar “el olvido feliz” refiriéndose a la reconciliación de un pueblo con el pasado traumático de su historia. Es aquí donde la memoria adquiere un papel esencial como medio de liberación y se propone para ello un uso inteligente del recuerdo y la memoria como forma de obtención de esa anhelada emancipacion. (Ricoeur. 2003). Por su parte Todorov invoca la necesidad de inscribir en la memoria colectiva la superación del sufrimiento, como una forma de pensar en el futuro; no se trata de instalarse en el malestar, sino de conceder a la memoria una salida que aligere la pesada carga que proviene de siniestros acontecimientos pasados, este señala además que: “El grupo que no consigue desligarse de la conmemoración obsesiva del pasado, tanto más difícil de olvidar cuanto más doloroso, o aquellos que, en el seno de su grupo, incitan a éste a vivir de ese modo, merecen menos consideración; en este caso, el pasado sirve para reprimir el presente, y esta represión no es menos peligrosa que la anterior. Sin duda, todos tienen derecho a recuperar su pasado, pero no hay razón para erigir un culto a la memoria por la memoria; sacralizar la memoria es otro modo de hacerla estéril. Una vez restablecido el pasado, la pregunta debe ser: ¿para qué puede servir y con qué fin?” (Todorov. 2000. p, 10)

La recuperación de la memoria  social en el sentido en que la plantean Ricoeur o Todorov, tiene claras funciones de saneamiento, de duelo en aquellas sociedades que han sufrido traumas históricos como la nuestra, pero hay que escuchar el llamado a no regodearse en el dolor, la memoria no puede convertirse en un culto a nuestro dolor, a una eterna victimización desde nuestra subalternidad, sino que debemos utilizar la memoria y sus propiedades sanadoras para mirar, desde el autoreconocimiento y el reconocimiento del otro, hacia el futuro.

Si lo que se quiere es utilizar la memoria para revaluar categorías históricas impuestas por la oficialidad de la Historia institucional, como por ejemplo la que se denomina época de “la violencia” y que solo comprende un periodo del siglo XX que algunos historiadores sitúan entre 1946 y 1966, sin tenerse en cuenta sucesos y fenómenos igual o más violentos como el exterminio de la etnias indígenas, las guerras civiles del siglo XIX, la violencia guerrillera y paramilitar posterior a la lucha conservadora y liberal y que decir de la violencia generada por las multinacionales bananeras y petroleras en los años 20. La memoria institucionalizada desconoce estos hechos cuando denomino un periodo, el periodo la violencia, desconociendo también las características violentas de la matriz genética del estado nación, y su característica excluyente ejercida a través de la violenta eliminación del otro de épocas posteriores. Del mismo modo, categorías como progreso y desarrollo han sido definidas he incrustadas en realidades en las que, en vez de un impacto positivo, han llevado una explotación inconsciente y desmedida de los recursos naturales. Porque no implementar modelos de desarrollo de acuerdo a los contextos locales basados en conocimientos ancestrales de las comunidades, la explotación consciente de los recursos como patrimonios, como cultura, los cuales han resultado tanto o más beneficiosos en términos económicos que la destrucción de recursos para la consecución de materias primas. Son en estos casos en los que la memoria tiene mucho que decir, que subvertir que decodificar para incluir y deconstruir.

Para seguir con estas ideas, es necesario detenerse en ciertos preceptos fundamentales, sobre todo aquel que diferencia la memoria histórica de la historia científica, de hecho, memoria e historia tienen poco que ver entre sí. La memoria es un proceso básicamente individual, biográfico y que por tanto, por sí mismo, no podría llamarse conocimiento histórico. Para ello la memoria debe atravesar un proceso de comprensión, de contextualización de interpretación y explicación. Porque debemos partir de la idea de que la memoria es, quizá como lo dijo una vez Borges en su poema Cambridge, “ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.” (Borges. 1969). Así es la memoria, como un saco de espejos rotos, fragmentada, y ninguno de estos fragmentos refleja en su totalidad la realidad pasada, en algunas ocasiones, al contrario, la desfiguran. La historia científica es una consumidora de memoria, que la digiere para poder producir conocimiento, pero es solo ese proceso de digestión, dado a través del método y la teoría histórica frente al dato de lo acontecido,  el que pueden transformar el recuerdo, la memoria, la fuente , el vestigio, en historia científica. Pues nunca los hechos fueron realmente como se recuerdan. No obstante, podemos encontrar casos en los que relatos individuales pueden tener contacto con lo que denominamos historiografía científica, pero no asimilarse a está área. La importancia de la memoria  se halla en su característica sanadora, reivindicatoria e incluyente, en la incorporación de la memoria histórica para combatir la manipulación a que ha sido sometida la historia por parte de la historia institucional. El olvido usado socialmente para ocultar acciones que benefician a políticas, guerras, despojos, regímenes, dictaduras o excluir, depredar y desaparecer comunidades indígenas y negras de los proyectos nacionales, son la ocasión desde donde trabaja la memoria, donde encuentra su material para volverse historia científica.

 

 

Bibliografía

 

Adolfo Gilly, Historia a contrapelo. Una constelación, México, Editorial Era, 2006.

 

Carlos Largacha Martinez.  Identidad y Memoria La Construcción de Nación en América Latina. Artículo En: Revista de Ciencias Sociales. Comunicación, Cultura y Política. Vol.1 No 2009.

 

Jorge Luis Borges. Elogio de la Sombra. 1969.

 

Mario Rufer, La nación en escenas. Memoria pública y usos del pasado en contextos poscoloniales (México: Colegio de México,2002)

 

Michel de Certeau. La invención de lo cotidiano.1 Arte de hacer. 2 Habitar Cocinar. universidad Iberoamericana. Estudios superiores de occidente. 1era Ed, en francés 1980. 1era Ed, en español México 2000.

 

http://www.corteconstitucional.gov.co/inicio/Constitucion%20politica%20de%20Colombia%20-%202015.pdf

 

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