Como todo lo ya escrito de Uber para muchos esta será una nota más a cerca de lo mismo.
Mi nombre es Juan Carlos Aguirre y hace un año me endeudé al comprar una camioneta nueva, impulsado por las maravillas que me hablaba un amigo. En ese entonces me sentía orgulloso de ser llamado socio conductor y no sabía que pagaban por llevar referidos.
En Medellín uno sueña con tener una forma de vida mejor, así que invertí unos ahorros y tiempo en comprar un carro último modelo, supuestamente para tener más ingresos a través de Uber black. Allá en las charlas se encargan de decirle a uno las maravillas, ser tu propio jefe, manejar tu tiempo y generar unos supuestos buenos ingresos, nada más alejado de la realidad.
En tan solo un año me enfrenté al peligro de las calles, de los usuarios malintencionados, de los taxistas agresivos, de la cacería a la que nos expone la policía de tránsito, pero sobre todo al recaudo permanente de un 25% por parte de Uber, donde supuestamente yo no tenía jefe, pero cómo no... no tenía un jefe, sino varios. Cada usuario era mi jefe y su calificación decidía si yo podía o no conducir para Uber. Además, los servicios en black escasean y tocó meter el carro flamante a Uber X, (más barato el cobro) para justificar el uso de gasolina.
Hace tres meses me inmovilizaron en un retén, me quitaron el pase y hoy mi cuenta está cancelada. Han pasado tres meses y no dan respuesta en UBER. La camioneta acumuló casi 60 mil kilómetros en un año, sin contar con que el desgaste es evidente —llantas, motor, estado estético, kilometraje—. Esto, sin contar las largas horas sentado tras el volante sin seguridad social, primas o liquidación.
Hoy no queda más que esperar vender un carro devaluado por el kilometraje acumulado para tratar de pagar a la financiera el resto de la deuda y seguir trabajando en otra cosa que no sea conducir mientras pasa la sanción y me reintegren mi pase. Por el momento, la única respuesta de Uber ha sido desearme suerte en mis futuros proyectos.