Tal vez no ha existido dentro de la educación y a su vez dentro del proceso enseñanza aprendizaje un debate más extenso, profundo y que nunca termina, como lo ha sido el proceso de evaluación del o de los aprendizajes. Sin embargo hoy en pleno siglo XXI y con el furor de contar con las tecnologías, el proceso de la evaluación sigue en construcción.
La evaluación ha pasado y cambiado de forma, pero en realidad, dentro del aula sigue en su mayoría estancada en el siglo pasado. A todo se le llama evaluación. Desde contestar una pregunta oral hasta responder un examen escrito con diversos tipos de preguntas. Las evaluaciones por competencias, si se entienden estas últimas como la utilización simultanea de conceptos (saber), procedimientos (hacer) en la en la resolución de problemas o situaciones que exigen mayor utilización de operaciones de pensamiento, han introducido una mayor necesidad de comprender que la evaluación va más allá de calificar y asignar calificaciones numéricas o cuantitativas.
Entendiendo que el aprendizaje es individual y es el propósito esencial de la pedagogía enlazada con la psicología del aprendizaje. Por lo tanto, se puede afirmar que la evaluación del aprendizaje es el conjunto de diversas actividades con evidencias, que realiza un docente y el o los estudiantes partiendo de un estado menos avanzado a un estado más avanzado establecido previamente como criterio de referencias (por eso son necesarias las rúbricas). La evaluación del aprendizaje inicia con registrar y evidenciar “todo” lo que se desarrolla en un proceso dentro de un determinado tiempo por un estudiante.
La evaluación integral no es únicamente sobre los procesos del saber, el hacer y el ser del estudiante, también implica los tres mismos elementos en el docente, ya que se evalúa siempre como propósito de mejorar el proceso de aprendizaje y competencias del estudiante y que el docente reciba un aprendizaje del resultado de la evaluación de sus alumnos. Por esto, se considera la evaluación integral como la que es retroalimentadora o del feedback; es decir, para que a cada actor se le devuelva una información que le permita conocer debilidades y fortalezas y poder mejorar en sus procesos de aprendizaje y enseñanza respectivamente.
La evaluación del aprendizaje se debe centrar o focalizar únicamente en los resultados positivos del estudiante. En una evaluación completa se deben hacer comparaciones del estado inicial del aprendiz hasta el estado final, por lo que se hace necesario combinar lo cualitativo con lo cuantitativo y el modelo más indicado es el de las rúbricas de procesos y avances.
Pero en la práctica, hoy y en casi todos los niveles educativos (escolar y universitario), la evaluación está centrada en lo cuantitativo y lo que es peor, se le suman los errores al aprendizaje, disminuyendo la calificación del estudiante. Con más precisión, por ejemplo: en un test de veinte preguntas o reactivos de selección múltiple, solo obtiene la máxima calificación el estudiante que responda acertadamente todas las veinte preguntas.
Si un estudiante responde correctamente máximo 16 de las 20 preguntas; esas 4 preguntas contestadas erradamente se le cobran por lo tanto su calificación ya no es el 100%; sino el 80% de la prueba, es decir lo no aprendido también es evaluado negativamente.
A toda evaluación se le debe incluir principios estadísticos. Es por ello que cuando se hacen evaluaciones estrictamente cuantitativas es necesario aplicar los principios de las ponderaciones para consolidar una evaluación centrada en el aprendizaje real o efectivo. Desafortunadamente, eso muy pero muy poco se hace y mucho menos la retroalimentación de lo no aprendido.